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Norteamérica se aleja

La cultura norteamericana y la europea se hacen cada vez más diferentes entre sí, pese a que aumentan los intercambios culturales, pese a que las relaciones científicas son muy estrechas, pese a que en Europa se ven filmes y seriales televisivos norteamericanos, y pese a que suele usarse ya el inglés como lengua común. Europa se americaniza, todo lo que sucede en Estados Unidos lo vemos aparecer, pocos años después, entre nosotros. Y a pesar de ello, la distancia se hace cada vez mayor. Porque si Europa imita a Estados Unidos y toma sus modelos, Estados Unidos no hace lo mismo, rechaza cada vez más a Europa, se diferencia de ella voluntariamente y corta el nexo con su pasado.En estos últimos años se ha hablado mucho de raíces. En realidad, lo que se está cortando hoy en día son precisamente las raíces, los nexos que existían todavía entre los distintos grupos étnicos de Estados Unidos y los países de origen. Mario Puzo escribe un libro titulado Los sicilianos, pero él ya no tiene ningún vínculo con los sicilianos ni con Italia.

La imagen de los diferentes países del mundo, tal como la ven estos nietos de emigrantes, es mítica, irreal e inventada. La casi totalidad de los norteamericanos ya no habla lenguas europeas. Hace tiempo, entre los profesores universitarios, era obligatorio conocer el francés. Un gran número de ellos conocía el alemán. Después de la guerra el alemán perdió importancia, pero hoy también el francés está desapareciendo como lengua culta. Los estudiosos norteamericanos sólo leen lo que se publica en su inglés y en sus revistas. Lo demás, para ellos, no existe.

No quiere decir esto, necesariamente, que la cultura estadounidense esté empobreciéndose. Pues cada año llegan a Estados Unidos miles de estudiosos de todo el mundo, pues los más ambiciosos tratan de consolidarse en Estados Unidos, y por tanto realizan una aportación creativa impresionante. Estados Unidos es el centro, y atrae tanto capitales como inteligencias, drena del resto del mundo recursos económicos e intelectuales. Pero quien se establece en Estados Unidos acaba siendo absorbido por su cultura. Se convierte, culturalmente, en un estadounidense.

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La diferencia creciente entre Estados Unidos y Europa no reside tan sólo en el hecho de que Estados Unidos esté más avanzado, sea más creativo, sea el que hace la historia, mientras que los europeos están ligados a su pasado, a la retaguardia. Europa está algo así como muda.

Es terrible ver lo que está ocurriendo con la gran cultura francesa desde que su lengua está en decadencia. Los franceses, hasta hace unos cuantos años, hablaban y escribían en francés, pensando que se los entendía en todo el mundo. Estaban convencidos de que la verdadera cultura era francesa. Hoy descubren, y no terminan de creérselo, que no es así, que los estadounidenses consideran al francés una lengua regional, una especie de dialecto, como el alemán, como el italiano, el griego o el polaco. En esta lógica, sin embargo, es más importante el español, pues Estados Unidos está rodeado de hispánicos y tiene una enorme inmigración desde México y Centroamerica.

Así pues, no se trata tan sólo de quedar rezagado en lo técnico y lo científico. Se trata de algo más grave que esto: es perder la palabra, perder importancia, no contar, haber perdido el valor de hablar. Esto es decadencia: la pérdida de confianza en sí mismos, que nos hará perder la identidad.

Mientras ignora o desprecia a Europa, Estados Unidos mira hacia Asia. El centro económico del mundo -se nos repite constantemente- se ha trasladado al Pacífico, con el desarrollo de Japón, de Corea, de Taiwan y ahora de China, la inmensa China, encaminada hacia un desarrollo social-capitalista gracias a las finanzas y a la tecnología nipo-estadounidense.

