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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El rumbo de la Iglesia española

La 421 asamblea plenaria de los obispos españoles, que finalizó ayer, sábado, ha elaborado varios documentos sobre distintos temas de actualidad. El sacerdote autor de este artículo repasa los asuntos abordados por los obispos.

En una sociedad democrática, lo mejor que se puede esperar de cada grupo social es que diga claramente lo que pretende y explique su razón de ser y existir. Todos los intereses que dan cohesión a cualquier tipo de agrupación, desde los más trascendentes hasta los más inmediatos y materiales, tienen que formularse claramente. Y esto es ya hacer un gran servicio a la convivencia democrática, que, en definitiva, se reduce a la perfecta y pacífica articulación de los derechos, de las aspiraciones y del que hacer de todos los individuos y grupos donde éstos se insertan precisamente para poder ejercer su libertad.Habrá que retroceder al menos medio siglo para comprender por qué la Iglesia española no pudo identificarse o no supo hacerlo, pendiente de los conflictos internos y de las sorpresas que la vida pública iba poniendo a su paso. Ya era hora de que ella por sí misma tomara la iniciativa y definiera su vida propia sin desoír las voces de la realidad social y cultural circundante.

No seré yo quien eche las campanas al vuelo, porque la declaración de los obispos es fundamentalmente doctrinal, profundamente teológica, necesariamente abstracta, y requiere una relectura para el hombre de la calle, no habituado a ir a la raíz de las Causas y problemas pastorales y teológicos. La mayor parte de las dificultades y desfiguraciones de -su presencia en la nueva situación plural, democrática y en proceso de secularización de nuestra sociedad, arrancan de atrás. Más bien ha tenido que definirse ante: el Estado con fórmulas de unión o desunión que reducían su imagen al entramado del poder. Esta vez no es el mundo político, ni el complicado aparato de la Administración pública, ni un conflicto particular político-religioso donde los obispos tienen que mojar su pincel para delimitar el campo de su misión, ni para pintar un autorretrato actualizado de lo que es y de lo que pretende la comunidad católica.

Misión de la Iglesia

El plato fuerte de las discusiones en el aula ha sido el documento que lleva por título Identidad y misión de la Iglesia en el contexto sociocultural. O como anunció el mismo arzobispo presidente, "en una sociedad pluralista y democrática". Gran parte de la "agresividad contra la Iglesia católica", que denunciaba el presidente en el discurso de apertura, nace como residuo y autodefensa de sectores que siguen viendo en la religión católica actitudes de poder mundano y reliquias de una hegemonía de las definiciones éticas y sociales de las que discrepan y a las que temen como perturbadoras de la igualdad ante la ley de todos los españoles o como formas sutiles de utilizar la mayoría sociológica en favor de soluciones políticas que podrían apoyar aquel viejo intento de definir la realidad nacional según una interpretación al fin y al cabo ideológica y parcial de España.

Lo que los obispos se preguntan, con todo derecho, es "cómo hablar de Dios en nuestro mundo", "cómo intensificar el servicio de la Iglesia al mundo en que vivimos". Y esas dos grandes preguntas exigen que la Iglesia dé razón de sí misma y exprese claramente cuál es su objetivo propio y específico.

Para ello recorren el camino más seguro de la referencia al Evangelio, es decir, a la obra y figura de Jesús. "Cualquier actividad eclesial que no tenga suficientemente en cuenta este contenido central y radical del Evangelio de Jesucristo desfigura el mensaje cristiano y la finalidad de la Iglesia". Desautorizan, en consecuencia, las visiones parciales: la del Jesús reducido "únicamente a un reformador de la historia". Los cristianos tienen que colaborar en la transformación del mundo, pero no a partir de ninguna ideología ni limitando sus objetivos y estrategias a los de ninguna institución política.

En España crece más el número de indiferentes ante el hecho religioso que el de ateos. Crece también la cifra de cristianos no practicantes a costa de los que antes se consideraban regularmente practicantes, que permanecen dentro de la Iglesia. La desafección por las instituciones específicamente religiosas y el desgaste del mismo magisterio eclesiástico es significativo.

Tanto los cristianos integristas o fundamentalistas como los llamados progresistas son víctimas de una ideologización histórica en la que la fe se ve sometida a la cultura, quedando aquélla reducida a "un subproducto de la cultura dominante". Prefieren los obispos que "las relaciones de la Iglesia con la sociedad y de los católicos con los no creyentes sean de diálogo y de mutuo enriquecimiento".

Los obispos piden a los católicos "una fe más personalizada" que permita un ejercicio permanente de la libertad personal.

Una realidad histórica

La dificultad no está en el Evangelio ni en la persona de Jesús, raramente atacado; sino en la "incorporación real de los cristianos a la Iglesia histórica de Jesucristo". Muchos incluso se presentan en España como devotos del Papa y arguyen con las interpretaciones parciales que hacen de su magisterio contra los mismos obispos españoles. Otras veces se vive el cristianismo en grupos selectivos configurados en torno a una persona, a unas doctrinas particulares o incluso a unas determinadas preferencias políticas.

