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Reducción al estado laical

Así se ha llamado siempre el fenómeno en virtud del cual un clérigo u ordenado in sacris era despojado de su condición de tal para reconvertirse en un laico cualquiera. A raíz del Concilio Vaticano II, este fenómeno tuvo una amplia difusión, y la curia romana concedía fácilmente las dispensas necesarias para que uno abandonase las filas del clero y volviese a engrosar las de los simples seglares o laicos.Pero este fenómeno se ha ido ahora extendiendo a otros espacios que no son específicamente religiosos, o al menos no se declaran sociológicamente como tales. Me refiero concretamente a dos apariciones concretas en nuestros medios de comunicación -televisión, radio y Prensa-, una de las cuales presentaba a un grupo de curas reducidos al estado laical que tenían fuerte añoranza de su estado exterior y no se resignaban a perderlo, organizando unas eucaristías paralelas, fuera de las normas establecidas.

La otra aparición se ha realizado en un ámbito secular, pero fuertemente clericalizado (en el sentido, sobre todo francés, de la palabra clérigo). Me refiero a la que yo llamaría el estado laical de don Santiago Carrillo, que durante tantos años ha sido un alto clérigo de la iglesia comunista. Y que conste que, al hablar así, lo hago con el máximo respeto e incluso admiración. Hoy nadie se atreve a negar que, durante los años de la pasada dictadura, el Partido Comunista de España polarizó casi toda la oposición al fenecido régimen, de tal suerte que se hablaba sin más de el partido, sin tener que adjetivarlo, porque ya se sabía a qué se refería la gente.

Y, en efecto, más de un sociólogo ha notado la homologación, aunque sea antitética, que ha habido entre la Iglesia católica y el partido comunista. Esto se ha visto en países de fuerte tradición católica, como Italia y España.

Quizá por esto se comprenda el enorme interés que ambas fuerzas e instituciones han tenido la una por la otra. A veces, el interés era de signo negativo, hasta llegar a la más dura excomunión recíproca, y otras, el acercamiento se convertía en un abrazo entrañable hasta crear, dentro del partido, una sección dedicada a los cristianos que en él militaban.

Hace ya muchos años, en los albores del diálogo entre cristianos y marxistas que propició primero Juan XXIII y después el Concilio Vaticano II, publiqué un libro sobre el tema. Ya desde entonces preveía que sería imposible una completa penetración, porque, a pesar de las afirmaciones marxianas, el marxismo estaba fuertemente ideologizado, y su ideología nunca podría cuadrar con la creencia cristiana. Eso sí, siempre creí que tendríamos que luchar juntos por un mundo mejor y concretamente por la recuperación de las libertades perdidas y por la reconciliación de las dos Españas. Tengo que reconocer que en los años de lucha hubo momentos dificiles, pero llenos de enorme generosidad y de absoluta sinceridad por ambas partes.

Pero mi intuición primigenia de encuadrarse simultáneamente en ambas iglesias se va confirmando según va pasando el tiempo. El viejo refrán español de que "lo mejor es enemigo de lo bueno" tiene aquí una óptima aplicación. Las instituciones se escierotizan e incluso obstruyen el mensaje para cuya difusión fueron creadas. Pero son absolutamente necesarias. Yo, como católico, estoy plenamente convencido de que hay que soportar muchas incongruencias dentro del colectivo, en cuyo seno vivo, y para salir del cual mi conciencia no me ha dado hasta ahora el pasaporte.

Por eso, la desesperada nostalgia de los curas secularizados choca hoy por hoy con esta ley histórica de la presencia de las instituciones. Quizá mañana las cosas cambien y un cura en ejercicio pueda ser un señor casado legalmente con todos los requisitos.

Lo mismo digo de la otra reducción al estado laical: la fragmentación de siglas no va a servir sino para aumentar los problemas y no resolver nada positivo. Por eso, es de alabar la decisión del señor Carrillo de permanecer en su nuevo estado laical, como un miembro más del partido por el que ha luchado durante medio siglo.

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