Sindicalismo: participación y solidaridad
El día 20 de junio asistimos en España a la convocatoria de una huelga general política (que es su exacto nombre y apellidos), resultado de la cual se han dado las más variopintas opiniones y predicho futuros con respecto a lo que la misma iba a suponer para el movimiento sindical. Los convocantes han venido insistiendo no ya en corregir o modificar determinados aspectos de la política económica del Gobierno socialista, sino en algo distinto, como es el modelo sindical construido tenazmente por los trabajadores y la UGT, basado en la participación y, la solidaridad.Otro día 20, pero de julio, se han conocido las resoluciones del comité confederal de la UGT, cuyo punto central es la reafirmación de nuestro modelo sindical como mejor medio para corregir los desequilibrios de nuestra sociedad y hacer que los trabajadores participen en la construcción de su destino y de su futuro.
La urgencia de su efecto
No pretendiendo en absoluto abominar de la huelga como instrumento, sino todo lo contrario, parecen oportunas unas reflexiones, tanto respecto a ella como en cuanto a la política de concertación y a la unidad de los trabajadores.
En primer lugar, los convocantes se apresuraron en trasladar a los trabajadores y a la opinión pública que, además de inversión de futuro, la huelga había servido para que se modificasen algunos aspectos de la reforma de la Seguridad Social, lo que era a todas luces una actitud de justificación frente a la exigencia de resultados de los trabajadores hacia los propios convocantes.
La huelga, como saben todos los traba adores, es sólo un medio, nunca un fin. La huelga es el último -no el primero- de los instrumentos de presión. Así ha sido en toda la historia del movimiento obrero, hecho este que el llamado sindicalismo de nuevo cuño está prostituyendo permanentemente por razones políticas y de ausencia de alternativas reales a los problemas.
La aceptación de cualquier compañero de viaje, presentada como una acción de unidad de los trabajadores, fue una forma soterrada de ocultar la propia debilidad organizativa de los convocantes para semejante aventura. En segundo lugar, se ha querido trasladar que el sindicato no convocante ha sido un interlocutor interpuesto en un hecho cuyos verdaderos protagonistas han sido quienes han participado en la misma, pretendiendo presentar a UGT como usurpadora de los esfuerzos y sacrificios de otros en su propio provecho. Se ha pretendido obviar el esfuerzo acumulado por UGT y sus militantes en la lucha ante la reforma de la Seguridad Social.
Confusiones no. El oportunismo surge de la otra parte y hace acto de presencia con la adhesión, a la manifestación del día 4 convocada por UGT y punto central sobre el que se ha movido la presión sindical hacia el Gobierno.
El argumento de si se ha retocado después del 4-J o del 20-J es infantilismo de quien no practica todos los días la negociación-presión y sus efectos en el tiempo, o quizá el que maneja ese argumento en el fondo no quería que se modificase nada.
Es incontestable que las mejoras logradas han sido consecuencias del esfuerzo de los trabajadores y de la UGT en el mantenimiento de una continuidad en la acción sindical y política.
Se ha detectado que uno de los objetivos del convocante era cuestionar un modelo sindical, pretendiendo minimizar lo que es básico en un sindicato, que es la negociación-presión y no la violencia-confrontación.
Confima esta tesis el presentar la actitud negociadora como una acción de domar o domesticar a los sindicatos. Quien así se manifiesta permanentemente no concibe a los trabajadores como seres inteligentes, excepto, claro está, a sí mismo, que, además de inteligente, pretende convertirse en salvador de clase.
Participación-concertación
Hay que aclarar con urgencia, para evitar confusionismos, que la concertación social es una lógica coyuntural del modelo de participación de los traba adores, justificada por la situación en que pueda encontrarse un país.
Si responsablemente, con visión de Estado, se acepta la gravedad de una situación determinada, ya sea económica o política, llegándose a la conclusión de la necesidad de esa concertación, hay que ser absolutamente consecuente y riguroso en su puesta en práctica.
La ausencia de acuerdo o una negociación no fructífera no pueden poner en discusión lo que es un valor permanente, consecuencia de un modelo sindical basado en la participación y la solidaridad.