Es decir, se opta por dar preferencia a las propias ideas y a las concepciones particulares sobre la sociedad, la política y la economía. Por otra parte, desechan el temor de que la eclesialidad de la fe "ahogue la creatividad de los cristianos ni imponga una uniformidad excesiva dentro de la comunidad". Defienden la libertad de opciones políticas a partir de un mismo pensamiento e inspiración cristiana. Salen al paso de cualquier repliegue de la Igleia sobre sí misma. Defienden la opción por íos pobres, sobre todo por los nuevos pobres, de la sociedad moderna: ancianos solitarios, enfermos terminales, niños sin familia, madres abandonadas, delincuentes, drogadictos, alcohólicos y tantos otros.

En el telar de la conferencia se teje otro documento que servirá de complemento al anterior y que trata de la "responsabilidad de los católicos en la vida pública", anunciado también por el presidente en la sesión de apertura. La primera nota del mismo es la extensión del campo que abarca. Distingue acertadamente entre vida pública y vida política. La primera expresión es lógicamente un círculo mucho más amplio, aunque en las circunstancias actuales de España, el segundo se haya hinchado excesivamente hasta ocupar todo el campo del primero. Los autores de este documento se sorprenden de que los cristianos no actúen claramente como tales en todos los sectores de la vida pública. En el mundo económico, en el de los medios de comunicación, en el de asociacionismo civil, en las artes y en las letras.

El peso específico del pensamiento cristiano ha disminuido. En el círculo más reducido de la política, donde la presencia de los católicos no es escasa, no acaba de estar clara la autonomía personal de que tanto se habla. El término coherencia de la fe es insuficiente para el lenguaje de la calle. Cada uno puede explicar esa coherencia a través de su escala personal de valores o de su propia ideología. La relación fe / política, como la relación fe / cultura, no es orgánica, sino impregnada de mediaciones personales, culturales, sociales y científicas. Y es ahí donde reside el meollo de la cuestión por más que se quiera responsabilizar a los católicos personalmente de su opción política, ya que en cualquiera de los programas políticos de izquierda y de derecha existen siempre puntos discrepantes de la utopía del Evangelio.

Los obispos no entran en la gran discusión que vive la Iglesia italiana, entre los cristianos de la presencia y los cristianos de la mediación. Sí se defiende "una sola cultura cristiana", en el caso de que exista claramente definida, o si se entra en la evangélica imagen de la levadura que fermenta y se dispersa en la masa. La libertad de opción política y sus limitaciones tiene que ser defendida con ideas más precisas y valientes, si no queremos volver a caer en los disimulados partidos confesionales o en el apoyo más o menos sutil de las organizaciones apostólicas a partidos más próximos a intereses de grupo que de justicia y fraternidad. Este documento no puede retrasarse, si, como es lógico, se pretende que sea leído en el sosiego, ya casi imposible, ajeno al clima electoralista que nos amenaza.

Despenalización del aborto

Esta plenaria de los obispos, que, al parecer, ha sido prolífica, no ha dejado de contemplar la nueva situación creada por la entrada en vigor de los artículos del código que despenalizan en parte algunos casos de interrupción del embarazo. Es un documento enérgico, como era de esperar. Parten de la afirmación evidente de que "la despenalización no cambia la valoración moral del aborto provocado", que podrían firmar los mismos promotores de dicha despenalización. Califican de injusta a la ley y vuelven a la consideración de que los problemas y situaciones dramáticas que se pueden plantear con una maternidad no querida o no soportable podrían resolverse o aminorarse, entre todos, por caminos éticos, sociales y dignificantes. Explican que la Iglesia, en su Derecho, mantiene la pena de excomunión a los que, "con conocimiento y responsabilidad", realicen o colaboren en cualquier interrupción del embarazo de manera directa, y recuerdan el derecho a la objeción de conciencia reconocido en nuestra Constitución que puede ser invocado no sólo por las personas, sino por los mismos centros sanitarios, sobre todo si son católicos. Abogan por una mejor educación de la sexualidad humana y critican la práctica seguida en algunos centros de orientación familiar, promovidos por la Administración, que, a juicio de los obispos, "no tienen en cuenta las dimensiones morales de los probelmas sexuales". Postulan el apoyo al matrimonio, a la familia y a la creación de instituciones adecuadas de ayuda a los padres de hijos subnormales, y a las madres solteras. Urgen la simplificación y agilidad de los trámites administrativos para la adopción y exhortan a ajercer la vigilancia y la legítima presión social para que la ley no se convierta encubiertamente en una despenalizacíón generalizada.

Se podrá estar de acuerdo o en contra de los obispos españoles. Nadie puede negar esta vez su independencia, la seriedad de sus reflexiones y su preocupación por el servicio a los grandes valores de la convivencia desde una Iglesia que quiere ser ella misma, al margen de toda interferencia política insertada en esta sociedad concreta, cuya revitalización ética y articulación participativa tiene que desear todo español y responsable de nuestro futuro nacional.

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