Fútbol y libertad de mercado
AL FÚTBOL español le llega la libertad de mercado. Es el signo de los tiempos. Los jugadores, hasta ayer mercancías en manos de directivos que vendían, compraban, retenían y traspasaban futbolistas como si fueran pura sangres, son ya dueños de su destino profesional, gracias a una sentencia del Tribunal Central de Trabajo que culmina muchos años de lucha sindical de los jugadores, y que tuvo en Joaquín Sierra, Quino, a uno de sus pioneros: 170 profesionales que terminan sus contratos podrán fichar, al término de la temporada, por el equipo que quieran., si es que tienen ofertas. Exactamente igual que cualquier otro profesional español sometido a los vaivenes del mercado de trabajo. Un derecho tan obvio que cuesta trabajo pensar que haya tardado tantos años en llegar.Los adversarios de la libertad profesional de los jugadores han recurrido siempre a argumentos de tipo económico para oponerse a esta medida. Hoy, desde la ruina económica de muchos clubes que, pese a recibir sustanciosas cifras por el traspaso de jugadores, han sido incapaces de mantener una economía saneada, sus argumentos parecen más endebles que nunca. No se trata de un problema de números, sino de un problema de mentalidad, de renuncia a privilegios anacrónicos y de necesidad de adaptar un deporte -y también un espectáculo en su vertiente profesional- a las reglas lógicas de una economía de mercado; de terminar, de una vez para siempre, con una inflación artificial que elevaba a cifras de escándalo el coste del traspaso de jugadores cuyo rendimiento posterior no justificaba el endeudamiento a que algunas empresas se sometían en busca de éxitos que permitiesen permanecer en las poltronas de directivos a los especuladores del trabajo ajeno. Este ha sido un negocio que no ha sido, a la postre, rentable ni paria los clubes ni para los jugadores, y que si ha beneficiado a alguien ha sido a algunos pícaros intermediarios que han vendido más espejismos que talento.
El argumento de que la abolición del derecho de retención favorece a los poderosos frente a los débiles no deja de ser demagógico. Es obvio que las empresas futbolísticas con mayor número de socios, con campos de gran aforo a los que sostiene una afición numerosa, están en condiciones de afrontar el fútbol profesional con mayores ventajas que los clubes con menores recursos. Eso es una verdad que ocurre en todas las actividades profesionales, y no por ello puede establecerse un derecho casi esclavista sobre los profesionales que practican esa actividad. Por añadidura, clubes que no han practicado una política de compra y venta de jugadores, sino que se han dedicado a cultivar la cantera local, han conseguido éxitos notables, con ha sido el Caso, entre otros, de la Real Sociedad. El verdadero problema reside en que los directivos de nuestro fútbol profesional que no dispongan de cientos de millones de pesetas para acudir al mercado de trabajo en busca de las estrellas que llenen de copas sus vitrinas tendrán que acostumbrarse a fomentar el deporte, a formar jugadores, a apostar por los jugadores más prometedores de sus equipos y a adecuar sus ambiciones a sus recursos. El futuro está en manos de los jugadores y de los clubes. Las negociaciones que se abrirán en los próximos meses para regular las condiciones de contratación deben someterse al régimen general de prestaciones laborales. Los jugadores profesionales de fútbol merecen ser tratados en igualdad de deberes y de derechos con cualquier otro profesional. El fútbol español necesita dosis de racionalidad y sentido común para que deje de ser campo abonado de especuladores que lo único que han conseguido en los últimos años es elevar las cifras de deudas de los clubes a niveles sonrojantes, mientras se han cosechado fracasos deportivos tan sonados como costosos.
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