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El sueño europeo

Juan Cruz

El coloquio en el que el director de los Informativos de Televisión Española, Enric Sopena, congregó anteayer a tres primeros ministros del área socialista de la manifiestamente ampliable Comunidad Económica Europea cumplió los propósitos que debió marcarse la voluntad política de los convocantes y produjo en el telespectador la sensación que habitualmente se padece frente a una discusión de amigos en las que están todos de acuerdo. A TVE le falta un buen programa de debate; éste fue un ensayo general; con todo, menos con debate. Dejarán para otra ocasión la vieja oportunidad olvidada.No había ningún objetivo de subrayar desacuerdos, eso era obvio, porque la Europa que nos toca más de cerca vive una elemental luna de miel regada con vino de Rioja, vinho verde y espaguetti carbonara. Pero a los dirigentes políticos se les debe obligar a discrepar en público para que la hora bruja de las once de la noche no pese como una losa sobre los ojos cansados del televidente que se ha despertado de pronto europeo, pero con horarios españoles, y padece la obligación de estar despierto cuando sus compatriotas de la CEE tienen ya antiguo el sonido de la despedida y el cierre en el televisor.

Soares, en su rincón

Aparte de la discrepancia que se echó en falta y de la inveterada costumbre de poner floreros donde debía haber campo abierto, de modo que Mario Soares no pareciera ante el telespectador como el convidado de piedra oculto por la facundia de las plantas, el coloquio de los dirigentes socialistas de esta parte del mundo deparó un espectáculo breve y secreto, protagonizado por González ante Craxi, que se habrá apreciado desde lejos como una simple cortesía de gratitud.

La abundancia de citas que el presidente del Gobierno español dedicó a su colega italiano Bettino Craxi parece una consecuencia de la generosidad con que el titular del Gobierno de Roma ha tratado la petición española de ingreso en el Mercado Común; pero es que con Portugal, Italia ha debido tener igual comportamiento, y Soares no se convirtió en exegeta perpetuo de Craxi. No se quiere ver en el dispendio de citas una prefeiencía demográfica, o política, o cultural del presidente español, pero al telespectador poco avisado debió resultarle extraño que en igualdad de circunstancias no tuviera Felipe González iguales oídos para las frases, brillantes o no, de su colega de aquí al lado.

Desde el punto de vista puro del programa de televisión, digamos que el debate, anunciado en principio para el final del segundo telediario de la primera cadena y luego expuesto a las once de la noche, como un regalo final de despedida del telespectador soñoliento, fue lo que podría llamarse en el lenguaje propio de las fechas un programa institucional, una especie de recorrido complaciente por el rostro de Europa. Sopena lo ilustró bien, evocando el sueño europeo de Víctor Hugo. Pero la escasez de la controversia hizo después que el recuerdo del sueño europeo pesara demasiado sobre los ojos golpeados del español que se acerca a la medianoche.

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