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La introspección como tarea científica

Hace unas semanas, al entregarme Carlos Gurméndez sus dos libros, Estudios sobre el amor y Tratado de las pasiones, me comentó que el análisis de la vivencia interior humana es un tema tratado en la antigüedad (por ejemplo, por Aristóteles en su Retórica) y resucitado en el Renacimiento (por ejemplo, me dijo, por Luis Vives en su Tratado del alma y por Descartes), y por el que, curiosamente, han perdido interés la filosofía y la psicología modernas. Tengo, pues, la impresión de que la intimidad de la psique humana sea un campo relegado a la descripción literaria. Se plantea, pues, la cuestión de si el acontecer de nuestra subjetividad humana puede o no ser objeto de una consideración científica objetiva. Hay que dar una respuesta decididamente afirmativa que implica las dos convicciones siguientes. Ante todo tenemos la aseveración previa, a la que podemos considerar tanto el principio como la conclusión del desarrollo de la ciencia de que en el universo, sujeto a una evolución conjunta a la que nada escapa, no hay ningún fenómeno real objetivo que, considerado en debida perspectiva con su ámbito espacio-temporal coherente, no permita inducir cómo surge de este ámbito y de este modo ser comprendido por proceso de origen; en pocas palabras, cualquier fenómeno real podrá ser objeto de conocimiento científico en cuanto la ciencia haya avanzado lo suficiente para entender el proceso de su entorno.Pasemos a la segunda cuestión más concreta que deriva de la anterior; a saber: si el ánima de los animales, y en particular la del hombre, es un fenómeno o proceso real, objetivo, originado y sostenido por un entorno dinámico cognoscible y que, por tanto, sea objeto potencial de conocimiento científico; también a esta cuestión, como biólogo, he de dar una respuesta afirmativa; estoy muy convencido (por datos concretos de muy diverso tipo) de que el ánima, consustancial en nuestra vivencia, con sus contenidos de conciencia, es algo muy concreto que va estando en condiciones de ser estudiado experimentalmente; a saber: un campo físico unitario (en el que radica la individualidad de todo animal y, por tanto, de todo hombre), campo que, resulta ciertamente del proceso de las células del soma animal, pero como algo distinto de ellas y capaz de gobernarlas. La vieja dualidad del cuerpo y alma (análoga a la que hasta principios de siglo se consideraba existir entre materia y energía) como entes radicalmente distintos es lo que ha mantenido a los psicólogos y fisiólogos separados entre sí artificialmente, y lo que a la parte quizá más progresiva de unos y otros les llevó, por una excesiva prevención a incurrir en idealismo, a caer (lastrados de un reduccionismo somatista) en el mecanicismo de identificar los fenómenos psíquicos con la fisiología del sistema nervioso. No es así; el ánima, ciertamente, surge de la actividad cooperante de neuronas, y gobierna esta actividad cooperante, pero como algo distinto de ella y de un modo en el que tanto el ánima como las neuronas se realizan sin tomar noticia una de otras y viceversa. Entender este proceso que exige comprender por sus respectivos procesos de origen a la célula y al animal es un problema, en mi opinión, al alcance ya de la biología. Ahora bien, con respecto a la objetividad de éste baste, en primer lugar, insistir en la objetividad del ánima y, en segundo lugar, en el hecho de que el ánima del animal, surgida constantemente de la actividad cooperante de neuronas, puede orientar esta actividad (que a su vez conduce la cooperación muscular) precisamente por interiorizar un determinado entorno que le es privativo; a saber: el medio animal de cada especie (y, en su caso, el humano).

Por otra parte, pienso que en el estudio de nuestra conducta instintiva (y como aspectos destacados de ella, en el de las pasiones y en el del amor) se dan unas condiciones que permiten una penetración y un rigor muy superiores a los que puede lograrse en el estudio de las demás especies animales. La acción y experiencia humana, aunque no se reduzca a lenguaje y pensamiento, lo cierto es que este componente de ella, privativo del hombre, preside a los demás, de modo que en el lenguaje culmina la actividad muscular, y el pensamiento parece presidir los componentes sensoriales. Así el esfuerzo,al que se está entregando con tan lúcida continuidad Carlos Gurméndez puede proporcionar datos de observación rigurosos y rigurosamente comunicables, porque el componente de lenguaje y pensamiento que preside nuestra conciencia hace que la intimidad de cada uno sea particularmente accesible a los

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demás. Nadie, ni en el mayor aislamiento, se realiza como hombre sino elevando el conjunto de todos los contenidos sensoriales de su conciencia a pensamiento, como tal comunicable. Ni podemos dirigir una acción algo compleja sin decimos mentalmente cómo hacerla con palabras que otros podrían entender (de modo que el hombre es el animal en permanente compañía, real o potencial).

En segundo lugar, el pensamiento, por su capacidad de entramarse y de subir y bajar de grado de abstracción, no sólo nos mantiene relacionados, constituyendo nuestro entorno social, sino que teje a lo largo del tiempo los contenidos de las conciencias individuales con un desarrollo que podríamos llamar la ontogénesis de nuestra naturaleza humana. No se nos presentan las pasiones y el amor en sí, y ni siquiera sólo en su desarrollo, sino, además, en el marco de la ontogénesis de la persona. De hecho, por ceñirse objetivamente al nivel conveniente descriptivo de las pasiones y del amor, despierta nuestra introspección y nos incita a contrastar lo que leemos con lo que somos en el recuerdo. Nos lleva a ejercitar nuestra memoria, a la que el pensamiento confiere un orden de libertad superior a la del animal. Pienso que la capacidad congénita de memoria del hombre muy bien puede ser la animal heredada del homínido, pero forma parte y nos enlaza con un medio a la vez íntimo y comunicable de amplitud y de dinamismo incomparables. Traído por el pensamiento, me viene a la memoria ese sabor de la consabida magdalena de Proust que parece constituir un ejemplo del modo inesperado, pasivo, con el que el medio animal debe hacer despertar un recuerdo; recuerdo éste que en cuanto humano está trabado por la palabra y hace aflorar a la memoria activa humana del que relata la larga teoría de recuerdos que es Por el camino de Swann.

Por último, para comprender correctamente la conducta instintiva de un animal habría que ir interpretando, la una por la otra, la evolución, ontogénica y filogénica, del soma y la evolución de su medio específico, tarea que exige elevarse a un orden de problemas y de técnicas aún mal establecido. En cambio, entender así, históricamente, la conducta humana es ya perfectamente abordable; en el hombre se conservan inmutables las capacídades congénitas del homínido que llegó a hablar y que, haciéndolo, constituyó el medio privativo humano, la sociedad que continuamente se ha mantenido ajustada a tales capacidades congénitas.

Para terminar, las pasiones humanas mismas (lo que se siente, se disfruta o se sufre en distintas coyunturas) sólo se realizan plenamente expresándonoslas. Al hacerlo se depura, se plasma y se fija toda pasión. Entenderla bien, constituir una pasión en pensamiento, guía correcta de la acción, equivale a madurar la pasión y realizamos bien en ella.

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