La educación de adultos: una nueva perspectiva
Educación permanente y educación de adultos se identifican desde hace algún tiempo con una visión crítica del propio concepto de educación que subyace todavía en las instituciones docentes tradicionales. Desde esta perspectiva crítica, el autor de este artículo reflexiona sobre una nueva educación de adultos, cuyos planteamientos teóricos no han calado todavía suficientemente en nuestro país.
Se ha celebrado en París la cuarta conferencia internacional que sobre la educación de adultos ha organizado la Unesco. Las tres anteriores fueron en Elsinor (Dinamarca, 1949), Montreal (Canadá, 1960) y Tokio (1972). El documento básico, que proyectó hacia el futuro el trabajo anterior, surgió en Nairobi (Kenia, 1976) en la Conferencia General de la Unesco: la recomendación sobre el desarrollo de la educación de adultos.
¿Qué resonancias tiene entre nosotros un tema así? Lo probable es que muy pocas personas sientan que las discusiones de París tengan que ver algo con nosotros. Probablemente se piense que éstas son las preocupaciones tercermundistas de un organismo internacional en crisis.
Y, sin embargo, la recomendación de Nairobi constituye no sólo un referente obligado de cualquier reflexión o estrategia práctica en el campo de la educación de adultos, sino que es una sugestiva manera de pensar la educación. Tenemos aquí una de las primeras aproximaciones a la educación permanente, expresión críptica y ambigua donde las haya, pero que ya entonces contenía los gérmenes de la inevitable reconversión de los sistemas educativos.
En efecto, una de las ideas-fuerza era el fin del monopolio educativo por parte de las redes escolares, la flexibilización y permeabilidad de todas las partes del entramado escolar entre sí y con el contexto social, cultural y económico. Esta idea no se refería sólo a la educación de adultos, sino que a ésta se le asignaba el papel de avanzadilla de la educación permanente, horizonte al que debían irse incorporando todas las redes escolares. La desescolarización de la educación no se concebía como un mal menor para educar en forma precaria a los adultos que no se educaron de verdad en la escuela, sino como el reconocimiento de que la escuela sola -del preescolar al tercer ciclo universitario- no puede hacer frente a todos los desafíos educativos de la hora presente. Los agentes que son de hecho educativos, y con los que hay que diseñar el proyecto de educación permanente, sión las empresas o iniciativas económicas nuevas, los municipios, los sindicatos y asociaciones, los medios de comunicación... De esta nueva manera de mirar la educación, llamada educación permanente, en relación con los adultos y los jóvenes que abandonan desguarnecidos el sistema escolar, es de lo que trata la conferencia de París.
Mientras tomaba cuerpo esta concepción, España estaba abordando la modernización educativa. El Libro Blanco y la ley general de Educación tomaron buena nota de la nueva expresión, pero al relegarla al solo dominio de la educación de adultos redujeron la educación permanente a nuevo latiguillo. La ley general inaugura un desarrollo institucional. rígido de los niveles y modalidades a través de centros, cuerpos y escuelas, generando una completa y pesada administración educativa que gestiona por medio de decretos, órdenes, resoluciones... A esta lógica institucional no ha escapado ni la mal llamada educación permanente de adultos, que ha sido desarrollada solamente en los aspectos que en Nairobi se llamaban papel compensador de la educación de adultos: obtención de la escolaridad básica. La obsesión escolarizadora es muy explicable si se tienen en cuenta las carencias de instrucción básica que arrastrábamos hace 15 años y cuyas secuelas aún siguen vivas. La igualdad de oportunidades educativas sigue siendo un derecho que los poderes públicos tienen que garantizar. En los momentos de crecimiento sostenido de la economía era difícil pensar en otra cosa que no fuese construir centros escolares y ampliar cupos de profesores.
La perspectiva de la educación permanente no ha penetrado ni en las prácticas administrativas, ni en los programas políticos, ni casi en los análisis teóricos. Sin embargo, tal vez fuese la más adecuada para la época de crisis en que vivimos.
