La lenta agonía de las posadas
Mendigos y ancianos habitan hoy las antaño bulliciosas posadas del viejo Madrid
Un centenar de personas, ancianos sin familia la mayoría, reside hoy en las antiguas posadas que agonizan con el paso de los años en la Cava Baja, en las cercanías del castizo barrio de La Latina. Entre 150 y 300 pesetas cuesta a diario la cama en las centenarias posadas del León de Oro, San Pedro, del Dragón y San Isidro, que guardan en sus entrañas, sucias y desgreñadas, vestigios de lo que fue el histórico Madrid de principios de siglo.
A mediados de 1955, el actor valenciano Pascual Barrachina Mira llegó a Madrid en busca de trabajo y fortuna. Poco podía imaginar entonces que en el lugar que eligió el prirner día para hospedarse, en la histórica posada del Dragón, pasaría el resto de sus días.Las evoluciones de su trabajo como actor en televisión y pequeños papeles en el cine, su jubilación, su vejez, la lenta transformación de su vida, han tenido como testigo fiel. la posada. Durante la última década, el anciano Barrachina, de 89 años y afables rasgos barojianos, ha mantenido una vida rutinaria. Se levanta hacia las siete de la mañana, hace gimnasia; a las nueve se instala en el café de La Latina, donde lee los periódicos; come en el barrio y al atardecer regresa a la posada. Para el anciano, el tiempo parece haberse detenido en la posada. "No ha cambiado nada en estos 30 años; quizá viene menos gente. Todavía mantiene los viejos pesebres para los animales que iban a ser vendidos en los mercados de la Cebada o San Miguel". Apenas se relaciona con los 25 o 30 compañeros de hospedaje. "Me gusta la soledad, no tengo amigos y prefiero no tenerlos".
De la misma opinión es Alfonso Calabia, de 78 años, habitante de la posada de San Pedro desde hace cuatro décadas. El viejo Alfonso, lector impenitente, prefiere un libro a charlar con los demás inquilinos de la posada. "Me encierro a veces, sobre las siete de la tarde, en mi habitación y releo algunos de los 200 libros antiguos que guardo de mi época, cuando trabajaba en la editorial Hernando. Me dan a menudo las seis de la mañana leyendo".
Sus vivencias tampoco se asemejan a las del resto de los moradores de las posadas, ancianos jubilados y hombres de mediana edad que viven de la mendicidad, como Pedro R., ex taxista, de 52 años, que vive de la caridad por la mañana y trabaja limpiando algunas horas por la tarde. "La mayoría de los que viven en las posadas se va a pedir a los pueblos por temor a que les descubran sus familiares". El mismo temor que refleja Pedro a ver su nombre en los papeles.
La sola mención de los albegues municipales parece herir la dignidad de los actuales habitan tes de las posadas. "Si cerraran" dice un anciano, "haría cualquier cosa para sobrevivir dignamente: robar coches, atracar..., cualquier cosa. Lo que es seguro que no iré nunca a los albergues municipales; es peor que ir a cárcel".
Derecho a pedir
Los que reconocen que viven de la mendicidad reivindican, con las atribuciones que otorga la indigencia, el derecho a pedir limosna.
El ex taxista, que lleva dos años en la posada del Dragón, desde que sus familiares le echaron de casa, declara con orgullo que posee la mejor habitación del edificio. "El balcón da a la calle. Fíjese si tiene luz que he llegado a tener 25 pájaros en mi habitación; menudo jolgorio cuando se ponían a cantar a la vez". También él insiste en que no quiere tratos con nadie, aunque es dicharachero y simpático.
Dos puertas más adelante está ubicada la posada del León de Oro. En la penumbra del zaguán, el churrero Antonio Iglesias, de 37 años y aspecto prematuramente envejecido, cuenta con desgana que se trasladó hace seis años allí, al cerrar la posada de la Villa, porque le quedaba cerca. Ambas posadas están situadas una enfrente de otra, a sólo tres metros de separación.
La desaparición de la posada de la Villa, que conserva su espléndida fachada remozada -como la de San Antonio, en la Cava Alta, que pertenece a la viuda de Vacas-, obedece a la lenta transformación de la fisonomía de la calle, al avance inexorable del tiempo y al abandono o desaparición de las familias que las regentaban. Nombres como las posadas de Vulcano, del Navío, del Gallo, del Madroño o de las Ánimas se pierden en la memoria de los más viejos.
