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Tribuna
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Intangibles

El mismo día que este periódico editorializaba no sin cierta ironía del millonario Plan de Intangibles para el próximo cuatrienio, un lector zaragozano, cabreado con la postmodernidad que no cesa, denunciaba el peligro de los inmateriales y de la literatura por ordenador. Así, a primera vista, un curioso extranjero hubiera pensado que esto es la repera hiperindustrial. Intangibles, postmodernidad, inmateriales, novelas por ordenador. Admito que el sonido de la serie es de muy buena calidad, aunque sea para ironizarlo.Pero es lo de siempre. Es el único rasgo verdaderamente castizo que nos distingue del resto: el carro delante de los bueyes, los efectos perversos mucho antes que las causas reales, la vacuna sin que exista epidemia, ni siquiera el menor riesgo de ella, el estar de vuelta sin haber hollado la línea de salida. La reglamentación primero que el embarazo, el cachondeo como exorcismo de lo desconocido, las ocurrencias contra las ideas. La realidad es bastante menos graciosa porque los intangibles, por el momento, inclinan peligrosamente nuestra balanza de pagos; la dichosa polémica sobre la postmodernidad ni siquiera ha logrado aquí rozar esa media docena de cuestiones esenciales de un nada frívolo debate europeo protagonizado exclusivamente por el conocimiento científico y el impacto filosófico y estético de las nuevas tecnologías; los inmateriales son una exposición del Centro Pompidou que según mis noticias sólo viajará a Viena, y la novela española por ordenador, interactiva o telemática, ni siquiera figura en los manifiestos de la provocación vanguardista.

Entiendo que el personal empiece a estar harto de tanta seudopolémica de tribu y de tanta metafilosofía de canapé. Pero, tal y como están las cosas de nuestra economía, de nuestra producción técnica y de nuestra investigación científica, resulta que lo único que podemos fabricar y vender para salir del bache fin de siglo es justamente eso: intangibles, inmateriales, diseños, ideas, seducción, sueños, cosas que se ven pero que no se tocan. Lo tangible se ha ido al carajo, como lo demuestran las cifras de parados. Está bien el cachondeo contra la cultura de salón, pero que no me toquen los intangibles, por favor.

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