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Entrevista con el primer ministro israelí

El ministro que armaba a los generales

Simón Peres, primer ministro, laborista, de 62 años, considerado un halcón por los moderados e indeciso más que blando por los irreductibles, es un duro en cualquier caso, y resulta irrelevante decidir si luce garras de una u otra ave rapaz. Pero al mismo tiempo es un duro realista, calificativo que no es fácil de determinar si es siempre elogioso.Menájem Beguin, primer jefe del Gobierno israelí salido de la coalición derechista Likud, era un halcón dogmático, historicista, y como hombre llevado de una gran idea, la expansión de Israel, fue capaz de un gran sacrificio: la retrocesión del Sinaí a Egipto a cambio de eliminar a El Cairo del campo de batalla. En ese sentido, Beguin, todo lo escorado que estuviera a la irracionalidad, supo vivir un reflejo de estadista. Peres, muy diferente, es un hombre práctico, un realizador, un político de toda la vida, hecho en el poder y para el poder, en el que el realismo parece difícil de reconciliar con la visión. Cuando hablamos de realismo, lo hacemos de coyuntura, método, desconfianza.

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Simón Peres, nacido en la Polonia fronteriza que hoy es URSS, llegaba a los 11 años a Palestina cuando ya se descomponía el mandato británico a zarpazos de dos nacionalismos, el árabe y el sionista. A los 20 era adoptado políticamente por el futuro padre de la patria, Ben Gurion, y desde entonces no ha dejado de escalar peldaños, a veces quedándose más tiempo del presupuestado en el descansillo correspondiente. En el Ministerio de Defensa, centro del mundo político israelí, Peres ha sido director general, viceministro y finalmente titular de la cartera de 1974 a 1977. Ese año alcanza la dirección del Partido Laborista y es derrotado por primera vez en las elecciones generales por Beguin, suerte que se repite en 1981. únicamente en las elecciones de 1984 una Cámara introuvable sin mayoría posible crea una extraña pareja. Peres dirigirá el Gobierno durante 25 meses, para dar paso en octubre de 1986 al líder del Likud, Isaac Shamir, con quien intercambiará el actual puesto de éste en Asuntos Exteriores.

El laborismo israelí fabrica dos clases de líderes: los héroes militares, adorados por las masas, y los concienzudos arquitectos del misterio, no siempre bien correspondidos. Moshe Dayan no pudo rematar su brillante carrera probablemente porque quiso encarnar las dos figuras a la vez. Peres, en cambio, es de los segundos, un hombre del aparato como alternativa al héroe militar, pero también un intelectual, del que su modesta hagiografía constata que dedica dos horas cada madrugada a la lectura de poesía, novela e historia. No priva en él la ideología, lo que no significa que no la tenga, sino la capacidad para el amueblamiento político de interiores. La realidad de las fuerzas armadas israelíes es obra suya desde el Ministerio de Defensa, y a falta de no haber servido jamás en el frente de cinco guerras, ha facilitado las armas a los generales para que lo sembraran de cadáveres enemigos.

El primer ministro israelí parece menos interesado en hacer historia que en evitar que otros, tanto en su país como en la vecindad del mundo árabe, la hagan a su costa. Es una teoría fácil la de suponer que con las manos atadas por la coalición con los halcones no puede hacer una verdadera política de paz. Simón Peres puede pasarse perfectamente sin una paz que no resulte a sus ojos realista.

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