El deporte y la violencia
Es un hecho incuestionable que la violencia impregna toda nuestra sociedad. No tenemos más que salir a la calle y observar de qué forma el más mínimo motivo desencadena toda una serie de comportamientos agresivos, tanto verbales como físicos.Acertaba plenamente, una vez más, nuestro gran maestro José María Cagigal, tristemente desaparecido, cuando afirmaba al respecto que "la violencia no era engendrada por lo deportivo, sino que encontraba en ello un perfecto cauce de expresión".
La pregunta que hoy debemos hacernos todos es: ¿por qué se permite que esa violencia latente, contenida, pero controlada en otros órdenes sociales, se canalice, sin embargo, a través de los espectáculos deportivos? Y cuando hablo de permisividad no me estoy refiriendo simplemente a la falta de medidas policiales y de control -¡que en el caso del estadio Heysel de Bruselas rozó lo auténticamente delictivo!-, sino, lo que es mucho más grave y preocupante, a esa absoluta laxitud que ha existi.do desde siempre a la hora de valorar y juzgar los actos violentos en espectáculos deportivos, tanto en él terreno de juego como en las gradas, y que evidencian un gran vacío legal, una auténtica indefinición ante estos fenómenos..., llegándose incluso a entrever una verdadera falta de voluntad de atajar el problema, como si de alguna manera existiese un acuerdo tácito para utilizar dicha vía como la única válvula de escape posible para que ciertos individuos canalizasen sus instintos agresivos.
La sociedad debe exigir de las autoridadesi -deportivas y, sobre todo, políticas- medidas drásticas ante estos auténticos actos criminales.
Quiero acabar esta breve reflexión diciendo que el día 29 pasará a los anales como un día de luto para todo el deporte. Y subrayo lo de todo porque, lamentablemente, muchas veces parece que ese deporte superprofesionalizado y trascendentalizado hasta límites aberrantes es el único existente, olvidándose con excesiva frecuencia que el fenómeno deportivo es mucho más que esos espectáculos multitudinarios; que el deporte correctamente dirigido y encauzado no sólo es salud, sino verdadera educación; que somos muchas las personas que dedicamos nuestra vida a realizar una auténtica labor pedagójica, que es para lo que, en definitiva, debe servir la actividad físico-deportiva. Y, por desgracia, todos nos vemos salpicados por esa sangre que el miércoles se derramó, una vez más, en un estadio de fútbol.
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