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La más larga disputa laboral británica

El 'rey Arturo'

C. M. Se cuenta que un día, en la década de los sesenta, Michael Foot, el veterano dirigente laborista, que en aquel tiempo era un simple diputado, comentó con el entonces secretario del Sindicato Nacional Minero, Lawrence Daly, que el movimiento sindical británico ya no producía líderes, como antaño, de la talla de los Aneurin Nye Bevan. "Espera que conozcas a Scargill", fue la lacónica respuesta de Daly. Foot no tuvo que esperar mucho. Pasados los años, Arthur Scargill, el rey Arturo, como le llaman sus enfervorizados seguidores, se iba a convertir en el líder sindical más controvertido del Reino Unido.

Scargill nació el 11 de enero de 1938 en un pequeño pueblo de la cuenca minera de Yorkshire, Worsbrough Dale, en el norte del país. Su padre, Harold, militante de toda la vida del Partido Comunista británico, que a los 80 años vive con su hijo, le inició desde pequeño en la lucha sindical.

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Afiliado a las Juventudes Comunistas, se aparta pronto de ellos y se inscribe en el Partido Laborista, porque "no le atrae la línea rígida del partido".

Su ascenso en el sindicato minero es duro y desesperante. La jerarquía de los sindicatos es considerada por Scargill demasiado moderada, "están a la derecha de Genghis Khan", manifiesta. Sin embargo, su línea dura, en la que no hay sitio para el compromiso, le hace cada vez más popular en una industria que ha visto su fuerza laboral reducida a la mitad entre 1961 y 1971. Sus paisanos de Yorkshire le eligen, en 1973, presidente de la zona minera del condado y nueve años más tarde es designado presidente nacional, con más del 70% de los votos.

Arthur Scargill es un idealista y un visionario. "A la edad de 15 años", ha manifestado, "decidí que el mundo estaba mal y había que ponerlo bien, a ser posible de la noche a la mañana". Su visión del movimiento sindical es totalmente política y no sólo laboral.

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Su lucha, sin embargo, parece estar condenada al fracaso. Sus sucesivas llamadas a la lucha de clases caen en el vacío en una sociedad que, a pesar de sus más de tres millones de parados, mira más hacia el siglo XXI que al XIX.

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