Las dos superpotencias han convertido la ONU en un gigante burocrático
La ONU se ha convertido en un gigante burocrático incapaz de cumplir su tarea de "mantenimiento de la paz", 40 años después de la firma de la Carta de las Naciones Unidas en San Francisco, el 26 de junio de 1945. Ello es debido, sobre todo, a la falta de voluntad política de las dos superpotencias, que no creen en el internacionalismo y prefieren mantener un esquema bipolar Este-Oeste. EE UU, cuyo idealismo internacional, cuando todavía era aliado de la URSS, alentó la creación de las Naciones Unidas, ha dado en gran parte la espalda a la organización y se ha retirado de su principal agencia, la Unesco.
Sería difícil hallar una organización más criticada que la ONU, incluso por sus propios dirigentes. Cada informe anual de sus secretarios generales es un reconocimiento de su crisis. Javier Pérez de Cuéllar, actual secretario general de las Naciones Unidas, culpaba el pasado año a la "tensión entre las superpotencias, que prefieren la fuerza y la acción independiente", y afirmaba que "el incumplimiento de las resoluciones de la ONU y sus proliferaciones ha tendido a degradar la seriedad con que los Gobiernos y la opinión pública toman las decisiones de la ONU". Kurt Waldheim, secretario general entre 1972 y 1982, ha reconocido que la ONU "corre el peligro de ser cada vez más irrelevante en el mundo real". Su carácter de única organización verdaderamente universal y la admisión de .que no existe una alternativa mejor son los aspectos positivos de la organización.Algunos sectores de la Administración Reagan han amenazado incluso con abandonar las Naciones Unidas, un foro "donde las naciones radicales del Tercer Mundo han alcanzado un papel dominante en los debates y las decisiones", según denunció la ex embajadora norteamericana en la ONU, Jeanne Kirkpatrick. La Fundación Heritage, muy conservadora, pero influyente en el actual Gobierno norteamericano, publicó el pasado año un libro titulado Un mundo sin la ONU, en el que recomienda que EE UU reconsidere su participación en el sistema de las Naciones Unidas y argumenta que esta organización empeora los conflictos más que solucionarlos.
Potenciar su imagen
Esta semana se ha celebrado en San Francisco una conferencia con participación de 96 países miembros para analizar la actuación de la ONU, cuyos buenos oficios para la solución de los conflictos de Afganistán, o la guerra Irán Irak, o el más reciente de los rehenes de Beirut, ya casi ni merecen la atención de los periódicos. Este año se tratará de potenciar la imagen de la ONU aprovechando el 40 aniversario, y se espera la asistencia a la Asamblea General, que presidirá España, de 60 jefes de Estado y de Gobierno. "Se confía en que sea la inyección necesaria para mantener al enfermo", afirmó un diplomático español que trabaja desde hace más de 15 años en el palacio de cristal sobre el río Hudson, en Nueva York.Desde su creación por 51 naciones, ha habido 151 guerras en el mundo, en las que han participado, de una forma u otra, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (EE UU, URSS, China, Reino Unido y Francia), aunque nunca peleando entre ellos directamente. No se ha producido, sin embargo, una guerra mundial, y es posible que el secretario general, Javier Pérez de Cuéllar, tuviera razón cuando afirmó, en su último informe anual, que "sin la red de seguridad que proveen las organizaciones multilaterales, el mundo sería un lugar más peligroso y desordenado". Posiblemente el verdadero valor de la organización resida, como afirmó el ex ministro argelino de Asuntos Exteriores Abdelaziz Buteflika, en que ,aún es el único lugar del mundo donde los pequeños países pueden venir a intentar explicar sus problemas".
Paradójicamente, esta virtualidad de la organización que permite a representantes de 159 países, alguno de ellos tan insignificante como el último miembro en ingresar, Brunei, tener voto en las grandes cuestiones mundiales, provoca la ineficacia de la ONU.
Foro del Tercer Mundo
El gran éxito histórico de las Naciones Unidas, su papel en el proceso de descolonización de la década de los cincuenta y principios de los sesenta convirtió a este organismo de un club dominado por Estados Unidos y los intereses occidentales en un foro para el Tercer Mundo, que domina numéricamente y que aprovecha para denunciar al "imperialismo occidental" como causa de todos sus males. Casi todas las nuevas naciones que iban engrosando las filas de la ONU no eran ni blancas ni occidentales, estaban subdesarrolladas y no poseían experiencia internacional.El Movimiento de No Alineados, el Grupo Afroasiático y el Grupo de los 77 (ahora cuenta con más de 100 países) cambiaron radicalmente el panorama de Naciones Unidas de 1960. Estas naciones introdujeron en la agenda la cuestión del nuevo orden económico internacional o el nuevo orden de la información, vistas con tremendo recelo por Estados Unidos y los países más avanzados. Cuando los intereses económicos o tecnológicos de EE UU se ven afectados, como por ejemplo con el derecho del mar, Estados Unidos se apresta a vetar cualquier solución.
El problema de la organización viene desde la firma de San Francisco. Las dos superpotencias, que meses antes se habían repartido Europa en Yalta sancionando un futuro internacional bipolar, fueron incapaces de conceder poderes efectivos que hubieran convertido la ONU en un poder supranacional.
Junto con otras 49 naciones, llegaron a un compromiso que afirmaba en el artículo 12, primer párrafo, de la carta fundacional, que el primer objetivo de las Naciones Unidas es "mantener la paz ínternacional y la seguridad". En el artículo 22, párrafo primero, se establecía que el principio por el que trabajaría la organización sería "la igualdad soberana de todos sus miembros": un país, un voto. La ONU opera a través de la persuasión y no puede obligar a sus Estados miembros. Sus poderes son desproporcionados a los fines que persigue, lo que produce un frustrante desfase entre la retórica y la realidad de su actuación. Además se estableció el poder de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, entre los que se encuentran, lógicamente, la URSS y Estados Unidos.
La única solución sería una reforma de la Carta, pero política mente resulta imposible, y los trabajos de una comisión que estudia este asunto en Nueva York están completamente bloqueados. A ninguna de las dos superpotencias que viven una crisis en sus relaciones, le interesa perder el derecho de veto.
Once ex presidentes de asambleas generales, reunidos este mes en Nueva York, se han limitado a recomendar que no se cambie la carta fundacional, que se utilice la ONU como punto de encuentro para jefes de Estado y se concreten los debates a pocos puntos importantes.
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