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Tribuna
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Colega

Se equivoca el Vaticano. Si hay un género no celestial que le viene como anillo al dedo infalible de Juan Pablo II es precisamente el columnismo. Y si además la firma del Papa aparece nada menos que en la tercera página del Abc, acaso el espacio más sagrado de la Prensa occidental, entonces soy incapaz de entender las razones del cabreo vaticano por el sensacional fichaje periodístico.Vayamos por partes. Los cancerberos oficiales de la imagen de Juan Pablo II se indignan por esta nueva faceta pública del sucesor de san Pedro. Les resulta intolerable que ahora Wojtyla se haya metido a columnista, pero nada dicen de las demás facetas mundanas de este Papa-espectáculo que nos ha salido de la última fumata blanca. Lo lógico es que un señor que hace footing en adidas por los jardines sacros y secretos del Vaticano, es autor teatral y teológico de cierto éxito, sabe utilizar las cámaras de televisión con el mismo desparpajo que el púlpito y no vacila en tocarse con plumajes sioux, visera de béisbol, sombreros mexicanos, jíbaros o jipijapas cuando apea la mitra y besa el asfalto de los aeropuertos exóticos, es que acabe en los periódicos practicando el columnismo. Entendámonos: no es que para este oficio se exija tal clase de ejercicios espectaculares, es que al lado de las mundanerías que suele practicar Juan Pablo Il lo de firmar una columna en la tercera del Abc me parece lo más venial, pastoral y genial de todo.

Recientemente escribía Julio Ceron una ardiente loa de doble filo en honor de los columneros de Castilla. No es suficiente. Para redimir a este pobre género de su bastardía Eteraria nos hace falta un colega de la talla del Papa. Y por las dos viejas razones de forma y de fondo. Si el estilo y la verdad son la materia prima de la mampostería impresa, y lo son, las columnas de Wojtyla implicaban un enorme reto profesional. La musa del estilo papal, como se sabe, es el Espíritu Santo, y su infabilidad todavía es dogma de fe. Solamente por eso debería el Vaticano meditar su cabreo: si continuaran sus colaboraciones en la Prensa, estaríamos obligados a escribir mejor que el Espíritu Santo y a equivocarnos menos que el Papa.

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