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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España, sin debate político

EL INTERÉS de los españoles por la política es inferior en 13 puntos al de la media europea. Aquí sólo llegamos al 28% de los que dicen interesarse por la cosa pública. Y de ellos, apenas un 4% decide comprometerse con ella. Crece el porcentaje de los activistas entre los que se sitúan a la izquierda dentro de la escala y disminuye notablemente entre los que se dicen creyentes. A cambio, superamos la media europea en hablar frecuente u ocasionalmente de los políticos. Las cifras de los militantes de partidos, de los afiliados a centrales sindicales y de los cotizantes en organizaciones voluntarias vinculadas con la vida pública son igualmente descorazonadoras.A comienzos de año, y en pleno apogeo de congresosde los partidos, sería conveniente tomar el pulso a lo que, en términos propios, debe llamarse debate político.

Los tópicos usuales de "desencanto", "extenuación", "sobrecarga del cambio", "acumulación de problemas pendientes", no dan razón suficiente de esta sequía de apetito político. Los arrebatos, los esfuerzos colectivos, aun las guerras, no cansan tanto como la sensación de no andar, de no ver el camino o de pensar que no están bien orientados los que han asumido las responsabilidades institucionales o de partido. Quizá no andemos muy sobrados de "paciencia histórica". Pero lo que más contribuye a agotarla es la desinformación, la opacidad de las ideologías y el poco aprecio por las instituciones que configuran el sistema democrático. Crecen los sectores partidarios de la transformación social y decrece la credibilidad de los medios e instrumentos con los que queremos hacer el cambio.

Sorprende que los últimos congresos de AP y del PSOE no aportaran novedades significativas. Uno y otro estuvieron seducidos por la imagen de la unidad interna. Las tesis oficialistas consiguieron, sin esfuerzo, sospechosas unanimidades. Felipe González se empleó a fondo para obtener los votos de la mayoría de los delegados del trigésimo congreso socialista. Pero es un viejo dicho que vencer no es sinónimo de convencer. Los electores socialistas, y probablemente buena parte de los militantes del PSOE, desconocen aún las razones políticas que hayan podido causar este giro formidable en uno de los puntos básicos de su campaña electoral, como fue la cuestión de las relaciones de España con la Alianza Atlántica. La ética de las responsabilidades tiene que ser fiel a la ética de las convicciones; y eso no se logra sin un debate diáfano, profundo y abierto ante la opinión. En el mismo congreso no escasearon las lamentaciones por la falta de comunicación del partido con la sociedad. Ahora bien, uno de los mas elementales principios de la opinión pública es reconocer al menos que lo más difícil de transmitir es aquello que no está claramente concebido.

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Ahora se anuncia para este fin de semana el congreso de Convergencia, otro de los partidos que han logrado someter bajo una misma cúpula férrea al Gobierno y al Parlamento de una comunidad autónoma. Pero ya conocemos la candidatura oficial única, y su secretario general se ha adelantado a declarar que, sin la unidad del partido, "una idea política es inerme, es una mera lucubración, una teoría, pero no una acción". Demostración evidente de que la adhesión al líder insustituible debe ser preferida al debate de las ideas. Esta epidemia de hombres "indiscutibles" es un buen síntoma de nuestra pobreza política y de la cómoda propensión al caudillaje frente a la discusión ideológica. Al tiempo, las tertulias madrileñas se hinchan de proyectos de coalición de personajes. La ley d'Hont se convierte en matemática electoral para tentar a Roca y a Adolfo Suárez. Prevalece el deseo de ayuntar los bueyes para tirar del carro antisocialista. Pero, sin debate político, sin definir seriamente la nueva alternativa ideológica, se corre de nuevo el peligro de lanzar al circo electoral una tartana sin bagaje mínimamente coherente.

No es necesario apuntalar esta misma tesis con el espectáculo que ofrece nuestro Parlamento, esa institución que Ortega definía como "el órgano de la convivencia nacional demostrativo de trato y acuerdo entre iguales". No hay por qué echar todas las culpas a la mayoría absoluta; los debates en las comisiones y las votaciones de los plenos, donde la oposición debería tratar de conectar con la sociedad, aburren a las ovejas. Los conflictos de intereses y las fuerzas contrarias son necesarios para construir cualquier edificio en el que la techumbre tiene que gravitar sobre las pilastras. Qué lejos estamos de aquel sabio consejo de Maquiavelo: "Uno de los modos como los Estados nuevos se sostienen y los ánimos vacilantes se afirman o se mantienen suspensos e irresolutos, é dare di se grande spettazione, teniendo siempre a las gentes con el ánimo arrebatado por la consideración del fin que alcanzarán las resoluciones y las empresas". Hablar de los políticos y no de lo político, cebarse en la crónica social de los dirigentes del Gobierno o de la oposición y dedicarse al desmentido más que al análisis de las ideas debatidas constituyen síntomas fatales de la miopía y arterioesclerosis de la clase política. Será la que nos merecemos, pero, caramba, que no se tengan por indiscutibles.

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