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Tribuna:VIAJESLAS NOSTALGIAS DE ULISES
Tribuna
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La Sicilia de Giuliano

Un libro y una noticia han colocado en la actualidad periodística un recuerdo lejano. El libro es el de Mario Puzzo; la noticia, que en Montelepre, la cuna del bandido siciliano, reciben continuamente a turistas admiradores de su gesta, gente, que compra postales de la casa donde nació Salvatore y beben el aperitivo Amaro Giuliano.Yo estaba en Italia -mezcla de estudiante de historia y de corresponsal de Prensa cuando surgió el fenómeno. Un hombre se había alzado en la rugosa, difícil Sicilia, declarando la guerra a la sociedad representada por los ricos y al Estado personalizado en los carabineros. Raptos y secuestros de gente con posibles para obtener un rescate que, a veces, repartía entre los necesitados como un José María El Tempranillo redivivo; emboscadas a los carabineros que intentaban cortar sus hazañas. La serie de empresas subió, en pocos meses, de forma impresionante: entraban millones en las arcas de Giuliano, lo que le permitía adquirir armas cada vez más sofisticadas y atraer nuevos compañeros a la banda. Por otro lado, los destacamentos enviados en su busca por los airados jefes policiacos -¡un salteador en pleno siglo XX!- sufría baja tras baja en los combates con un Giuliano que tenía la ventaja del conocimiento del suelo y la complicidad, afectuosa o temerosa, de los habitantes. Hasta 100 carabinieri pagaron con su vida el intento de acabar con él y la fama creció como sus recursos.

Y un día esa fama recibió la consagración periodística total con la aparición de su imagen en la revista más vendida de la época, apareció una entrevista que causó sensación, lo que los norteamericanos llaman un scoop y nosotros pisotón periodístico. Dos enviados habían conseguido lo que miles de hombres armados no habían podido hacer: encontrar a Giuliano. Habían sido meses intentando contactos que la suspicacia del bandido hizo difíciles hasta llegar a la cita secreta en Palermo, un viaje en coche con los ojos vendados, un ascenso a pie por vericuetos difíciles... y por fin allí estaba el hombre más buscado de Italia. Era un mocetón de unos 26 años, de pelo negro como buen siciliano, que se exhibía vanidosamente en 20 fotografías, siempre con su mitra en la mano y encaramado en un risco detrás del cual se divisaban las montañas que eran su refugio y su dominio.

Y si el impacto fotográfico fue grande, el de sus declaraciones tampoco fue pequeño. Salvatore Giuliano no se presentaba como un bandido simple, ávido de vengarse de un mundo hostil, sino como un estadista que reivindicaba la independencia para Sicilia.

Esto suena ahora risible pero en 1948 no lo era tanto. El país había salido vencido de la guerra hacía apenas tres años y como es sabido las derrotas provocan en los pueblos una fuerza centrífuga de la misma manera que las victorias los hacen más compactos. Cataluña quiso separarse de Castilla ante la debilidad de Felipe IV, no cuando la grande- za de Felipe II y Alemania se unificó bajo el rey de Prusia al calor de la victoria de 1870 contra los franceses. En aquella Italia yo ya había sabido a menudo de las ansias de dis- tintas provincias periféricas de soltar las amarras con un Estado que, aparte de olvi- darlas continuamente, las había arrastrado a una guerra sin esperanzas. En el caso de Sicilia conocía las declaraciones de un tal Finnochiaro-Aprile, diputado en el Congreso y partidario de la total autonomía de su isla. No era, pues, tan raro que Giuliano quisiera ennoblecer sus gestas dándoles un contenido patriótico-separatista aunque a la pregunta lógica del periodista de cómo iba a vivir una isla tan pobre sola, respondió que se aliaría con EE UU y si hacía falta se convertiría en un Estado más de la Unión.

La lectura de la entrevista provocó como es lógico una reacción intensa por parte del Estado. No se trataba ya de acabar con un fuera de la ley sino de cortar en flor un movimiento separatista que, dada la popularidad romántica de Giuliano, podía cobrar una fuerza peligrosa. El Gobierno multiplicó sus esfuerzos en campaña pero en esa ocasión los amplió astutamente a los políticos. Como en los viejos tiempos romanos, ante la dificultad de vencer militarmente buscaron (¡recuerdo de Viriato!) la forma de que sus partidarios hicieran el trabajo que no podían hacer sus enemigos. Los intentos de soborno dieron fruto justamente en el hombre más cercano al bandido, su primo Pisciotta, que en las fotografías famosas aparecía siempre cerca de Salvatore -"es mi mejor amigo y compañero" había afirmado Giuliano a los periodistas, "el único que sabe dónde duermo cada noche"- Desgraciadamente para su suerte lo sabía. El papel de eterno segundón influyó quizá tanto como el dinero en el ánimo de Pisciotta que, una madrugada, descargó el peine entero del fusil ametrallador sobre un Salvatore que dormía confiadamente. Al oír los disparos entraron los carabineros, apostados cerca, tras recibir, el día anterior, el aviso del asesino, y compusieron la puesta en escena prevista. El cuerpo del bandido fue colocado en el patio de la casa y un ufano capitán se retrató junto a él mostrando el arma que le había permitido matar a Giuliano. El oficial fue condecorado y ascendido y todo el mundo creyó en la versión oficial.

Todo el mundo menos algunos amigos de Giuliano a los que desde el principio les pareció poco clara la historia. Pisciotta había sido detenido con los demás miembros de la banda para mantener su coartada y en la cárcel esperaba el indulto prometido por el Gobierno aparte de la cantidad ya recibida por su familia. Pero lo que llegó en lugar del papel oficial fue un dulce enviado por sus amigos, un dulce tan amargo que fue lo último que como en su vida.

Dos años después yo estaba en Sicilia y en Taormina, ese bello pueblo que tiene la palmera y el mar azul a los pies y el volcán Etna con la cabeza nevada en el horizonte, y hablé con un campesino sobre el legendario personaje. Movió la cabeza tristemente: "Ojalá tuviéramos en Sicilia mil Giulianos".

Era la voz de un pueblo desesperado por la pobreza y el abandono de siglos, una desesperanza que dio motivo al nacimiento de la Mafia como forma de solucionar, entre ellos, los problemas que jamás les resolvían los extranjeros que llegaban de fuera. Ni los forasteros que llegaban de dentro. Me he acordado mucho de aquel campesino al leer que peregrinos innumerables visitan el lugar donde nació el último bandido generoso. Parece que la isla sigue necesitando héroes que la liberen, no ya de Italia sino del medioevo.

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