_
_
_
_

La selección española acabó el torneo vapuleada en los cinco minutos de la prórroga

Luis Gómez

España termina el Europeo de baloncesto en la cuarta posición. No se cumplió el objetivo. El último sorbo fue decepcionante y en la re tina del espectador apenas se mantienen ya las imágenes del encuentro frente a la URSS. Al sabor amargo de la derrota ante Checoslovaquia se le unieron, lastimosamente, los cinco minutos de la prórroga con Italia. Dado el potencial real de la selección, la cuarta plaza no es satisfactoria. Podía haber sido peor, quizá, pero también mucho mejor. Los jugadores deseaban combatir por la medalla de oro. Se quedaron con las ganas de hacerlo.España tuvo tiempo para lucha por la medalla de bronce. El juego italiano, con propensión a controlar el reloj, resultó favorable para el español por varios motivos: su lentitud y su falta de garra concedieron minutos de alivio a los es pañoles, que encontraron márgenes para ajustar una defensa zonal y que estuvieron sobrados de segundos para olvidarse de lo que había sucedido el día anterior.

Más información
El mal menor

En los minutos finales, antes de la prórroga, se encontró el deseo de ganar. Tristemente, la prórroga sirvió para que se extendiera una irreversible relajación, que motivó un extraño descalabro general en muy poco tiempo. Quien sólo viera los últimos tres minutos no podría explicarse cómo España había podido forzar la prórroga. Villacampa selló su recuperación como internacional con una canasta en el último segundo antes de la prórroga, pero fue injustamente marginado de algunos pases decisivos en ella. Y es que, del banquillo hacia afuera, hay demasiadas circunstancias que no empiezan a entenderse.

Estudiar el banquillo

Estudiar el banquillo español se ha convertido en rutina de obligado cumplimiento durante este torneo y ayer, como dato para el estudio, se comprobó cómo demasiados jugadores buscaron con determinación uno de los extremos. Por un momento, en el banquillo se formó un descalabro claro entre las sillas ocupadas por los técnicos y las de los jugadores. Quienes emprendían la retirada buscaban la cercanía de uno de los extremos, que sufrió aglomeración en algunos minutos; buscaban también la cercanía del doctor Cristóbal, hombre que puede ser clave para que la selección española siga siendo, en algunas facetas, el equipo nacional. Esa distinción entre selección y equipo, que tan acertadamente ha matizado siempre Díaz Miguel, necesita, por lo que se ve, de cierto ungüento que está en manos del doctor Cristóbal.

Y en el banquillo de esta selección-equipo estuvo Vicente Gil durante toda la primera parte. Gil parece mentira, ha dado toda la razón a Díaz Miguel, ampliamente contestado por la decisión de ingresar a este jugador veterano y pequeño en lo que parecía coto cerrado de la selección. Gil acaba el torneo en loor de multitudes porque ha sido el director de juego que ha sabido despertar en sus compañeros las mejores esencias.

Quizá porque en España el genio siempre se ha relacionado con la altura en relación inversa, Vicente Gil ha destacado aún más. Quizá porque parezca excesivamente bajo, han sobresalido sus carreras, su rapidez, su pase largo su inquietud y su garra. Gil despertó ayer a la selección mientras estuvo en cancha.

La tristeza de la primera parte se convirtió en alegría, rapidez y fluidez por unos minutos. Fernando Martín era comprendido en su juego, los lanzadores encontraban el camino algo más despejado y se dio la orden de salir al contraataque, que había llevado en exclusiva Iturriaga durante algún tiempo y cuyo testigo recogía Villacampa.

El encuentro Italia-España fue, sin lugar a dudas, la ceremonia de cierre del torneo. El URSS-Checoslovaquia no tiene interés y, a su lado, el partido de ayer entre los finalistas de hace dos años fue una especie de final. Hubo disputa e interés, aunque el juego no resultara brillante. Italia alcanzó la medalla de bronce, que sacia sus aspiraciones a la vista de la importancia de algunas bajas, conservando los valores tradicionales de su juego. El caso español ha sido el opuesto. Perdió las mejores aspiraciones de su historia cuando se olvidó de su idiosincrasia.

Italia no dio ninguna sorpresa ante España. Defendió fuerte, buscó la circulación de balón que le interesaba, intentó seleccionar tiros cómodos, asestó algunas accione s de juego sucio y peleó por el rebote con ventaja. Esta última circunstancia, que se preveía más igualada, resultó fatal para que el juego español pudiera despegarse. Al final, el balance reboteador era desolador: 47 a 16 favorable a los italianos. Con estos datos, el partido estaba condenado, si no fuera porque España fue,ajustando, poco a poco, minuto a minuto, su moral, su ataque y su defensa.

La moral necesitó del tiempo. La lentitud de los italianos, su poca brillantez, su juego rebuscado y pesado dieron suficientes minutos a los españoles para centrarse en el partido. Aunque rozaron la ventaja de diez puntos, los italianos no encontraron el golpe de gracia y los españoles tuvieron cierto alivio. El ataque sólo funcionó con la presencia de Iturriaga -dado que Epi se tuvo que retirar lesionado-, con la entrada de Gil y con la vivacidad de Villacampa, una sorpresa no suficientemente explotada en este campeonato. La defensa se ajustó, en una zona 2-3, a base de sufrir errores e ir corrigiendo sobre la marcha lenta de los italianos.

Con todo, España llegó al final en disposición de poder conseguir el bronce. Pero la canasta de Villacampa se convirtió en una anécdota porque en la prórroga volvió a aparecer el mal del desconcierto y la desconflanzá, que ha sido, sin duda, el causante de la decepción. En esos cinco minuto España, que ya había perdido una medalla de mayores quilates por falta de confianza, fue vapuleada con un 6-18.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_