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Entrevista:

"El desarrollo tecnológico crea grandes posibilidades de controlar nuestras vidas por parte del poder político"

Manuel García Pelayo, nacido hace 75 años en Corrales (Zamora), es uno de los españoles considerados más notables no sólo porque desde julio de 1980 preside el Tribunal Constitucional, sino sobre todo por la extensa biografía que posee como investigador, historiador, filósofo y jurista, hechos de los que ha dejado constancia en obras como Derecho constitucional comparado, Burocracia y tecnocracia, La transformación de Estado contemporáneo o Idea de la política y otros escritos. En la presente entrevista, García Pelayo que tuvo que padecer la censura y el exilio como otros muchos intelectuales republicanos en el anterior régimen, aborda principalmente temas de nuestro tiempo -diferencias entre mito y utopía, las categorías de lo público y de la intimidad y algunas características de la civilización tecnológica-. "El desarrollo tecnológico", dice García Pelayo, "nos somete a un proceso de homogeneización y crea grandes posibilidades de control de nuestras vidas por parte del poder político".

Pregunta. Señor presidente: usted ha vivido una larga experiencia histórica. Se puede afirmar que usted es, por sí mismo, por su actuación, un personaje histórico: ha vivido la República, el advenimiento del nazismo alemán, la guerra civil española -en la que participó activamente-, el exilio. ¿Por qué la historia ya no es maestra de la vida?

Respuesta. En primer lugar, no soy un personaje histórico más que en el sentido en que, como todos los de mi tiempo, he subjetivado a lo largo de mi vida la historia de tres cuartos de siglo. Pasando a intentar responder a su difícil pregunta, creo que un intento de explicación de la marginación de la historia como maestra de la vida -me figuro que se refiere a la vida colectiva- pudiera ser que el mundo actual sigue un ritmo de cambio tan acelerado que no permite que nada se estabilice o sedimente; no permite, por tanto, crear la mínima estabilidad de situaciones, que es condición para aplicar experiencias históricas de otro tiempo al tiempo presente, a menos que se tenga una gran capacidad analítica para reducir tanto las experiencias históricas como las del presente a sus últimos componentes estructurales, lo cual no es frecuente. Que la historia ya no sea maestra de la vida es compatible con el hecho de que se publique un gran número de libros de historia, frecuentemente de alta calidad, y de que se esclarezcan zonas del pasado que antes permanecían en la penumbra.

Pero, en mi opinión, el interés de tales libros o bien se limita a los ámbitos profesionales o bien se busca en su lectura más una diversión del presente que un esclarecimiento para la acción de futuro, pues para ello la tecnología intelectual de nuestro tiempo ha inventado otros procedimientos, como, por ejemplo, el análisis de sistemas, los métodos de decisión making y, en general, las llamadas ciencias praxiológicas, que parecen poder dar pautas de orientación ante el futuro, aunque, en mi opinión, más ante el futuro inmediato que ante el de largo plazo.

'Hay tendencia a refugiarse en la vida íntima '

P. Es indudable que existe una reacción contra la despersonalización que implica entregarse a la política pura, a la historia con sus leyes objetivas, y asistimos a un retorno del culto a la intimidad, a la vida privada, a los sentimientos. En este sentido, el filósofo alemán NikIas Luliman habla de "una codificación de la intimidad" y Michel Foticault escribe su Historia de la sexualidad. ¿Qué sentido tiene para usted esta evolución de lo histórico a lo íntimo?

R. Bueno, concretando las cosas, mi opinión es que, sin perjuicio de que en nuestra sociedad exista mucha gente que gusta de la publicidad y haga verdaderos esfuerzos para mostrarse como star de lo que sea, es cierto que, al igual que en las postrimerías de otras épocas, se manifiesta, de un lado una tendencia a refugiarse no ya en la vida privada como ámbito al margen de lo público, sino también en la vida íntima -es decir en lo más profundo, recatado y, si se me permite, sacro de la personalidad-, lo que es compatible sin embargo, con relaciones con la intimidad de otras personas. Pero, de otro lado, hay, como en las postrimerías de otras épocas, fuertes intentos de desvelar la intimidad y de dar publicidad a lo desvelado o supuestamente desvelado, lo que en nuestra coyuntura histórica ofrece, como es sabido, a través de las técnicas de información y de los medios de comunicación social, más posibilidades que en otras. Por eso, no es un azar que en nuestro tiempo la intimidad haya pasado, por primera vez, a ser un valor jurídicamente protegido. En fin, todas las épocas son contradictorias, y la nuestra vive a la vez en una fuerte tendencia a la socialización, que pretende reducir a todos a patrones comunes o relativamente comunes y en una inclinación a refugiarse en la vida rigurosamente personal.

