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Fe

Ninguna ley económica con nombre ofrece hoy una cabal explicación sobre la potencia del dólar. Más y más economistas con la razón desbaratada pasan a mirar morosamente al cielo. Aquella infraestructura de la terminología marxista que era el pergamino seguro para leer la realidad aparece ahora doblado por el misterio de la superestructura. La verdad y lo real, algo que materialmente se tocaba, podía computarse en sus vectores fuerza y era, en suma, el mejor plato del conocimiento, se evapora hoy como una sopa humeante hacia el reino del espíritu.Pocos podrían negar que la situación monetaria internacional reproduce la escena de la adoración a un totem. La congregación en torno a la voluntad de una moneda que fulge con un extraño albedrío e induce a pensar en la lógica de lo peor.

Se producen víctimas, desequilibrios, un temor mal disimulado sobre la misma mesa de quienes disfrutan el banquete. Algo existe en esta orgía ceremonial del dólar que hace creer en una inmensa mentira que no acabará sin catástrofe. Pero a la vez, algo hace saber que si la fe en este fenómeno diabólico no se sostiene podríamos ser arrasados de inmediato. Más vale creer. O hacer en todo caso como si se creyera.

Sin leyes que abastezcan la razón el mundo parece una piedra sin órbita. Ignorando lo que puede pasar puede pasar cualquier cosa coherente, no importa ya lo arbitraria que sea.

Los pronósticos han perdido su credibilidad tanto como ha ido creciendo el crédito de la fatalidad. Todo esto es religión, la culpa que no tiene memoria de su crimen, el pánico a un castigo sin proporción, la aceptación del milagro como única cura.

El dólar. Hasta lo supuestamente más grosero de este mundo está impregnado de misterio. Y más todavía estas monedas sacrificiales de cuyo origen los templos fueron sus primeros beneficiarios. Vuelve Dios, casi seguro. Pero no es ese Dios con quien se puede tomar una cerveza y plantearle los problemas con la declaración de la renta, sino un tipo que no cabe por la puerta, te mira con un áspero resplandor de arriba a abajo y si encima no le gusta tu cara te deshaucia.

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