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El alma alegre de Manuel Valls

Estaba condenado. Un corazón fatigado por dificultades de respiración y un infarto momentáneamente superado. Pero tenía una mala salud de hierro y no había mermado su actividad. Seguía yendo todas las mañanas a su despacho del Negociado de Expedientes de Ruina en el Ayuntamiento de la Ciudad Condal. Tras breve siesta en su casa, pasaba la tarde en el bufete de abogado que compartía con su fiel e íntimo Ramón de Balanzó. Y por las noches asistía a los conciertos, escribía sus reseñas para el periódico y charlaba con los amigos en las varias tertulias que mantenía, en particular la irrenunciable de los martes en el Tenis-Club de Barcelona. ¿De dónde sacaba tiempo para escribir sus excelentes y documentados libros, para componer sus originales partituras, para formar su excepcional colección de instrumentos musicales o para ser aquel infatigable lector que siempre fue?Pero Manuel Valls estaba condenado, y teniendo yo noticia de que se había agravado, al volver a Madrid de mis vacaciones mediterráneas di un rodeo por Barcelona para verle; mas con tal mala fortuna que llegué justamente horas antes de su entierro. Eran las nueve de la noche y marché directamente a la pulcra Funeraria Municipal, donde me encontré con un nutrido grupo de gentes que hablaban con tal bullicio y alegría que más parecía una reunión de sociedad que un velatorio, a lo que contribuía la presencia de varias bellas mujeres. Estaba allí la mayor parte de sus amigos -tanto los de corazón como esos que se presentan a la hora postrera como arrepentidos de haber hecho alguna mala faena en vida al muerto distinguido- y muchas figuras del mundo de la música, de las letras y de la política. Pero era aquella una alegría que no desentonaba tratándose de Manuel Valls. Me fue dificil abrirme paso hasta llegar a la salita donde estaba el féretro, en ese momento solitario, y allí vi, más que muerto dormido, a mi buen amigo Nani, con su habitual sonrisa, dulce y guasona. Nuestra amistad no era muy antigua desde que apareció, hará unos 15 años, por Alianza Editorial para ofrecer uno de sus primeros libros -Para entender la música-que se publicó con buen éxito. Pero no por corta y poco frecuentada fue para ambos menos sincera e intensa; quizá porque coincidíamos en tomar la vida al mismo sesgo, con tantas ganas de hacer cosas como exentos -¡grave defecto!- de ambición personal. Me quedé mucho tiempo mirándole, quizá el rato más largo que he pasado con él, ya que nos veíamos sólo de tarde en tarde con ocasión de algún viaje, siempre acelerado, de uno u otro. Y ante aquel rostro cuya jovialidad parecía querer rubricar su vida, me pregunté: ¿Quién fue de verdad Manuel Valls?.

La vida del hombre es una misteriosa trama de azar, destino y carácter, como descubrió Guillermo Dilthey al final de la suya. El azar, desde nacer en un cierto lugar y en un determinado tiempo hasta el soplo del viento, da o desbarata las oportunidades de realizar nuestro propio e intransferible destino, de ser el que estábamos llamados a ser. Y el carácter, que en parte viene dado como la fortaleza o la debilidad físicas, y en parte se va formando al hilo de la propia experiencia, también es responsable de que se pierdan o se aprovechen esas ocasiones. Valls, hasta los 15 años, vivió en un hogar de la alta burguesía catalana. Su padre llevaba la casa de banca fundada por su abuelo, pero su falta de energía, de vocación, o simplemente la mala suerte, le condujo en 1935 a la quiebra, y tras pagar honrosamente todas las deudas, quedó la familia totalmente arruinada. El padre murió a los pocos años, abrumado quizá de que el mundo diera tantas vueltas y se cayeran las torres más altas, y fue su madre, mujer valiente según el testimonio de sus hijos, quien logró sacar adelante a una familia de ocho hijos, el menor de los cuales era justamente Manuel. Debía ser mujer serena y con cierto humor, pues un día en que sólo tenían seis pesetas, que no daban para comer todos, decidió llevárselos al cine y olvidar por un momento las angustias cotidianas. Sin duda, ese batacazo familiar, que alcanzó a Manuel en el tiempo de la sensible adolescencia, influyó en su modo de ser. Pero, en lugar de reaccionar con violencia o resentimiento, se fue afirmando en él una actitud que puede ser la clave para entender su vida: la ironía.

