Reprimenda televisada
El presidente del Gobierno sostenía, en tiempos de la oposición sin coche, que la mejor manera de retener las palabras era paseándolas, y así daba largas caminatas con los periodistas que pretendían de él las declaraciones que fueran conformando la imagen difusa de quien entonces se llamaba sólo Felipe, iba vestido con trajes de pana y lucía en la cara esa risa de agua que el poder va secando con esparto y aceitunas de cóctel.Debe de seguir pensando lo mismo el presidente con respecto a las palabras peripatéticas y ha de darle buen resultado el ensayo del paseo verbal porque ya lo ejecuta incluso ante las cámaras de televisión. Lo hizo el jueves, y le quedó perfecto, porque consiguió el objetivo de hacer del silencio que sigue a toda reprimenda la principal arma de su estrategia.
Desarme
Y desarmó de tal modo a su contrIncante que lo dejó dando paseos con los ojos por las ramas de los árboles del palacio de la Moncloa, que es donde se desarrollaba esta escena que hubiera filmado Alain Resnais para darle un poco más de viveza a El año pasado en Marienbad.Su contrincante era Joaquín Leguina, presidente de la Comunidad de Madrid. La escena, voluntaria o involuntariamente, con el deseo de los protagonistas o a sus espaldas, fue filmada íntegramente por Televisión Española, y los telespectadores la pudieron ver, al menos, en el último telediario de la segunda cadena, el jueves por la noche. El presidente convocó a Leguina, lo llevó al patio, y allí le redujo más de un 3% la habitual facundia de los jefes autónomos; el hombre se quedó callado y se arrimó a las esquinas como hacen los extremos cuando se refugian en el banderín de córner una vez que han visto que sale por la línea de fondo la díscola pelota de cuero.
Tuvo poca alternativa, según se vio en las pantallas de la televisión, para replicarle al jefe del Ejecutivo, y así se dedicó a romper las ramas limpias de los árboles de la Moncloa en un ejercicio que parecía igual al que hacen los niños cuando reciben en la mesa paterna la reprimenda de los sábados por la noche. A falta de palillos, el presidente autónomo la emprendió con los árboles y obsequió al suelo con los despojos de las ramas.
La secuencia filmada terminó con las imágenes que Felipe González habría deseado: cautivo y desarmado Joaquín Leguina, el paseo terminó en el más absoluto silencio, con esas bocas fruncidas que tienen los novios primerizos que alcanzan su primer enfado definitivo, hasta que las cámaras les obligaron a la sonrisa forzada del final de partida y fue Leguina quien entonó el mea culpa que le exigió sin palabras el antiguo habitante de Pez Volador, 32, hoy presidente del Gobierno, peripatético ejecutivo que piensa que el silencio es oro y que una imagen vale más que mil palabras.
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