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Las paradojas de Israel

La odisea de los falachas, esa comunidad judía pretalmúldica rescatada ahora del hambre africana e incorporada al Estado de Israel, es el punto de arranque para una reflexión del autor de este artículo sobre el carácter de la nación israelí. Un microcosmos de las culturas europeas, una sociedad contradictoria donde se mezcla la teocracia con un amplio agnosticismo sociológico, un nexo de unión por el odio entre todos los Estados árabes, una reconstrucción de un cierto espíritu comunitario o tribal frente a la conservación de un espíritu parecido entre los árabes, Israel es todo esto, entre otras muchas cosas, a veces contradictorias. En cualquier caso, para Poliakov lo que no ofrece dudas es que los israelíes constituyen un pueblo aparte.

En la antigüedad, la dispersión de los judíos a través del Viejo Continente era tan amplia, si no más, como en nuestros días, en los que, salvo raras excepciones, ya no hacen prosélitos. Se extendía desde España (véase la Epístola a los romanos, XV, 24 y 28) hasta China (véanse los relatos de los jesuitas, quienes en el siglo XVIII tenían excelentes motivos para interesarse por los judíos chinos). Los orígenes de esas antiguas juderías son oscuros; las hipótesis sobre este tema, innumerables; éste es especialmente el caso de los falachas, a cuya odisea ha pasado revista recientemente la Prensa mundial (en esta ocasión se han descubierto algunos textos apócrifos excluidos del canon veterotestamentario; es posible que estos textos reserven algunas sorpresas a los estudiosos de la Biblia).Los rabinos israelitas han decidido afiliarlos a la tribu perdida de Dan, a fin de judaizar convenientemente a estos judíos pretalmúdicos, es decir, ignorantes de la ley oral o rabínica que desde el comienzo de nuestra era sirve de regla de vida a los judíos practicantes. El caso de los falachas es, pues, único en su género.

Dicho esto, resulta imposible en la actualidad una definición satisfactoria de los judíos en general. Al menos desde el punto de vista laico. El fundador del Estado de Israel, David Ben Gurion, había consultado con este propósito a una cincuentena de eruditos, tanto laicos como religiosos; al final tuvo que plegarse a la definición rabínica (es judío el hijo de una madre judía) que sirve de principal fundamento a la famosa ley del retorno.MICROCOSMOS DE CULTURAS

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¿Qué son, pues, los judíos? Una raza, según la opinión predominante entre los genetistas contemporáneos, el concepto mismo de raza es inaplicable al género humano. Como ha escrito el premio Nobel François Jacob, para la especie homo sapiens la cultura hace el oficio de un "segundo código genético" (lo que en el fondo se presentía desde hace mucho tiempo: véase el proverbio "la costumbre es una segunda naturaleza").

En el sentido antropológico del término, los judíos son, pues, una cultura. Pero una cultura muy particular, "un pueblo aparte", según el Antiguo Testamento, convertido en Israel en una especie de microcosmos de las culturas europeas. Hace medio siglo, Sigmund Freud escribió que los judíos habían introducido en Palestina todos los defectos de los europeos. En la actualidad, cuando inmigrados asiáticos y africanos se han unido a la provisión original europea, el problema reviste formas nuevas. Lo que nos reconduce al caso de los falachas, quienes, a pesar de su pequeño número, plantean a los israelíes un montón de problemas económicos, culturales, religiosos e incluso raciales; pero he aquí también una importación europea. Por otra parte, los falachas han reanimado la llama sionista, bien apagada desde hacía una quincena de años, hasta el punto de que, para las jóvenes generaciones, el sionismo había llegado a significar una especie de bla, bla, bla. Los israelíes discuten de todas estas cuestiones con una pasión muy mediterránea, reforzada, no hay ni que decirlo, por las crisis financieras y las amenazas políticas de que es objeto su joven Estado.

