Verano
Esto ya no da más de sí, señores conciudadanos, salvaje y maravillosamente bendecidos por el sol del verano de 1985; sólo cabe el caso, improbable, de que el presidente Felipe-Azor y el tándem virginal Preysler-Boyer se conviertan en una goma.Ahora hay que plantar cara a esa menudencia que son los hechos: 38 millones de españoles, que aspiran honesta, modesta, subversivamente, a seguir comiendo, como cualquier hormiga; tres millones de parados que desearían ensuciarse en su padre, más o menos; miles y miles de empresas, pequeñas y medianas, y de las otras, que hacen aguas y que chorrean desesperación y más parados; y millones de gentes inscritas en el diccionario del anonimato para no ver, para binguear y para soñar que les toca la lotería o que le hincan el diente a una Preysler cualquiera del bajo izquierda.
Concluyó la oferta del verano 1985; a todo tirar, contarán ustedes aún con algunos retros, censados como gerentes de la moral pública, rastreando sus espejismos de nuevos ricos de la democracia, a caballo de retazos y de zarrapastrerismos ideológicos y vestidos de blanco en las playas de moda.
Si Felipe González, para descansar él y para emborronar la frontera del tercer milenio, necesita encabronar a los españoles con el Azor, pues bueno; en democracia, sabido es, el pueblo tiene los gobernantes que se merece (¿lo piensa usted así, señor presidente?).
Y si, por añadidura, para más sosiego, o para más pasto santificante, a los españoles el paso Preysler-Boyer se autoofrece en procesión pública, ¡qué verano! No cabe la menor penumbra de duda: España es diferente, esto es: una revista del corazón acorazada, amparada por los santos inocentes del sufragio popular. Asunto concluido: el verano 1985 habrá consagrado a González y a Boyer como borratintas históricos: el primero ha blanqueado el Azor; Boyer ha teñido de nada esa pendejada que nos dividía en derechas e izquierdas. Ya era hora. Aplausos. El cambio ha comenzado. Y la tercera revolución industrial es una nota musical, celestial, invernal.
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