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Tribuna:VIAJESLAS NOSTALGIAS DE ULISES
Tribuna
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Polonia, en la terraza

-¿Pero usted podría marcharse si quisiera?-Sólo dejando algún familiar como rehén.

-¿Por qué no acompaña a ' su mujer a EE UU? ¿No tiene hospedaje gratis con su hermana?

-El Gobierno no nos deja salir juntos. Tiene que quedarse al menos uno.

La primera conversación la tuve en Varsovia el año 1966. La persona que me contaba sus dificultades era una aristócrata que, lógicamente, lo había perdido todo con el cambio político y social y que mencionó luego la única posibilidad que veía la de casarse con un británico a través de una sociedad que funcionaba en el Reino Unido para esos fines. Se trataba, claro está, de un matrimonio blanco, cuya única misión era arrancar de la Polonia de entonces a los que allí seguían forzadamente Luego, ya la muchacha fuera del país, se pedía el divorcio y a otra cosa. La dificultad, claro está, residía en el precio de la cuota, muy alto para la economía de la empleada de hotel a la que se había visto reducida la posición anterior de la marquesa.

La segunda entrevista fue con un conductor de taxi en la misma ciudad en 1983, y tuve ocasión de comentarla con una autoridad polaca del régimen. "Bueno", dijo, comprensivo, "es lógico que se tomen precauciones; si no, se iría una gran masa de gente del país...".

Así de sencillo. La más importante libertad del hombre tras cubrir sus necesidades materiales, es decir, la de moverse la de trasladarse donde quiera llevarle el capricho o la conveniencia, queda en suspenso por la voluntad de un Gobierno.

Entre la primera y la segunda conversación habían pasado 17 años. ¿Todo igual, entonces? No exactamente. La línea represiva del polaco no mantiene una trayectoria fija. Hubo una temporada en la que la vigilancia se relajó, cuando el socialismo local adquirió el rostro humano, frase con a que ha sido calificado oportunamente el período dulcificado de la tiranía estaliniana. Fue el intento húngaro, el checoslovaco y por fin el polaco, con la llamada Solidaridad, cuando, por un momento que duró meses, pareció que el Gobierno, convencido de la razón popular, accedía aún, sin poner en peligro el esqueleto ideológico del régimen, a una mayor flexibilidad, a una mayor libertad individual, en suma.

¿Por qué fracasó aquel intento? Debería hacerse aquí un inciso sobre el carácter del pueblo polaco, demostrado a lo largo de su historia; es decir, sobre su orgullo y su incapacidad para el compromiso. Geográficamente, Polonia está entre las pinzas de una tenaza. Una se llamaba Prusia (luego Alemania) y Rusia (luego la Unión Soviética); en religión la pinza se llamaba protestantismo por un lado e Iglesia ortodoxa por el otro. Ellos en medio, católicos y polacos. La alternativa se llama después nazismo o comunismo frente a una república democrática. ¿Qué hace un Estado cuando se encuentra en esa difícil y permanente postura de debilidad? Procura aliarse alternativamente con uno al menos de los poderosos vecinos, intenta contrarrestar la amenaza del primero sonriendo al segundo. Esto es lo que haría un país normal, pero Polonia no lo es, y ellos mismos admiten que son demasiado tercos para ser diplomáticos. Y así les ha ido, claro; los vecinos se ponen de acuerdo fácilmente contra quien les trata igualmente mal, y caen sobre el sabroso bocado. Así, los tratados de partición de Polonia fueron algo corriente en las cumbres europeas de los siglos XVIII y XIX; en el XX, rusos y ale manes aprovecharon el hecho de que el Gobierno de Varsovia era enemigo de ambos para proceder en 1939 a otro reparto que, rectificado en 1945, todavía se mantiene.

E se carácter extremista nacional marcó también el fin de la experiencia de Solidaridad. Envalentonados tras conseguir éxito tras éxito ante un partido comunista que, asustado ante la vitalidad del movimiento, iba cediendo una y otra vez a sus demandas, los miembros de Solidaridad -tengo entendido que contra la opinión de Walesa- llegaron nada menos que a enviar una circular a las demás centrales sindicales del resto de la Europa socialista para pedirles que exigieran los derechos que ellos estaban obteniendo. Recuerdo que leí la noticia en Viena y pegué un salto en la silla. ¿Cómo iban a tolerar los Gobiernos del Pacto de Varsovia que se instigara a la rebelión local desde el país que sólo con su ejemplo ya representaba un escándalo para la ortodoxia comunista? Y, efectivamente, ocurrió lo temido... o quizá afortunadamente lo menos temido. JaruzeIski sacó sus carros de combate a la calle para evitar que lo hicieran los soviéticos, como ocurrió en Budapest y Praga. "La paz reinó en Varsovia", como decía el trágico parte del representante del zar tras ahogar en sangre la sublevación patriótica del siglo pasado...

Y Polonia volvió atrás política y económicamente... En 1983 -era mi tercera visita- la encontré triste, desabastecida, tascando el freno de una represión que, la verdad, sólo actuó cuando el desafío fue excesivo, y sobre todo, refugiándose, como ha hecho en tantos momentos de angustia, en la religión. Flores y más flores en la iglesia donde rezaba el sacerdote asesinado; cruces y más cruces en los pechos de los polacos que se pasean por la vieja plaza reconstruida después de la guerra. Resulta curioso para el llegado de la tradicional España encontrar en Cracovia muchos más sacerdotes con sotana que en nuestro -país. Resulta asombroso para cualquier persona de cualquier parte, creyente o no, la peregrinación a la Virgen Negra, con millares de seres humanos sin distinción de edad arrostrando el mal tiempo a lo largo de una carretera festoneada de gallardetes para ir a pedir a la Virgen que ayude a este pueblo.

¿A qué? ¿A separarse del mundo socialista? No estoy muy seguro. Mí impresión personal es que no hay demasiado interés en romper totalmente con un régimen con el que se han acostumbrado a convivir. Lo que intentan, lo que desean, es que sea el Gobierno el que no rompa con ellos ni con su tradición. Que les deje rezar a su manera, comprar y vender a su manera; vivir, en fin, a su manera. Muy poco. O demasiado.

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