18 lunes
Amancio Prada, el bardo castellano/leonés, me pide que le haga la versión española de una canción brasileña que dice la amargura y la conflagración/deflagración de la gran ciudad, con su alma diesel y su cáliz on the rock. Una especie de tango brasileiro, al que Prada puede poner el escandido confidencial de su recitado. Lo que pasa es que uno, a lo mejor, es un escritor de tangos en prosa. El mito grancapitalista de la gran ciudad nace con Baudelaire y Las flores del mal, y llega, ya como loa/crítica, hasta Tom Wolf, Woody Allen, Andy Warhol y Franz Lebowitz, la judía adorable de Manhattan, pasando por la Viena de Musil, el Petersburgo de Biely y el Londres (ocasional) de Virginia Woolf. Más el modelo máximo de ciudad/protagonista, el Manhattan Transfer de Dos Passos, libro ya peyorativo. Hay un momento -Hitler- en que la gran ciudad -Berlín o Munich- se vuelve contra el hombre y lo prensa como un cemento. Es cuando vuelven el centralismo y la barbarie de Roma. Metrópolis, de Fritz Lang, le señala al cine un camino a seguir. El cine, que es la imaginación de la máquina, imagina mejor en la calle que en el campo. Karl Marx, otro de los hombres que hacen siglo XX, desde el XIX, piensa su revolución para las ciudades industriales, y concretamente para Manchester, en cuyos telares tenía Engels una novia (aunque tampoco es cierto que Marx no escribiese nada de Rusia ni de los sistemas campesinos). Hoy, con un spleen muy fin-de-siglo, el urbanita, que diría Ramoncín, vuelve al campo/parcela, como yo me refugio en mi jardín, que va teniendo más del bosque de Arden shakesperiano, adonde ha pasado todo, que del resignado huerto de Voltaire. Pero la ciudad nos reclama para la reyerta de cada día. Fraga habla ya de "la demagogia del cambio", haciendo de Felipe un Fidel que hubiese tomado Madrid por las armas Siempre queda por bailar un último tango en Madrid, Amancio.
20 miércoles
Todavía, una película de chelis y vallecanos malos. El lenguaje del Chirlo, actor espontáneo, soporta toda la película, De tripas corazón. Hay ya cientos de películas madrileñas que han nacido de un tal Diccionario cheli. Cuando uno se negó a dialogar algunas de estas producciones, tornaron el libro y dialogaron gratis, los productores. Giménez -Caballero me propone académico como "codificador de un argot pútrido".
22 viernes
Están empezando a desmontar el escalextric de Atocha. Fue una cruz gamada de cemento que Arias Navarro puso para tachar la gran plaza popular y madrileña, con una estación modernista por la que parece que acaba de tomar el tren Rubén Darío, hacia "la sagrada selva", y unos caballos esbeltísimos que hacen su vida sobre el Ministerio de Agricultura o como se llame ese palacio, que en todo caso es bellísimo. Se suponía que el escalextric iba a mejorar el tráfico. De momento, aquellas formidables y espantosas máquinas franquistas dejaban una pela a las grandes constructoras. Arias Navarro, apartado del siglo, riega ahora mismo, en el instante matinal y vago, sus geranios de Torrelodones, apartado del siglo. Otros le recuerdan la sangre. A uno le basta con recordarle el hormigón. La Torre de Valencia, que él autorizó cargándose la Puerta de Alcalá, el escalextric de Atocha y los maceteros de la Gran Vía, que están siempre llenos de colillas internacionales. Pero la historia, que no existe (no hay medio de codificar los códigos de la sangre), es irónica por no existir y por haber convertido el escalextric franquista en la más alta ocasión antifranquista que vieran los siglos: millón y medio de madrileños en el puente, contra Tejero, al día siguiente de la asonada. Con el escalextric se llevan la gran svástica tardofranquista. Los coches, un barullo.
24 domingo
Como usuario del Metro, no estoy de acuerdo con la iniciativa oficial Madrid/Barcelona de pintar los pasillos o los vagones del gran medio urbano de transporte masivo: aquí, querido Amancio, el tema del lunes, la convulsión de la gran ciudad. (En este momento me llama Águeda, la chica que pasa un trapo por la casa, semanalmente, para decirme que ha tenido que volverse por el atasco del Metro en Atocha, obras derribo escalextric.) El metro se había convertido en proscenio del músico latinoché, atellier del pintor errante y galería del comerciante imaginativo y sin mercancía, hasta esos inopinados puestos de coco fresco que encuentra uno a la salida de las terminales, corno si hubiera salido (3, quizá sí) al Tercer Mundo o a unas Bahamas madrileñas y menestrales. Los usuarios gozabamos cada día la sorpresa musical. o pictórica que alegraba nuestro "viaje hacia ninguna parte". Hay una hermosa película yanqui de rock y chicanos, un West Side Story de los 80, donde un pintor marginal persigue obsesionado el único Metro blanco de Nueva York, uno que va al Bronx, y que es para él, ya el Moby Dick de las aguas subterráneas de la gran ciudad. Que el estado socialista/capitalista se apropie las iniciativas del pueblo, aquí como en USA o Rusia, revela dos cosas, a saber: que el Estado no tiene iniciativas y que todo manadero espontáneo de libertad/libertad es casi siempre hipotecado, en nombre de la libertad misma, del pueblo o de lo que sea, para devolvernos una espontaneidad prefabricada. No estoy de acuerdo con que se pinten por encargo los Metros de Madrid y Barcelona. Es como cuando Broadway se sacó Hair para comercializar (y extinguir) el movimiento hippy. Ya lo habían hecho con el negro spiritual, plastificándolo en la flor plana del disco. Y con el flamenco y el rock que nació, en Elvis como en Vallecas, a la sombra del camión de un camionero.No creo en el Estado lumpem.
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