Mejorar la calidad
Todos parecen estar de acuerdo en que, resuelto el problema del acceso a los niveles obligatorios, ahora la preocupación debe centrarse en mejorar la calidad de la enseñanza. Tal vez para abordar esta segunda etapa no fuese tan iluso utilizar los principios y criterios de la educación permanente como una manera inclusive de obtener mejores resultados sin aumentar los costes. Es de temer que la búsqueda de la calidad se concrete en seguir sobrecargando a los niños y jóvenes con viejas y nuevas materias que podrían, desescolarizadas, tener un carácter distinto. Las lenguas extranjeras, la educación física y artística, la formación cívica y moral, la informática y demás tecnologías podrían hacerse en otros espacios y de otra manera en la vida real centros municipales, empresas especializadas, etcétera.
Comenzar a pensar de esta manera es entrar en la lógica de la educación permanente. La escuela sigue siendo la pieza clave del sistema educativo, pero sólo una pieza. Se da por supuesto que todo no se aprende en ella y que, por tanto, debe enseñar a seguir aprendiendo a lo largo de la vida. Debe ser capaz de introducir a los alumnos en los otros lugares educativos, no sólo llevarles allí de visita: fábricas, ayuntamientos, periódicos, aldeas y barrios. Y reconocer que hay muchas cosas que otros agentes deben hacer porque pueden hacerlo mejor. Una escuela internamente participativa debe ser Capaz de compartir con otras instituciones la tarea educativa. De no entrar en esta lógica, estaremos siempre buscando las causas del fracaso de la reforma anterior y sentando las bases de la siguiente. "Las reformas puntuales del sistema escolar que no se inserten en una perspectiva global de educación permanente no hacen más que prolongar una lógica educativa ya superada, llegando así a un callejón sin salida" (simposio de Siena del Consejo de Europa).
Sería conveniente y oportuno plantearse ungran acuerdo educativo para los próximos 15 años. Un conjunto de objetivos, estrategias, prioridades en cuanto a temas y grupos sociales... podrían constituir el proyecto español de educación permanente. Este marco situaría el debate educativo en el fin del siglo XX, sacándolo de sutiles polémicas sobre galgos que enseñan y podencos que educan.
Los poderes formales y reales podi,ían entrar a debatir la situación educativa de los españoles jóvenes y adultos y analizar si estamos pertrechados para concebir y llevar a cabo el salto histórico a que la crisis nos conduce.
Hoy por hoy, muy pocos son los conocedores de las claves de "la perpetua desintegración y renovación" en que consiste la era presente. Este "mundo delicuescente" en que aparecen nuevos materiales y procesos, fábricas difusas o empresas invisibles, causa desconcierto y desasosiego entre los cuadros políticos y profesionales que no han podido digerir tantas muertes en tan poco tiempo: Dios, Marx, la modernidad, el socialismo, la cadena de montaje, la multinacional clásica... Las grandes mayorías se han quedado sin líderes y, según su edad o condición, se angustian buscando empleos de los de antes, estudian profesiones a punto de extinguirse o, precursoras instintivas del futuro, escamotean las leyes del presente. Con un 80% de personas que no han llegado al umbral del graduado escolar, ¿estaremos en condiciones de diseñar democrática y participativamente nuestro camino hacia el futuro, o tendremos que dar por bueno el que se nos vaya imponiendo por centros lejanos de discusión científica y tecnológica?
En tres instancias hay un proceso que incide en el diseño próximo de lo que será la educación extraescolar. En primer lugar, el Ministerio de Educación ha puesto a debate un documento de trabajo que debe culminar en un Libro Blanco y en un cambio de la normativa vigente. En segundo lugar, el Instituto Nacional de Empleo está reconvirtiendo toda su área formativa. Y, por último, el Fondo de Solidaridad, concebido como ensayo del Fondo Social Europeo, que es, cada día más, un fondo de formación, debe ser la ocasión para que en los dos anteriores procesos de reforma participen los interlocutores sociales: los firmantes del AES y todos los demás. Ésta puede ser una oportunidad histórica para superar anacronismos, no reproducir estructuras que otros países están tratando de desmantelar y hacer con pocos costes una reconversión de lo existente.
es experto de la Unesco en materia de educación de adultos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.