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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Accidentes aéreos

A NADIE que se le explique que es la casualidad, el azar mortal de los cielos o una sucesión matemáticamente demostrable de. la ley de probabilidades, la que ha causado la racha de accidentes de aviación, con más de 1.100 muertos en los últimos dos meses, difícilmente estará dispuesto a dar crédito a esa aritmética. Ayer, Manchester; hace unos días, el jumbo japonés, y un cierto número de vicedesastres que han menudeado en los últimos tiempos bastan para establecer toda una imaginería popular contra el transporte aéreo. No obstante, todo el mundo sabe que el avión constituye en la actualidad desde el punto de vista estadísticio el medio más seguro de viaje para las masas.Pero, a pesar de estos datos incontestables, una serie de características que no poco tienen que ver con la magia icárica del vuelo hacen que el desastre aerotransportado revista unas cualidades especiales de horror y de finalidad. Un percance en el mar difícilmente mata como el rayo, y los de ámbito terrestre parecen siempre más hechos a la medida del hombre: son muchos más los que se salvan que los que perecen. En el aire, en cambió, aunque nuevamente las estadísticas pudieran llevarle la contraria a los sentimientos, todo es por lo común tan súbito como terminante.

Sin embargo, admitido todo ese tejido de casualidades, es lícito preguntarse si todas las precauciones debidas se toman para garantizar la seguridad de la navegación aérea. El caso del Boeing 737 que ha causado cerca de 60 muertos en la ciudad inglesa de Manchester parece reforzar ese temor. Una vez en el cielo hay una serie de factores externos, difícilmente controlables, que humanizan, en el sentido de que explican, la catástrofe aérea. Como en la circunstancia del jumbo japonés en el que perecieron 520 personas, y en otros muchos casos, un elemento desconocido, ajeno al aparato, como una contingencia atmosférica, pudo haber causado el mal funcionamiento de alguno de los sistemas de navegación. Sin embargo, en el caso de Manchester parece poco dudoso que el factor desencadenante del desastre se hallaba en el propio aparato, puesto que el avión no había llegado a remontar el vuelo cuando, posiblemente, una explosión provocó el terrible incendio a bordo. El hecho de que parezca descartable la hipótesis de un sabotaje hace incluso más ominosa la situación, puesto que el acto criminal, por espantoso que pueda ser en sí mismo, reduce a las coordenadas de lo conocido, de lo explicable, el origen de toda catástrofe.

De la misma forma, la reciente racha de accidentes ha hecho que salgan a la luz una serie de anomalías que han venido detectándose en determinados modelos vastamente utilizados en la aviación comercial, como los jumbo 747, y que, aunque se asegure, probablemente con razón, que no son de gravedad, hacen pensar que el mundo de la navegación aérea precisa de unos controles internacionales de seguridad técnica más estrictos que los hasta ahora habituales. Ése es el sentido que pensamos que hay que dar a la reciente dimisión del director general de la Japan Airlines, la compañía nacional japonesa, a la que pertenecía el jumbo accidentado en un vuelo interior. Es tal la responsabilidad que se contrae acarreando pasajeros por los aires que un error, que en una relación directa de causa a efecto difícilmente debería ser imputable al alto ejecutivo, se redime, sin embargo, con ese harakiri laboral.

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El tema es de especial trascendencia para España, con su importantísimo sector turístico y más aún en plena temporada de vacaciones. El cuidado de los aparatos españoles debería combatir con un celo muy especial el temor de que nuestros Boeing sufrieran ni tan siquiera las anomalías sin importancia que se han descubierto entre los que se hallan en servicio en otras aerolíneas internacionales. Las cuestiones de psicología revisten una excepcional importancia en un medio de transporte como éste.

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