La influencia de Asia y, en concreto, de Japón en Estados Unidos no se limita, con todo, a la actividad económica. En Estados Unidos se produjo un verdadero shock japonés cuando los productos nipones conquistaron los mercados norteamericanos de la óptica, de las máquinas fotográficas, del automóvil y de la pequeña electrónica. Los estadounidenses tienen el culto de los vencedores. Dividen el mundo en winners y losers (vencedores y perdedores): los primeros son eficaces, admirables, honrados. Los segundos, escuálidos, estúpidos e inmorales. Estados Unidos ya había sufrido un shock asiático anterior, en Vietnam, y el actual éxito japonés ha provocado casi una neurosis. El reaganismo significa también una voluntad de recuperar la distancia, es producto de una identificación con Japón, tan trabajador, tan solidario, tan duro.

En estos años se está produciendo una fecundación recíproca entre la cultura estadounidense y la japonesa. El mínimo común denominador, el terreno sobre el que ambas sociedades han podido entenderse, comunicarse entre sí, es el de la técnica. Los estadounidenses han sido siempre pragmáticos. Siempre han tenido gran desconfianza hacia la metafísica. La metafísica se pregunta el porqué de las cosas, se pregunta -utilicemos la expresión de Heidegger- por qué las cosas son. Los norteamericanos, pese a que su cultura, mayoritariamente, es de origen europeo, siempre han favorecido el cómo hacer en vez del porqué.

Por su lado, los japoneses ni siquiera han sabido nunca lo que es la metafísica. Un universitario japonés, una persona culta japonesa no comprende nada a nuestros clásicos de la filosofía. Occidente llegó a Japón como técnica, respondiendo a la pregunta "¿cómo se hace esto?". Por eso la sociedad japonesa pudo conservar sus valores tradicionales y su ética, pues nunca los discutió. Por esta razón los japoneses tienen tanta facilidad para hacer las cosas: ya que no se preguntan nunca el porqué, centran toda su inteligencia en el cómo.

Esta cultura técnica japonesa ha reforzado la tendencia en el mismo sentido que ya existía en Estados Unidos. Los estadounidenses se han hecho todavía más antimetafísicos, más antiintelectuales, más técnicos. Es impresionante constatar esta tendencia en las relaciones humanas y sociales. Fabrican, y leen por millones de ejemplares libros técnicos que tratan de cómo conquistar amigos, cómo enamorar al marido o a la esposa, cómo enamorarse uno, cómo dejar de estar enamorado, cómo querer a los padres, cómo no depender de ellos.

En los últimos años, la tendencia se ha hecho realmente frenética y, paralelamente, han disminuido e incluso desaparecido los ensayos que ayudan a reflexionar sobre el mundo, sobre la vida, para conocerla, comprenderla, para elegir, para decidir qué es mejor, para descubrir los fines. En la cultura norteamericana contemporánea todo es técnica. La gente no desea conocer, no quiere comprender, sino que quiere hacer, obtener, cualquier cosa, pero obtenerla.

De esta manera, la cultura estadounidense se aleja de sus raíces europeas, y esto contribuye a que exista la sensación de extrañeza creciente que se experimenta en Europa. De extrañeza y de nostalgia. Que no es solamente nostalgia del propio pasado, sino nostalgia de algo importante que se está perdiendo. Al igual que Europa tiene nostalgia de su otra mitad que ha quedado englobada en el imperio soviético. Del mismo modo que tiene nostalgia de la propia Rusia, que formaba parte de la cultura europea, parte integrante, más que el mismo Estados Unidos.

Esto es, para Estados Unidos, algo peligroso. No comprenden la nostalgia cultural de Europa, no comprenden las esperanzas de unificación de las dos Alemanias, más allá de los odios, de los regímenes, del muro de Berlín, de los horrores. No entienden la atracción cultural profunda, terrible, angustiosa que existe entre las muchas partes de Europa y, por tanto, también de Rusia. Pues basta un hombre sonriente como Gorbachov para provocar una emoción y hacer que veamos a Reagan viejo y lejano.

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