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Crítica:VISTO / OÍDO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Juncal y sesentañero

El don de la inoportunidad de doña Lola Flores es, como los timbres de alarma de los relojes despertadores: de una desesperante oportunidad. La noche del miércoles, su timbrazo jerezano volvió a saltar como un respingo en medio del homenaje que José María Iñigo ofreció en su Estudio abierto a Francisco Rabal: "Esto es igualito, como los de Hollywood", dijo la exaltada Faraona, y las suspicacias de noble imitador cogido in fraganti le llegaron a Iñigo y su pupitre se enfadó un poco.Lola Flores tenía más razón, con perdón, que una santa, y la verdad es que Iñigo no debió malhumorarse como un buen dormidor mal despertado. Su homenaje a Rabal iba, lo reconozca o no, tras de la cola de los que nos envían de vez en cuando los norteamericanos en honor de sus monstruos cotidianos, pero, pese al parentesco, el acto no estuvo nada mal. Supo a embarullado, a auténtico, a pastel de ley y, en fin, supo a poco, dada la edad de crecimiento en que se encuentra la estatura profesional del homenajeado.

Los habituales planos de cotilleo en un homenaje de este tipo pasaron pronto al cuarto de los trastos. La cámara se paseó por caridad ante la concurrencia y buscó algunas caras conocidas, pero poco a poco los tendidos se fueron oscureciendo, como corresponde a los teloneros, y allí ni siquiera hizo figura el propio Iñigo, discreto y en unas alturas de saber hacer que ya quisieran para sí sus colegas. El amo fue sólo Rabal, que le echó emoción y técnicas de fajador de primeros planos a aquel desafio consigo mismo en que le metieron bien metido.Su mejor primavera

La pinta de sesentañero le sienta bien a un actor que ha elaborado a golpes de años su mejor primavera y que está dando desde Truhanes lecciones de talento a espuertas y contra reloj. Se diría que, a estas alturas, a Rabal le ha entrado la prisa nocturna de los niños para que llegue la mañana. Hace unas semanas TVE emitió un capítulo, creo que el último, de una buena serie de Jaime de Armiñan. Se titulaba Juncal, y era la historia de un viejo torero cesante, golfo, arruinado y gorrón como un cura de los de antes, que termina su jornada con desplante de vergüenza torera arrancada de la memoria de sus faenas de antaño. Decir que hizo un trabajo eminente es poco. Toreó a su personaje, le sacó a su acción monocorde mil resonancias. Inventó y se inventó a sí mismo, como un diablo de su oficio, hasta producir la sensación de que un actor, bueno siempre, pero limitado antaño por la cortedad de] número de sus registros, se acaba de abrir de golpe como un abanico y ofrece la variedad de un zoológico: es capaz de hacer de todo y todo creíble.

Ahora, Rabal va a emprenderla con la barba del complicado Max Estrella de Luces de bohemia, en el otro polo de la nube donde hizo de lelo y simplote en Los santos inocentes, y, a no ser que una mala batuta estropea el tinglado, seguro que otra vez arrasa.

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