El padre de ocho hijos muerto por consumo de heroína se drogaba para olvidar los problemas del desempleo laboral
José Luis Ramírez Romero, muerto el pasado día 31 de diciembre en Parla (Madrid) a causa del consumo de heroína, fue enterrado ayer en el cementerio municipal de Carabanchel Alto, en Madrid, a las 12.45. José Luis Ramírez, de 38 años de edad, padre de ocho hijos, en situación de desempleo laboral, "nunca quiso robar ni pedir en las calles para conseguir el dinero para comprar la droga, que le hacía olvidar los problemas" según ha manifestado Margarita Sánchez Fernández, madre de seis de los ocho hijos
El sepelio de José Luis Ramírez Romero fue costeado por el Ayuntamiento de Parla (Madrid), donde aquel residía. Ramínez Romero llevaba más de tres años consumiendo droga "para olvidar los problemas que tenía", según afirma su compañera, Margarita Sánchez Fernández, de 32 años. Con una tremenda entereza, explica cómo el paro y la drogodependencia de su compañero, conocida por sus hijos, "se fue comiendo lo que teníamos". Mientras la mujer describe este proceso, los niños corren por la vivienda, en la que un antiguo televisor parece ser el mueble más valioso."José Luis era conductor de camiones y también trabajó como soldador, hasta que quedó en el paro. Desde entonces no encontró más que chapuzas", dice Margarita, mujer que compartió los últimos años de su vida y con la que tuvo seis hijos, que tienen ahora entre 14 años y un mes de edad. Los otros dos hijos los tuvo José Luis Ramírez con su esposa, de la que estaba separado, aunque no legalmente.
En los buenos años, José Luis decidió comprar un piso a estrenar en una zona situada en un extremo del casco urbano de Parla, en la calle de Alfonso XIII, número 7, una de esas viviendas en bloques, sin ascensor, que aún tiene muchos pisos por ocupar. Pero luego quedó en el paro y comenzaron los problemas. "Alguien debió decirle que eso le haría olvidar y empezó a drogarse", dice Margarita, que apoya su expresión con el gesto de levantar las mangas de su jersey para enseñar los brazos, en los que no existen muestras de pinchazos.
Los niños conocieron enseguida la drogodependencia de su padre. "A veces el viejo nos decía que no contáramos nada de esto por la calle", dice José Luis, el mayor, quien, al igual que tres de sus hermanos, va interno a un colegio dependiente del Patronato de Protección de Menores, al que acudieron los padres cuando vieron que era la única solución para educar a los hijos mayores.
José Luis, de 14 años, se muestra preocupado por la situación de la familia, aunque ello no le impide hablar con serenidad de la muerte de su padre. "Lo encontramos inconsciente hacia las 12 de la mañana en el servicio. Mi madre y una amiga con la que había ido a la compra lograron abrir la puerta y lo llevaron hasta su cuarto. Luego encontraron la jeringuilla. Mi madre nos dijo que nos tranquilizáramos, que se le pasaría", dice José Luis, quien, como el resto de sus hermanos, se hallaba ese día en la casa.
Los niños pasaron las fiestas navideñas con sus padres. "En el colegio les dieron 6.000 pesetas y con eso nos hemos apañado", dice Margarita. Quizá de no haber recibido este dinero se hubieran quedado en el colegio o habrían ido a casa de su abuela. "Otras veces ha ocurrido así", dice el mayor de los hermanos.
La tarde del día 31, Margarita fue de compras y, después de dejar al padre en un colchón, a la espera de que se recuperase, acudió luego a casa de una amiga. Desde allí mandó a su hijo de 11 años con un amigo para ver cómo iba el padre "Respiraba y pensamos que est ba dormido". Pero, horas más tarde, Margarita se extrañó de que no se recuperara como otras veces y llamó a un médico. Éste no pudo más que certificar la muerte del hombre.
Margarita pide "perdón por cómo se encuentra la casa, pero es que somos pobres". "A veces José Luis hacía chapuzas mecánicas en un taller de unos amigos de Villaverde. Si le daban, pongamos, 5.000 pesetas, a lo mejor se gastaba 2.000 o 3.000 en droga. Si no tenía dinero aguantaba como podía con pastillas para dormir o le pedía dinero a los amigos o a sus padres".
Sin muebles ni dentadura
La casa en la que viven conserva las huellas de esta situación. Sin muebles, con los colchones en el suelo, sin bombillas en alguno de los cuartos, los niños corren por el pequeño piso o se tumban en un colchón a ver la televisión. Ante la pregunta de cómo pagan los gastos de la casa, Margarita mira y dice: "No pagamos. No podemos"."El paro y la droga se llevaron los muebles, como se llevaron los anillos y los pequeños adornos, y se llevaron hasta la dentadura, con algunas piezas de oro, de mi marido. Ni butano tenemos muchas veces", dice Margarita.
A pesar de que su penuria es evidente, la situación de la familia no es conocida por todos sus vecinos, a quienes Margarita no suele solicitar favores.
Agustín Cortés, concejal del que depende la Asistencia Social del Ayuntamiento de Parla, manifestó: "La primera vez que vi a esta mujer fue cuando vino al Ayuntamiento para pedir una ayuda con el fin de enterrar a su compañero, pues no tenía dinero para ello. Algunas familias, quizá sin tantos problemas, solicitan continuas ayudas".
Con respecto al dinero que necesitaba José Luis Ramírez para el consumo de droga, Margarita afirma que su compañero siempre lo obtuvo sin hacer daño a nadie "Me decía que cómo iba él a robar a un pobre taxista que se ganaba la vida trabajando. Lo pedía a la fa milia o contaba unas trolas muy grandes a los amigos. Él no tenía valor para cometer un delito", dice Margarita.
José Luis, el mayor de los hermanos, sabe que su padre compraba la droga en Villaverde. Ahora su única preocupación, como la de su madre, es conseguir un trabajo. "A mi madre y a mí nos toca ahora resolver el problema", dice.
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