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Reportaje:

José María Vázquez Honrubia

El magistrado que investiga el espionaje a partidos políticos se considera un individualista que añora su época de juez rural

Esboza una media sonrisa entre introvertida e irónica, pero dando a entender que él también pertenece al territorio de sus bromas. El azar ha querido que le tocara, mediante sorteo, investigar el caso del espionaje a los partidos políticos. "¡Qué barbaridad a quien le caiga!", comentó horas antes de que se supiera que él era el agraciado. Ahora, este juez de 31 años, enemigo declarado del vedetismo, trata de secarse la espuma de su repentina -"y espero que efímera"- popularidad.

Una úlcera que le vampiriza las carnes desde los 16 años parece ser la principal responsable de su extrema delgadez. Alto y desgalichado, José María Vázquez Honrubia encarna toda la estampa del asténico. Un porte británico que se refleja especialmente en el aspecto deportivo, en su habitual dedicación al tenis y al esquí."He subido arriba demasiado pronto por circunstancias históricas, como casi todos los de mi promoción -la XXVI- Ingresé en 1980, en una época en la que proliferaron las jubilaciones y hacían falta jueces", asegura con una mezcla de placidez y firmeza.

El caso del espionaje a los partidos ha sido "el más efervescente", pero tiene entre manos otros conflictos "de mayor trascendencia para las personas, como las estafas de inmobiliarias o de cuello blanco, que generalmente perjudican a gente modesta, a jóvenes que, por ejemplo, pensaban casarse y que se quedan sin piso y hasta sin boda". Le preocupa que la costumbre le haga perder la sensibilidad. "Un juzgado es la alcantarilla de la sociedad". El ya sabía en lo que me metía cuando se hizo juez, "pero uno se siente impotente... Es un trabajo escasamente gratíficante, en el que convives cotidianamente con el horror". Como compensación, trata de separar su vida de juez y de ciudadano, una esquizofrenia que considera saludable. "Hay que bloquearse al salir de aquí para no volverse neurótico. Disfruto mucho de cada instante, quizás por esa cercanía con la muerte.

Su primer destino fue Cabra (Córdoba), adonde llegó con la carrera estrenada y recién casado, y donde nació su primera hija -tiene otro niño de tres años-. Añora su etapa de juez de pueblo, "porque en un pueblo conoces a todos y eres juez civil y penal a la vez; así que puedes obligar a un señor a que pague la pensión a su ex mujer; en una ciudad todo es más burocrático". Lo que más le obsesiona es la exasperante lentitud de la justicia, "juzgar a un chico por el robo de un coche dos años después, cuando ya es otra persona".

De Cabra fue a Ocaña, donde asumió también la vigilancia penitenciaria de las respectivas cárceles, un período duro del que guarda buen recuerdo, "porque puse en orden varios recursos". La variedad de sus funciones hizo que un día el cartero le llevara una carta dirigida al "jefe de las obras de la Nacional-4", una de las pocas tareas de las que estaba exento. En 1983 pasó a Bilbao, y en 1984, a Madrid.

Apuesta claramente por la independencia, pero "la neutralidad exquisita es imposible". Perteneció al colectivo Francisco de Vitoria, de ideología intermedia entre la conservadora asociación profesional y la progresista Jueces para la Democracia, pero lo abandonó "porque no acabo de encontrarme a gusto en ningún grupo. "Quizá sea un individualista", añade con sibilina sonrisa.

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