P. En su notable obra Los mitos y símbolos políticos acentúa usted con agudeza el sentido de las fuerzas irracionales que mueven la historia. Yo creo que en este libro hay una especie de racionalización de lo irracional. Creo que es lo más bello de este libro.

R. En este libro intento, en efecto, la comprensión racional de una realidad irracional constituida por los mitos y las representaciones míticas que a lo largo del tiempo han compensado resentimientos colectivos, han sostenido esperanzas en mundos políticos y sociales ilusorios y han movilizado a conjuntos de gentes para acciones colectivas. Sólo la racionalidad -es decir, el estudio racionalmente orientado- abre la posibilidad de captar intelectualmente la irracionalidad, real o aparente, de las cosas, posibilidad que, naturalmente, no siempre se convierte en realidad.

P. En dicho libro establece usted una diferenciación muy sutil, muy matizada, entre mito y utopía. Yo creo que es realmente iluminativo para todos nosotros esa diferenciación del carácter racional de la utopía y el carácter irracional del mito. Pero, finalmente, usted, me parece, se inclina a que la utopía termina en mito al convertirse en emoción e impulso de las masas.

R. Sí; aunque con distinta estructura objetiva, la utopía puede llegar a tener, desde el punto de vista subjetivo, la misma significación o función que el mito, aunque en su configuración sean completamente distintos: el uno enraiza en la capa emocional; la otra, en la racional; el uno percibe las cosas en su totalidad y de una vez; la otra, a través de un esquema deductivo o analítico; la utopía es el bosquejo de una realidad posible como si no operaran en la constitución de las cosas coerciones que impidieran el desarrollo de la pura racionalidad. Es, en el campo práctico, lo que los tipos ideales de Max Weber son en el campo gnoseológico, semejanza sobre la que, por cierto, llamó la atención el propio Weber.

P. Yo creo que en este libro se puede ver una conciliación entre lo que se llama la modernidad -es decir, el imperio absoluto de la racionalidad- y la posmodernidad o relativización de la racionalidad. Yo creo que en ese libro usted logra relativizar la razón en el proceso histórico.

R. Bueno, no sé si lo logro, pero, desde luego, ésa es mi idea.

P. La razón instrumental que denunciaron los filósofos de Francfort, ¿define para usted lo moderno o la posmodemidad que vivimos?

R. Yo creo que la racionalidad instrumental, técnica o funcional ha tenido presencia a lo largo de toda la historia, aunque varíe, naturalmente, su grado de empirismo o de sustentación científica o teórica. Ello es así porque es una necesidad de la existencia humana plantearse objetivos concretos sólo alcanzables por conductas o métodos racionalizados, al menos en el sentido de la adecuación eficaz entre medios y fines. Por consiguiente, la mera presencia de la racionalidad instrumental no parece definir la época posmoderna o ni siquiera la moderna; más bien una de las características de la modernidad es que la técnica, hasta entonces empírica y plenamente artesanal, comienza a sustentarse sobre la racionalidad científica objetiva. Sin embargo, no es menos cierto que en otras épocas imperaba una concepción global de la razón que incluía en una indisoluble unidad componentes lógicos y axiológicos que nuestra época analítica tiende a disociar y fraccionar.

Por otra parte, y hablando en términos generales, nuestra civilización tecnológica no se plantea tanto qué son las cosas -y, entre ellas, la razón- cuanto cómo se hacen las cosas o cómo funcionan las cosas. Y con estos supuestos se abre la vía al desarrollo de una racionalidad destinada a lograr objetivos concretos e inmediatos quizá sin meditar las consecuencias que puedan tener sobre el todo o sobre la consecución de otros objetivos.