Acudamos a Ferrater Mora, que, por paisano, filósofo y de talante afin, puede ayudarnos en este entendimiento. "Sócrates", ha escrito, "había descubierto la posibilidad de verdades que no pueden revelarse directamente..., a las que parece obligado mirarlas de reojo..., siguiendo la razón un camino con el paradójico propósito de alcanzar, a través de la niebla de su mirar entornado, una mayor luminosidad". Esta ironía que parte del entusiasmo por todo y no llega nunca a la desesperación era la forma de vida de Manuel Valls, porque -vuelve a decirnos Ferrater- "cuando la ironía va pareja con la curiosidad, el juego intelectual y el escepticismo, va también paralela a la autenticidad, a la eliminación de todo lo falso". En suma, el mundo de Valls era un mundo de entusiasmos templado por la ironía.

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Dos años después de la quiebra familiar vino la gran quiebra nacional: la guerra civil, en la que vivió nuestro amigo la barbarie de ambos lados, lo cual conduce asimismo a mirar con cautela la política. El bozal que pusieron los vencedores a la lengua y la cultura catalanas removió profundamente su natural amor al catalanismo, que mantuvo como uno de sus más permanentes entusiasmos, un catalanismo abierto a lo otro y no mirándose el ombligo. Pienso que pronto se dio cuenta de que la música no

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era en él afición o mera diversión, sino una vocación decidida, cuyas técnicas y procedimientos aprendió por sí mismo, falto de tiempo y de dinero para largos estudios. Creo que fue importante para él su pertenencia al Círculo Manuel de Falla, donde se refugiaron en 1940 muchos nuevos valores de la cultura musical catalana y donde conoció a otros compositores importantes, como Xavier Montsalvatge, que iba a ser desde entonces su amigo querido y admirado. Nadie mejor que el autor de La voz en off para explicamos lo que debe la música española a Manuel Valls: "Música ecléctica", la califica, "porque va a abordar los géneros más diversos..., entre ellos la aplicación precisa de la música al sentir específico del elemento literario o plástico en el cual queda inserta..., como fueron las destinadas a textos de Salvador Espríu, el poeta entrañable con el que va a colaborar muchas veces". También señala Montsalvatge "la tendencia del compositor para aproximarse a las expresiones más sencillas y directas del sentimiento popular, alejado de todo folclorismo...,,y su música funcional destinada al cine...". Entre sus canciones destaca las Canciones sefardíes, para soprano, flauta y guitarra, que estrenó Victoria de los Ángeles; las Cançons de la roda del temps sobre texto de Espríu y las Canciones del Alto Duero, apoyado en Machado. Yo añadiría su Himno del Barça, que ganó -deportivamente, claro está- el concurso convocado por el famoso club de fútbol y al que acudieron también, entre otros, el maestro Mompou y el mismo Montsalvatge. "Toda esta música", añade este último, "reveladora de una inteligencia cultivada y de un sentido de la ironía que no llega nunca al límite del sarcasmo..., ha sido divulgada por buenos intérpretes (aunque, a veces, no piense su autor como debiera en las dificultades que les plantea), pero no ha conseguido la difusión que merece".

Una personalidad así no tiene fácil relevo. La cultura española toda, pero muy particularmente la catalana, ha perdido un valor eminente. Su último libro publicado -La música en el abrazo de Eros- simboliza una vez más su actitud existencial, pues, si por un lado está conforme con Stravinski en que "la música por naturaleza no puede expresar nada concreto... un sentimiento, una actitud, un estado psicológico, un fenómeno de la naturaleza", por otro muestra jovialmente que la música "ha sido imprescindible: para estirriular, acompañar y colaborar en la más entrañable, tierna, angustiada y profunda relación humana: la del proceso, que lleva al trance gozoso del amor", sin duda basado en su experiencia.

Aún quedan inéditos un libro -Música y cine- y una ópera de cabaret con el extraño título de Cal. 33-33 ó el bon samarità, que estuvo a punto de estrenarse por dos veces. Las cantatas que Oriol Martorell estrenó con la Coral de San Jordi, sobre texto también del máximo poeta catalán recién desaparecido, llevan un título que parece resumir el amor de nuestro valiosísimo amigo a la tierra donde nació y murió: D´una vella i encerclada terra.

Esa tierra catalana, hermosa y seria, que aprendí a conocer en el alma alegre de Manuel Valls Gorina. Había nacido el 21 de julio de 1920, y el 9 de septiembre de 1984, al atardecer, su corazón se detuvo.

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