Todos somos sospechosos
Estoy completamente seguro que las empresas que se dedican a vender seguridad están haciendo un negocio fabuloso. También lo estoy de que tales compañías constituyen ya lo que entendemos como un poder fáctico. La inseguridad ciudadana, que no puede racionalizar por qué razones es incontrolable dado el enorme gasto en aparato policial, se ha convertido en un mercado en alza.Nunca he estado en la URSS y no puedo comprobar si es cierto que allí, como dicen habitualmente los medios de comunicación, el ojo del Estado controla milimétricamente el movimiento de sus ciudadanos. Lo que sí puedo constatar es que aquí, en España, todo está controlado. Cualquier banco, cualquier organismo oficial, cualquier empresa de cierta categoría tiene su señor armado, su cámara de TV interior, su aparato de rayos X, su ordenador y un sinfin de artilugios y fuerzas que imponen al ciudadano de a pie. Sin embargo, todo ello no evita que se sigan cometiendo actos delictivos por doquier ni tampoco que se produzca un espectacular atraco a pleno día, como es el caso del Banesto.
A una entidad bancaria me refiero precisamente con la reflexión de lo anterior. El pasado 8 de febrero he entrado en una sucursal del Banco Central en el barrio de Vallecas a pagar un recibo de la luz, y sin ninguna explicación he sido arrinconado, registrado y amenazado por un vigilante jurado nervioso, que, cuando se ha aclarado que yo no era un atracador, que yo era un desconocido e incauto ciudadano que iba a aquel banco a darle dinero, me ha respondido, ante mi protesta por tan
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exagerada conducta, "¿qué le parecería a usted que aquí hubiera un atraco?". Es decir, que este señor armado, para obtener una pri ma por celo laboral, había entendi do que la mejor forma de que no se produzcan atracos es tratar a todos los que van a un banco como sospechosos. Alucinante, pero cierto. Pero no es esto lo peor, sino el hecho, del que fui testigo, de que el apoderado del banco parecía no poseer ninguna autoridad para oponerse a tan ardiente actividad del vigilante, ya que creo deducir de ello que los vigilantes de estas empresas reciben las órdenes de instancias ajenas a la propia su cursal.
Ni que decir tiene que a las diez de la mañana, todavía dormido, yo me creí en un primer momento que había pasado a un banco que se estaba atracando y que el tal vigi lante era un atracador hábilmente disfrazado. Después comprendí que este señor seguramente sería muy asiduo a las películas norte americanas de TV o que se había tomado en serio las reprimendas de sus jefes por no haber impedido la empresa de seguridad el rififi de hacía unas semanas.
En fin: me parece que Franz Kafka tendría hoy en España tema para rato, y que como no se ponga coto al boom de las empresas de seguridad, a sus atribuciones, a la selección de su personal y a la ale gría de darles armas, dentro de podo no va a ser preciso la necesi dad de la policía judicial, ya que estas empresas la van a suplantar en medios, en personal y hasta en celo profesional-
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