Para ver todo esto con mayor claridad es importante tomar en consideración los vínculos existentes entre los israelíes y los judíos de la dispersión, tres veces más numerosos. Vínculos muy ambivalentes: por un lado, estos últimos, en su gran mayoría, son solidarios con el Estado hebreo e incluso se sienten culpables de aprovecharse de las buenas tajadas del exilio; por otro, son numerosos los que, abiertamente o en secreto, aspiran a una asimilación total con sus respectivos conciudadanos. Por otra parte, con frecuencia quieren las dos cosas a la vez ("to have the cake and to eat it"), y ésta es una vieja historia que se remonta a los tiempos de los marranos. Una máxima todavía más antigua dice "que resulta dificil ser judío". En cuanto a los israelíes, éstos estiman que sus hermanos de la dispersión les deben ayuda y asistencia, que su deber es establecerse permanentemente en el Estado judío, y, con este fin, tienen tendencia a predecirles un segundo genocidio: para un pueblo asediado por sus enemigos árabes desde hace medio siglo, todos los medios son buenos. Esto no impide que en todo ello se mezcle el humor proverbial, que corre el riesgo de ejercer el efecto contrario: "Para hacer una pequeña fortuna en Israel es preciso llegar a él con una gran fortuna", se dice allí.

De lo que precede resulta que los israelíes son un pueblo muy paradójico. Una primera paradoja es el contraste entre una democracia desgarrada por las disensiones internas, tanto más cuanto que la libertad de expresión en Israel es total, y un ejército de soldados-ciudadanos cuya fuerza principal es una disciplina fundada en el civismo y la abnegación, pero poco preocupada por la jerarquía (salvo en caso de guerra). Luego los combatientes pertenecen a la vez a la sociedad civil y a la sociedad militar, estado que en esas condiciones suscita una especie de esquízofrenia colectiva.

Otra paradoja es la impopularidad actual de los kibutzim, esas sociedades de ensueño que encarnan el ideal socialista y que agrupan a un 4% de la población, pero suministran un buen tercío de los oficiales de elite. Hay que haber vivido en ellos para apreciar la fuerza moral de estos idealistas, envidiados por la sociedad israelí con el pretexto de su aburguesamiento. Es verdad que han alcanzado un cierto desahogo económico -colectivo o comunitario-, el mismo con que soñaban los socialistas de antaño.

Esta envidia constituye uno de los síntomas de la degradación de las costumbres desde hace más de un cuarto de siglo: los idealistas de antaño se han convertido en burgueses, grandes o pequeños; el principio de no emplear a los palestinos en las tareas ingratas es pisoteado, y por último, el absurdo político-económico (liberal) del Gobierno de Beguin ha golpeado duramente a las clases pobres. En consecuencia, la crisis mundial ha alcanzado de lleno a Israel; desde hace tres o cuatro años, la inflación crece a razón de un ciento por ciento anual; el país está endeudado hasta el punto de que su independencia está amenazada porque ya no le queda mucho que negar a su gran aliado estadounidense. No obstante, continúa ofreciéndole unos servicios muy valiosos: no sólo constituye la avanzadilla estratégica de Estados Unidos, sino que sus tecnologías de punta no tienen mucho que envidiar a las de Silicon Valley; en el dominio de la medicina, los millonarios e incluso los dirigentes árabes se hacen cuidar gustosamente en Jerusalén. Esta paradoja es, pues, una paradoja... árabe.REPARTO DE PAPELESPero la paradoja principal de Israel es de otro orden: procede del contraste entre un régimen calificado a menudo de teocrático y la historia e incluso la prehistoria de este régimen. Como se sabe, el primer profeta del sionismo político fue un judío vienés, Teodoro HerzI. El asunto Dreyfus le inspiró el sueño de un Estado judío en calidad de remedio

definitivo para el antisemitismo; este Estado debía ser laico, tener por lengua el alemán y servir de faro de la civiliación en todo Oriente Próximo. Cuando a comienzos del siglo XX se intensificó la colonización sionista, el hebreo, legado de los ancestros, resucitó espontáneamente; inmediatamente después de la I Guerra Mundial tomó forma el nacionalismo palestino bajo el efecto de intrigas en las que los potentados árabes, el Reino Unido, la Italia fascista y finalmente el III Reich desempeñaron cada uno su papel. En el curso de los años treinta se desplegó sobre Palestina una ola de sangrientos pogromos. Los colonos judíos se vieron obligados a militarizarse bajo la drección de un excéntrico oficial escocés, Orde Wingate, el futuro héroe de Birmania. Llegamos así a la II Guerra Mundial. Después del genocidio nazi, los colonos tuvieron que llevar luto por seis millones de correligionarios y llorar la pérdida de centenares de millares de hijos, padres y demás seres queridos. Sonó entonces la hora de los rabinos y del despertar de la mística. En seguida, en el momento de la fundación del Estado judío, el Gobierno de Ben Gurion puso su empeño en aprobar una Constitución ideal, es decir, la peor de todas, puesto que el sistema electoral se basa en la representación proporcional, extendida al conjunto del país. Como resultado de la misma, el Parlamento israelí cuenta con un 10% a un 15% de diputados pertenecientes a los partidos religiosos, que sirven de contrapeso entre el bloque de izquierda y el de derecha, de manera que ninguna coalición puede prescindir de ellos. El resultado es que estos partidos pueden dictar las leyes matrimoniales, prohibir la cría de ganado porcino o impedir que los aviones del El Al, la línea aérea nacional, vuelen el sábado. Es también la Constitución israelí la que permite la elección del rabino Meir Cahane, un apóstol del terrorismo que no cuenta con muchos admiradores: el propio Menájem Beguin lo ha calificado de "vergüenza del país".TRADICIÓN BÍBLICA

