Pecios
(Aviso: "Pecios", que quiere decir "restos de naufragio", será el rótulo invariable de todas mis entregas para esta columna; cada "pecio", como un texto independiente, irá precedido por su título en cursiva y entre paréntesis.)
(Acción testimonial). La comunicación ha alcanzado tal volumen y tanta prepotencia, que la noticia pesa muchísimo más que lo notificado. Las noticias son más hechos, hacen u ocurren enormemente más que los hechos mismos de los que dan cuenta. Por eso, a espaldas de la noticia que hace, se ha desarrollado, como por contrapunto, la acción que dice. La acción que sólo dice, o sólo quiere decir, la que se llama "acción testimonial", no pocas veces cruenta, es el reverso monstruoso de la no menos monstruosa prepotencia de la noticia que hace.
(Imagen invertida). Me escandalizo cada vez que oigo hablar de respeto a la intimidad y de derecho a la vida privada. ¡Encima! Por lo visto, se ve como un pecado de la vida pública la indiscreción que fisga y saca a la vergüenza de la calle hasta los últimos reductos de lo particular. El individualismo dominante ha lesionado la mirada misma, que ya sólo es capaz de adoptar el punto de vista privado, compadeciéndose de la gran diva acechada y perseguida por el tenaz teleobjetivo de la Prensa del corazón hasta en sus más recoletas cotidianidades. Pero, vistas las cosas socialmente, ¿quién es realmente el invadido y quién el invasor? Basta pasar por un quiosco de periódicos para advertir el impudor y la osadía con que la vida privada ha tomado por asalto los medios de comunicación e invadido y ocupado con sus obscenas huestes el interés del público. Y para mayor escarnio, todos comprenden que la ley persiga la divulgación de intimidades contra la voluntad de los particulares afectados, pero levantarían el grito al cielo si se atreviese a restringir la divulgación de asuntos semejantes, no por respeto a la privacidad individual, sino por el decoro de la vida pública y en beneficio de sus intereses. La lente individualista ha invertido la imagen misma del fenómeno, pues la verdad social es que la vida pública es el agredido, y la vida privada, el agresor.
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