Europa profunda
¿Qué es un país? ¿Qué es un Estado? ¿Qué es una nación? ¿Qué es una confederación? Palabras de significación equívoca o, si se prefiere, polivalente. Tan polivalente que han dado y siguen dando lugar a diferentes formulaciones, de modo que todo eventual polemista se atendrá siempre a una de ellas, la que le interesa, en detrimento de las restantes, las que no interesan. Porque hay naciones oficialmente independientes y soberanas que pertenecen a la ONU, y Estados -en otros países los llamarían departamentos, condados, cantones, entes autonómicos, etcétera- que, federados a otros políticamente semejantes, constituyen un solo país, como el Estado de Ohio en EE UU o el de Hesse en Alemania Occidental. Y aun Estados independientes y soberanos que virtualmente forman parte de una sola nación: la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana, por ejemplo, respecto a la nación alemana.Aproximaciones a este tipo de planteamientos conceptuales lo, suscita sin duda un pintoresco mapa tamaño poster, titulado precisamente, Aproximación a la Europa de las naciones, que circula por Barcelona y me imagino que también por todo el ámbito de los Països Catalans; es obra del Centro Internacional Escarré (Ciemen), especializado en minorías étnicas y lingüísticas. Superfluo es señalar que la Europa que nos ofrece nada tiene en común con el concepto gaullista de Europa de las patrias. Mejor dicho: tiene que ver en la medida en que se trata del negativo radiográfico de la concepción gaullista. Una radiografía, por otra parte, realmente estimulante, llena de sugerencias amenas. Así, por ejemplo, si antes de conocer ese mapa alguien me hubiera preguntado por la nación lapona, yo hubiera pensado que se me estaba preparando para escuchar un chiste fácil y de mal gusto basado en ciertas similitudes fonéticas. Ahora comprendo mi error: Laponia es una nación situada a caballo de Noruega, Suecia y Finlandia. ¿Y Cornualles? Pues sí, Cornualles también: una nación situada sobre la península del mismo nombre, en la costa oeste de Gran Bretaña. Y lo mismo Frisia, al norte de Holanda. Y Retia, lo que uno siempre había llamado Suiza romanche. Y Lusacia, al este de Alemania. Y Friulia, entre Italia y Eslovenia. Y Tataria (¿Tartaria?), junto al mar Negro. También, claro está, hay naciones -Córcega, Bretaña, Macedonia, etcétera- que de todos son conocidas.
Ahora bien, ¿estarán de acuerdo con las líneas maestras del mapa no ya los pobladores de todas esas naciones inscritas en las oficialmente aceptadas, en las naciones convencionales, sino gran parte de los ciudadanos de esas naciones que tal vez se sientan excluidos del reparto? Yo diría que, por poco que rascásemos, no tardaríamos en detectar en numerosos lugares un fuerte sentimiento de agravio comparativo. Aunque todo dependerá de instancias tales como el sentido del humor de la persona eventualmente encuestada o su capacidad de adscripción a empresas colectivas del pasado, de que encuentre o no encuentre en ellas una parte esencial de sí mismo. Seguro que más de un eslovaco se daría a todos los diablos al verse asimilado hasta en ese mapa a la nación checoslovaca. Recuerdo, sin ir más lejos, a un escritor eslovaco que en la época de la primavera de Praga me definía a Eslovaquia como la Cataluña de Checoslovaquia. Y estoy seguro de que parecida respuesta nos darían multitud de italianos que, de haber vivido hace poco más de 100 años, hubieran pertenecido a Estados independientes, y ello desde las Dos Sicilias hasta el Piamonte, donde no faltan personas que ahora maldicen la ocurrencia -justamente piamontesa- de unificar Italia, quedando así vinculadas a lo que para ellos son mesnadas primitivas de meridionales. Y en nuestro mapa, tanto Italia como Checoslovaquia son naciones casi coincidentes con la nación convencionalmente aceptada. En lo que concierne a la opinión de los ciudadanos de determinadas naciones inscritas en las convencionales -Frisia y Cornualles, por ejemplo-, no me siento autorizado a opinar, ya que nunca he tenido ocasión de hablar con cornuallenses (¿se dice así?) ni frisones.
Entre los países convencionales, el más afectado, naturalmente, es Yugoslavia, con su variedad de territorios, etnias, lenguas y religiones que se entrecruzan. Le siguen el Reino Unido, Francia y España. La nación más favorecida es la nación alemana establecida por Bismark y perfeccionada por Hitler; decididamente, a Hitler le hubiera complacido eso de que hasta la Suiza alemana formase parte de los países alemanes. Y aquí se impone una pregunta de carácter general que requiere una respuesta por otra parte obvia: ¿qué subyace bajo esa Europa de las
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Viene de la página 9naciones que refleja el mapa, tan impreciso en el tiempo y tan discutible, por consiguiente, en su distribución en el espacio? ¿Qué encontraríamos si contempláramos radiografías tomadas por debajo de la que nos ocupa? Pues un gran número de honorables reinos, repúblicas, ciudades-Estado y otras unidades políticas de diversa denominación y mayor o menor importancia. Y, en última instancia, agrupaciones tribales.
Pero volviendo al mapa que nos ocupa, en lo que a España se refiere el problema no reside tanto en las naciones que poseen una lengua distinta al castellano, es decir, Països Catalans (Rosellón, Principado, País Valenciano y Las Islas), Galicia y Euskadi -aunque la delimitación de sus ámbitos respectivos también podría ser puesta en entredicho por más de uno-, cuanto en los llamados países castellanos. ¿Estará de acuerdo, por ejemplo, un asturiano con el hecho de que Asturias sea considerada histórica, geógráfica y hasta lingüísticamente país castellano? ¿Lo estará un aragonés, consciente de que Aragón es el titular principal, hasta los Reyes Católicos, de la corona del mismo nombre? ¿Y Andalucía, igualmente señalada en el mapa de forma vaga y en letra pequeña? ¿Se convierte el antiguo Al Andalus en un rincón tan castellano como Cantabria por el simple hecho de haber sido terminado de conquistar no hace todavía cinco siglos?
Si aplicáramos el mismo esquema al resto del mundo, el continente más afectado sería probablemente África. Las actuales fronteras entre Estado y Estado, fruto arbitrario de su pasado colonial, constituyen, no obstante, el clavo ardiendo al que todos ellos se aferran, conscientes de la catástrofe de rasgos no ya escabrosos, sino verdaderamente escatológicos a que daría lugar todo intento de reagruparse conforme a las antiguas etnias, territorios, culturas, lenguas y creencias religiosas que allí se entrecruzan. Hoy por hoy, el país del mundo proporcionalmente menos afectado sería, sin lugar a duda, Estados Unidos de América, con sus 51 Estados entusiásticamente cohesionados por una firme conciencia colectiva.
El más afectado -más incluso que la India- sería la Unión Soviética, con sus cerca de 70 etnias y sus respectivos territorios, lengua escrita y peculiaridades culturales y religiosas. Prescindiendo, por supuesto, de lo que afloraría si, como hemos señalado respecto a Europa, tomásemos también aquí radiografías tipo escáner a sucesivos grados de profundidad.
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