En la parte oculta de la Cava Baja, desgastados por el tiempo y el abandono, amplios zaguanes semivacíos denotan el paso de los años.
Las 150 camas de las cuatro posadas que siguen abiertas se cubren por completo en invierno. Hace unas semanas, con la ola de frío que azotó Europa y que también afectó a Madrid, las posadas se llenaron. "El verano se hace notar", afirma Ignacio García, dueño de la posada del Dragón. "En invierno tenemos casi las 40 camas ocupadas todo el tiempo; en verano, alrededor de 25".
Las posadas no han incorporado apenas adelantos de la hospedería. Habitaciones con una, dos y tres camas -en las que no se permite la entrada a mujeres-, sin calefacción ni agua caliente, paredes desconchadas y muebles viejos y gastados, como hace décadas, son habitadas por ancianos sin familia que se niegan a ingresar en una residencia e indigentes ocultos a sus familiares.
"Aquí pagan 150 o 300 pesetas a diario y pueden hacer lo que quieran; se sienten libres, nadie tiene derecho a decirles lo que tienen que hacer. En los albergues es distinto: duermen con mucha gente en la habitación y además cierran muy temprano", apostilla la anciana Petra González, de 80 años, que regenta la posada de San Pedro o mesón del Segoviano, fundada en 1740. "No les subo más el alquiler porque no tienen para pagar. Algunos, por las noches, recogen ropa que la gente tira y van luego a venderla al Rastro. Hay alguno que debe 17 camas, pero no puedo decirles nada porque no tienen dinero; además, si un domingo se les da bien sacan de una vez 20 camas, y así van tirando". "Las posadas nunca tuvieron agua caliente", interviene Antonio Iglesias, "y, de todas formas, aquí nadie la necesita. El que no quiere ducharse con agua corriente se va a la casa de baños de La Latina".
Nostalgia del bullicio
El dueño de la posada del Dragón se queja de algunos inquilinos: "Cuando ponemos cisternas nuevas, duran un día; los grifos están averiados un día sí y otro también. No sirve de nada arreglarlos. Por la noche, siempre hay alguien que llega borracho y la emprende con algo".
La Cava Baja disfruta, sin embargo, de tranquilidad. Según los policías municipales que hacen la ronda diaria, nunca han tenido que intervenir en las posadas por problemas protagonizados por los inquilinos. "Llevo un año de ronda por esta zona", dice uno de los agentes, "y nunca hemos tenido problemas con las posadas. La Cava Baja es una de las calles más tranquilas y pacíficas de todo el centro de Madrid'.
A partir de las nueve de la noche, y hasta la una, hora de cierre, las posadas de la Cava Baja rememoran pálidamente, y en la distancia, la algarabía nocturna de principios de siglo. Al anochecer los primeros en recogerse son los pocos que tienen algún trabajo ocasional. El resto acude, siempre antes de la hora de cierre, a la única referencia diaria en su universo madrileño: la posada.
Protección municipal
La Cava Baja y la Cava Alta, reductos históricos de las posadas madrileñas, están protegidas por el Plan Especial Villa de Madrid, redactado en 1980, que incluye asimismo numerosos edificios de la zona centro de Madrid, principalmente del casco antiguo y primeros ensanches de Castro, Chamberí y Arganzuela. Los edificios incluidos en este plan, según el delegado de Urbanismo del Ayuntamiento madrileño, Enrique Bardají, están catalogados en tres niveles: estructural, ambiental e integral. Todos los inmuebles de la Cava Baja y la Cava Alta están incluidos en la categoría de integrales; esto es, máximo nivel de protección por motivos históricos, de relevancia simbólica y arquitectónicos.Las posadas, incluidas en el Plan Especial Villa de Madrid, no pueden ser demolidas ni pueden practicarse en ellas obras de vaciado interior; únicamente: obras de acondicionamiento o remodelación completa del edificio respetando su estructura.
La Concejalía de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid ha puesto en marcha una campaña informativa sobre ayudas a la rehabilitación de edificios con una antígüedad superior a los 40 años y que estén incluidos en el plan especíal. Las posadas madrileñas podrían conseguir, según Bardají, hasta un 50% de subvencíón si decidieran acogerse a las ayudas de rehabilitación. Ninguna posada ha solicitado, hasta el momento, la subvención municipal.
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