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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa, frente a los enemigos de la libertad

LOS ASESINATOS terroristas de ayer no lograron ensombrecer la histórica jornada del ingreso de España en Europa, aunque los pistoleros de ETA dejaron todo el rastro tenebroso y la falta de vigor moral y cívico a que nos tienen dramáticamente acostumbrados con sus acciones gansteriles. El intento desesperado de sembrar el terror indiscriminado chocaba de lleno con Ia vocación de modernidad de nuestra sociedad.El 12 de junio de 1985 será sobre todo una fecha crucial en los anales de la construcción de la unidad europea y un día memorable para los españoles que apostaron durante años a favor de la opción integradora; pero constituirá también una referencia obligada en el sangriento relato de los crímenes cometidos por una minoría violenta que intenta detener el reloj de la historia y desafiar a la voluntad popular. Es cierto que el asesinato será inevitable mientras coincidan en el espacio y en el tiempo un propósito homicida, un instrumento mortífero y una víctima indefensa. Ahora bien, los crímenes cometidos por ETA y otras bandas terroristas implican un conjunto organizado de apoyos de infraestructura y concertación de esfuerzos que los servicios de información y vigilancia de un Estado moderno pueden y deben detectar. Pero la miseria del terrorismo no debe nublar nuestra razón. Y por eso los discursos pronunciados ayer han subrayado tanto las ambiciosas dimensiones de futuro implicadas en el ingreso comunitario de España y Portugal como el impulso histórico, político y cultural que ha animado desde su nacimiento al proyecto de unidad europea. Mientras el rey Juan Carlos indicaba cómo el pueblo español identifica a Europa esos mismos "principios de libertad, igualdad, pluralismo y justicia" que inspiran nuestra Constitución, Jacques Delors señalaba que la construcción y la esperanza europeas hubieran quedado truncadas -"os necesitábamos"- sin la in corporación de España y Portugal. Porque la creación de un espacio económico constituido por 12 naciones no agota las potencialidades de ese doble ingreso: "La realización del Mercado Común forma un todo inseparable con el proyecto europeo, con esta empresa de paz y de armonía, con esta voluntad de consolidar nuestra civilización y de influir todos juntos en el porvenir del mundo". De esta forma, el ingreso de España y Portugal no significa meramente la ampliación de "un club económico", sino que también permite a Europa franquear "una etapa decisiva hacia objetivos superiores" y_encontrar "una nueva frontera y nuevas ambiciones". En palabras del presidente del Gobierno español, nuestro ingreso "desborda sobradamente el ámbito estricto del tratado que acabamos de suscribir" y representa 1a participa ción en un destino común con el resto de los países de Europa occidental". A su vez, la ampliación comunitaria no debe interpretarse "como una mera operación aritmética" sino, "como una oportunidad excepcional para dar un salto cualitativo en la construcción política de Europa"; esto es, "como el elemento catalizador que provoque una reflexión profunda sobre el futuro de Europa y una respuesta sobre la mejor manera de afron tar conjuntamente los desafíos del futuro". La alusión de Felipe. González a los esfuerzos de quienes durante la dictadura lucharon en condiciones difíciles por la integración en Europa era un homenaje debido a los demócratas que fueron tachados de traidores y tratados como delincuentes por el franquismo. Su única falta había sido contribuir a que el acto de ayer en el palacio de Oriente pudiera celebrarse algún día.

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Particular atención merecen las referencias de los discursos a la proyección allende sus fronteras de esa nueva realidad supranaciónal en vías de formación. Tras afirmar que "una Europa cerrada, desdeñosa de lo ajeno, sería menos Europa", el Rey concluyó que la preocupación española por aproximarse a los pueblos latinoamericanos no disminuye nuestra europeidad, sino que la manifiesta creadoradamente. Al mencionar las llamadas a la conciencia y las peticiones de cooperación dirigidas a Europa por los países más severamente castigados por la crisis mundial, Jacques Delors citó de manera ,expresa a "esas jóvenes naciones de América Latina" con las que los españoles mantienen "lazos privilegiados" y frente a las cuales los europeos, en general, tienen que asumir "desde ahora nuevas responsabilidades". Si Europa debe fundir "las diversas aspiraciones a la universalidad" manifestadas a lo largo de su historia, la voz de España y su proyección americana resultan indispensables. También Felipe González señaló que la unidad europea "no puede hacerse sólo hacia dentro, sino también hacia fuera", y que "todo intento de construir una Europa cerrada en sí misma estaría condenado al fracaso, además de no servir a los auténticos intereses europeos". El presidente del Gobierno español subrayó que "nuestra proyección iberoamericana es historia y cultura compartidas y nos impulsa siempre a mantener estrechas y fraternales relaciones con los pueblos y países de esa área", de forma tal que esa dimensión forma parte de nuestra realidad y nos compromete a la búsqueda de "una relación más rica y más intensa entre Europa e Iberomérica".

Tanto el Rey como el presidente del Gobierno pusieron de relieve el viraje histórico que para España significa el ingreso en las instituciones europeas tras una larga etapa de soledad e incomunicación. Como señalara don Juan Carlos, nuestro país, en cuyo pasado desempeñaron un fecundo papel las culturas hebrea e islámica, constituyó uno de los primeros Estados-nación del continente y estuvo presente, durante la edad moderna, en el desarrollo de su civilización y de su historia. La entrada en las Comunidades Europeas no es -subrayó Felipe González- más que "la reincorporación de España al entorno natural al que pertenece" y "la culminación de un proceso de superación de nuestro aislamiento secular". El presidente del Gobierno destacó que los esfuerzos desplegados para conseguir nuestro ingreso en la Europa comunitaria ha sido una auténtica "cuestión de Estado", respaldada por un amplísimo consenso político y social que "reflejaba el deseo abrumadoramente mayoritario de los ciudadanos españoles, para los que la integración de España en Europa se identificaba con la participación en los ideales de libertad, progreso y démocracia". A nadie puede sorprender, así pues, que los terroristas salpicaran ayer con sangre inocente la celebración de ese acontecimiento memorable. Porque los fanáticos designios de ETA para provocar a las fuerzas del involucionismo, para impedir la expansión del sistema democrático y para librar una guerra de desgaste contra las instituciones representativas (en el conjunto del Estado y en el País Vasco) quedarán irremisiblemente condenados al fracaso con la incorporación de Espafía a una Europa unida. Frente a la barbarie terrorista que manipula falazmente emociones nacionalistas, el proyecto de una supranacionalidad europea, basada en la soberanía popular, el respeto por los derechos humanos, la garantía de las libertades, la lucha por la paz y el ejercicio de la tolerancia, necesitará -como dijo ayer Jacques, Delors- "una voluntad que potencie sus fuerzas en un patrimonio común de humanismo y de concepción de la sociedad" y que le permita superar las divisiones internas para asumir un destino inevitablemente común. En esa perspectiva, Felipe González tuvo el acierto de señalar que la firma por España del tratado de adhesión significó "un acto de fe en Europa" y, a la vez, un acto de esperanza en una Europa más solidaria y más unida, capaz de transmitir a las generaciones venideras "un legado de paz, justicia y progreso". Precisamente por eso, ETA asesinó y sembró el terror ayer en Madrid. Un intento vano y desperado de impedir el progeso de solidario y libre de este país.

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