Es más, la riqueza del modelo en sí se constata en la insatisfacción que produce en los interlocutores, forzándolos al entendimiento, como ya ocurrió ante la ausencia de actierdo social en 1984.
Por tanto, la huelga del 20-J no ha supuesto una ruptura en esta política, sino la demostración clara de la necesidad de fortalecimiento de la misma. Pero el sindicalismo de participación y solidaridad tiene sus exigencias.
Unas, hacia los poderes públicos y empresariales, que no pueden ser cicateros fre nte a las exigencias de información y participación de los trabajadores, y otras, hacia el propio movimiento sindical.
Este modelo no puede realizarse ni con demagogias, ni corporativismos, incompetencias, ni mucho menos con mentes y actitudes violentas y totalitarias.
Aquí radica el mayor problema del sindicalismo en España: en que aún hoy cuesta mucho aceptar que el progreso de la clase trabajadora no se hace con frases, sino con una acción sindical dura y permanente que trabaje por delante de los acontecimientos y no a remolque de ellos.
Por eso la UGT manifiesta e insiste tanto en que "un sindicato se mide por lo que consigue y no por lo que pide", y que la "solidaridad es más que una palabra".
Dividir las actitudes y estrategias sindicales bajo el simplismo de duros o moderados es hurtar a los trabajadores un juicio y exigencia a sus dirigentes en base a lo que realmente han conseguido solucionar. Es en síntesis no ya mantener, sino contribuir al debilitamiento del movimiento sindical activo, el que la única preocupación del dirigente sea acertar en la frase o en el gesto, olvidándose del trabajo constante para conseguirlo.
La huelga del día 20 demostró con nitidez a los convocantes que es en base a la particiapción como los trabajadores quieren conseguir sus legítimas aspiraciones y que es necesario, por tanto, mantener y fortalecer el diálogo y la negociación entre los interlocutores sociales.
La unidad
Toda acción obrera debe perseguir, entre otros fines, que la misma suponga avanzar en el proceso de la unidad de los trabajadores. Aquí los convocantes, en su análisis, han vuelto a errar de plano, presentando la huelga del día 204 como una acción que iba a favorecer la unidad, y particularmente con la UGT. Todo lo contrario. La huelga del día 20-J ha tenido la virtualidad de demostrar quiénes somos unos y otros, qué medios se emplean para justificar las acciones y, sobre todo, los objetivos finales de las mismas.
Si había alguien en este país que pudiera pensar que la violencia se había alejado definitivamente del movimiento sindical, que rectifique, y cuanto antes. Porque si queremos construir un futuro de convivencia y progreso en un marco de libertades políticas, enriqueciendo la democracia, es imprescindible el respeto a las personas, los bienes y las instituciones. La Constitución no puede ser respetada sólo parcialmente.
Los trabajadores (todos) no hemos luchado por la libertad en España para que la misma sea administrada por ningún grupo, y esto, que lo saben los convocantes, es una factura que ya han comenzado a pagar, a pesar de su empeño en desviar o minimizar una realidad vivida por los trabajadores y los ciudadanos.
En esto nos diferenciamos: el sindicalismo de clase y democrático choca frontalmente con ideologías totalitarias que conciben al sindicato como correa de transmisión e instrumento para controlar a los trabajadores. De ahí que en el proceso de unidad se haya progresado poco, limitándose la misma a acciones muy concretas y puntuales.
Por tanto, no es posible la unidad (salvo en temas concretos) con alguien cuya ideología, y en consecuencia proyecto de sociedad, es totalitario. Y mucho menos cuando soterradamente esta unidad se pretende basar en una hipotética (imposible) ruptura del movimiento socialista, porque eso, además de lo anterior, es claramente reaccionario.
El movimiento sindical en España ha avanzado en pocos años considerablemente en cuanto a estrategia y reivindicaciones. Y ha sido fundamentalmente en torno a las iniciativas y planteamientos de la UGT.
La política de concertación ha sido la expresión de esa política de solidaridad. No hay razones que justifiquen desandar el camino.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.