Abstracción hecha de la Constitución Israel es un país muy marcado por la tradición bíblica. En efecto, la instrucción pública impone el estudio sistemático del Antiguo Testamento; las fiestas judías son respetadas por la mayoría de la población, y este ambiente, que un buen número de israelíes encuentran insoportable, contribuye en muchos otros a la escalada de un misticismo, ya sea pacífico, ya sea fuertemente beligerante. Pero no se puede hablar de teocracia en tanto que una buena mitad de la población es agnóstica o atea y que existen innumerables subterfugios para escapar de la influencia de los rabinos. Para casarse, se puede volar a la cercana isla de Chipre o, más sencillamente, vivir en concubinato; en numerosos kibutzim y en otros lugares se crían cerdos; sería imposible enumerar todos los subterfugios empleados.

Pasemos ahora al problema principal de Israel, el que sirve de clave para la mayoría de los demás problemas: la defensa de su territorio, es decir, de su existencia. El mismo día de su fundación, el Estado judío fue atacado por los Estados vecinos; un pais del tamaño de Bélgica sigue estando cercado por el mundo árabe, un mundo más extenso que Europa, que cuenta con más de 200 millones de habitantes; un mundo, por último, cuyo nexo de unión es el odio a Israel, propagado a través del mundo entero. Este odio se beneficia de diversas ayudas, especialmente la de la Unión Soviética y la de los petrodólares: curiosa alianza que impone la ley en las organizaciones internacionales y les dicta de año en año una serie de resoluciones antisemitas redactadas en todos los tonos.

Lleguemos ahora al problema palestino propiamente hablando. A propósito del mismo, yo escribía al día siguiente de la guerra de Líbano "que en 1948 se infligió al pueblo palestino una injusticia suprema y que desde entonces su suerte, que sigue estando en suspenso, es dramática. Sin duda, lo hubiera sido menos si tanto algunos Estados como algunos organismos -las potencias árabes, la OLP, las Naciones Unídas, Moscú y sus satélites, un sector de la intelligentsia occidental, incluso el Vaticano- no se hubieran arrogado el derecho de hablar directa o indirectamente en su nombre. Esta solicitud no se ha extendido ni a los kurdos, ni a los afganos, ni a las últimas tribus de la Amazonia. Apenas a los camboyanos... La lista sería larga. Al evocar el destino de los palestinos, resulta imposible olvidar este telón de fondo".

¿Se puede permanecer objetivo sobre una tal cuestión? Que yo sepa, solamente un autor ha intentado serlo, autor que tiene la particularidad de ser druso: Rafik Halawi, que actualmente es uno de los dirigentes de la televisión israelí. Resulta característico que su excelente obra, titulada West bank story, no haya sido publicada más que en Alemania y en Estados Unidos.

Para concluir, se puede intentar una comparación entre árabes e israelitas en el sentido de que los unos han conservado y los otros han reconstruido un cierto espíritu comunitario o tribal, consistiendo la diferencia en que los primeros se matan entre ellos mismos de la manera que todos conocemos, mientras que los segundos, por regla general, evitan, en la medida de lo posible, verter la sangre del hermano, con arreglo a un mandamiento que se remonta al ancestro común Abraham/Ibrahim. Dedicidamente, los israelitas constituyen un pueblo aparte.

es uno de los mayores expertos en historia de los judíos. Fue delegado especial en los procesos de Nüremberg. Es autor de una Historia del antisemitismo y director de investigaciones en el Centre National de la Recherche Scientifique de París.

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