Los subcampeones europeos regresan dolidos con su juego
ENVIADO ESPECIAL Los jugadores madridistas regresaron el jueves a Madrid, después de perder su decimotercera final de la Copa de Europa de baloncesto. Todos coincidieron en lo inevitable que pareció su derrota ante el Cibona. No conciliaron el sueño y aún no comprendían, horas después del partido, cómo se les había escapado el acontecimiento más importante de la temporada. Casualmente, pocos hablaban esta vez de Petrovie, no les dolía el juego realizado por el gran triunfador de esta Copa de Europa. Les dolía su propio juego.
Ya no importaba después saber que Drazen Petrovic decía a quien le marcaba en los últimos minutos: "Hala Real, Hala Real", mientras se pasaba la pelota por entre las piernas y bailaba en el medio de la cancha.
En el repaso de las estadísticas del encuentro se hallan situaciones curiosas. Por ejemplo, que el Real Madrtid era ya un equipo derrotado a falta de 8.30 y con el marcador 69-61. Si se lo cuentan a un equipo italiano se echa las mano a la cabeza. Rullán no entendía desde el banquillo la imagen de derrota que daban sus compañeros cuando el encuentro llevaba un marcador igualado.
Más paradojas. El cacareado Drazen Petrovic sólo deslumbró con desvergüenza cuando el partido estaba sentenciado; un poco antes había acumulado el 50% de sus tantos a base de tiros libres.
Drazen tuvo un 44% de efectividad en el tiro, un pobre porcentaje; seguramente el peor de sus actuaciones europeas, y al descanso llegó con un paupérrimo 38%. ¿Dónde estaba la amenaza de Petrovie sino en la mente de lo jugadores madridistas? Tras una racha deslumbrante de este jugador en los minutos iniciales de la reanudación, el resultado era pobre 5756. Así pues, el Real Madrid tuvo al enemigo en casa.
Los jugadores españoles iban contra corriente desde el momento en que pisaron la cancha; las defensas en zona que habían ensayado no pudieron ser puestas en práctica. "Mientras Martín estuvo en cancha", decía un jugador, "al menos la defensa yugoslava estaba encojida en el centro, pero cuando se fue, se abrieron y entonces nos encontramos con dificultades para encontrar sitio".
Sólo en la triste cena del miércoles los jugadores corrieron un biombo para que nadie les interrumpiera. Hasta ese momento no habían tenido oportunidad de estar juntos con tranquilidad. El trasiego de extraños había impedido al equipo charlar conjuntamente y con intimidad sobre el partido y, sobre todo, poner en juego ese espíritu que les había llevado a realizar una temporada impecable.
Tras la cena, cada jugador resolvió a su manera el insomnio. Jackson y Robinson pasearon largamente con sus mujeres; Velasco, solo; Biriukov, también; Corbalán concedía más entrevistas y Martín, Iturriaga y Del Corral deambulaban por la cafetería del hotel Unos minutos antes, los jugadores del Cajamadrid salían a disfruta de una noche más de vacacaiones en Atenas, premio al consuelo de permanecer en Primera División.
Una afición sin identidad
Después del partido, los jugadores yugoslavos celebraron su primer título de la Copa de Europa, tranquilamente, sentados en el pabellón. Hablaban con los aficionados, les enseñaban el trofeo, se besaban y se abrazaban. Era un ejemplo de identificación entre seguidores y jugadores. Todos eran jóvenes, todos eran estudiantes. El Real Madrid apenas tuvo apoyo de los aficionados que llegaron a Atenas. Una afición de Madrid con sombreros cordobeses, banderas regaladas por el club y el obligado añadido de Manolo, el del bombo, un hombre que nego cia ue alguien le patrocine los viajes.ÉL dirigía los ánimos, con una camiseta de La Casera.
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