El timo del trapecista
Televisión Española paga a cientos de cantantes que no cantan. No es que canten bien o mal. Es que se les paga por cantar y resulta que no cantan. Pero se les paga. Cobran no por presentar una actuación en directo y, por tanto, única e irrepetible, que jamás volverá a mostrar igual ni siquiera el mismo artista, sino por obsequiarnos con su famosa figura y sus ridículos gestos dramáticos. Miguel Bosé, Raphael, La Trinca, los habituales y los que no lo son en la pequeña pantalla son protagonistas de la misma sensación de fraude: aunque canten de verdad ya parece que lo pretenden, y esa es la sensación que domina en el telespectador.El pregrabado elimina riesgos y, sobre todo, engaña. No hay que olvidar que todo disco es en realidad un buen engaño. Los artistas cantan 30 veces una misma música, los ingenieros de sonido escogen los mejores trozos, los recomponen, los juntan a las bandas de los instrumentos, grabados quizá semanas antes, evitan los desafinamientos, incluso pueden subir el tono de una grabación, y al final el resultado es puro laboratorio,
Lo aceptamos porque hay que rendirse a la tecnología; pero no tiene ningún mérito interpretar ese disco. Para el espectador carece de interés ver al supuesto artista cantando algo milimétricamente igual a lo que han reproducido las emisoras o el tocadiscos de casa. Y no hay por ello que pagarles decenas de billetes; ni mentir: "Ahora va a cantar Menganito". Menganito no.canta, se limita a hacer el pamemo. A este paso, cualquier día llegaremos a un circo y, en lugar del triple salto mortal de un trapecista, observaremos una película que lo reproduzca, seguramente rodada cuando el saltimbanqui estaba en su mejor forma; o quizás trucada mediante trozos sueltos de otros saltos, incluso fallidos, que al final, un a vez unidos, muestran una pirueta que jamás llegó a producirse. Probablemente no tendremos siquiera que batir las palmas: los aplausos serán oportunamente facilitados por las columnas de sonido.
En el riesgo -aunque sea con red- es donde reside el mérito: el riesgo de la equivocación, de desafinar, de la pérdida de, ritmo. Y es ahí donde se ven las diferencias entre los verdaderos artistas y los productos de laboratorio. Porque ahí también reside la posibilidad de construir una obra inédita, inesperada, genial, alejada del plástico y de la técnica del estudio de grabación. Sin el directo, sólo existe un riesgo: que el magnetófono sufra una avería.
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