Para, complementar estas reflexiones sobre el tema creo que sería conveniente distinguir tres planos de racionalidad. En primer lugar, el plano de la racionalidad objetiva -es decir, no producida inmediatamente por la acción del hombre-, pero que éste está en capacidad de descubrir y de utilizar y controlar para sus fines. A este linaje pertenece el mundo natural esclarecido por las ciencias físicas y matemáticas. El segundo plano es el de las racionalidades objetivadas -es decir, las de aquellos sistemas producidos y reproducidos por los hombres-, pero que en cada momento de su desarrollo están dotadas de un propio logos dentro del cual han de moverse las acciones humanas. A este plano de la racionalidad, de la que el hombre es creador y criatura, señor y siervo, pertenecen, entre otros posibles, los sistemas tecnológicos, jurídicos y económicos. Y en fin, el tercer plano estaría constituido por la racionalidad subjetiva o instrumental. Pienso que en nuestro tiempo continúan teniendo validez estos tres planos de la racionalidad, si bien admito, desde luego, que la racionalidad instrumental, orientada a lograr objetivos concretos y singulares, tenga en la práctica una mayor presencia efectiva que las demás y encierre el riesgo de que su limitación al objetivo singular le impida ver sus posibles efectos negativos sobre racionalidades más amplias. Me temo que todo esto resulte demasiado abstracto.

La tecnología tiene muchas servidumbres_

P.El filósofo Juan David García Bacea, a propósito de lo que usted hablaba de la razón instrumental -es un gran apologeta de la técnica- en una de sus últimas obras sostiene que la técnica es una racionalidad práctica que nos permite realizar todos nuestros sueños, todas nuestras ideas y es una liberación del hombre. ¿Participa usted de este criterio?

R. Participo en el sentido de que el desarrollo tecnológico ha dilatado nuestro horizonte y posibilidades vitales hasta límites a veces ni siquiera soñados, que ha puesto a nuestra disposición un gran número de bienes y servicios y que nos ha liberado de tradicionales limitaciones y servidumbres. Pero, también al igual que otros, pienso que simultáneamente nos ha creado fuertes dependencias frente a las grandes organizaciones y sistemas complejos que hacen posible tal desarrollo; que nos somete a un proceso de homogeneización a costa de nuestras particularidades personales y colectivas; que acrece el gap entre los pueblos desarrollados y subdesarrollados; que amenaza a algunas de nuestras libertades tradicionales; que crea grandes posibilidades de control de nuestras vidas por parte del poder político, etcétera. No es que yo sea tan estúpido como para proclamarme adversario al desarrollo tecnológico; se trata, sencillamente, de ver las cosas como son y de

El desarrollo tecnológico crea grandes posibilidades "

constatar que el género humano no puede resolver un problema sin plantearse otros, y que entre los problemas planteados a nuestra época se encuentra el de adecuar el desarrollo tecnológico a otras exigencias y valores vitales.

P. Asistimos a lo que se ha dado en llamar fin de las ideologías salvadoras y que usted, en su libro Los mitos políticos, define como "el reino feliz de los tiempos finales", que me parece muy bello y aceptable. ¿Piensa que es un fenómeno pasajero o es definitivo?

R ¿La crisis de las ideologías?

P. Todo eso que se llama crepúsculo de las ideologías y que es un eslogan de la nueva derecha.

R Como usted bien sabe, la ideología es un concepto que tiene una pluralidad de significaciones incluso frecuentemente contradictorias entre sí, lo que hace francamente difícil una respuesta. Voy a partir del supuesto de que su pregunta está orientada a determinar en qué medida la acción política está sometida a la lógica interna de esquemas mentales preconcebidos y cuya coincidencia con la realidad es problemática. Admitido este supuesto, le diré que en los países occidentales parece observarle una cierta relativización de las ideologías. Una de las expresiones de ello es ese relativo predominio, a que antes nos hemos referido, de la razón instrumental sobre otras especies de racionalidades. Otro factor es el hecho, sobre el que alguien ha llamado la atención, de que en el mundo actual las coerciones objetivas de la realidad son tan fuertes que a la hora de la verdad se les imponen a todos por igual, por lo que queda un estrecho margen para las opciones ideológicas. A ello puede añadirse que, a medida que se extienden- los fenómenos de consenso -frecuentes, a pesar de las apariencias, en las democracias occidentales-, disminuye el área de los antagonismos ideológicos. Y en fin, que las acciones políticas tienden más a justificarse en su funcionalidad para resolver el caso planteado que en sus legitimaciones ideológicas.

Pero la relativización de las ideologías, y con ello de su función legitimadora, no significa su desaparición. Precisamente en nuestro tiempo más reciente estamos asistiendo a un fuerte desarrollo ideológico de la llamada "nueva derecha" en Francia y principalmente en Estados Unidos. Por otra parte, en las zonas del mundo dominadas por sistemas totalitarios siguen funcionando ideologías encubridoras, y en una buena parte de los países del impropiamente llamado Tercer Mundo -pues, cuando menos, hay un cuarto y un quinto mundo- funcionan ideologías, sentidas como liberadoras, a veces permeabilizadas de componentes religiosos. En resumen, las ideologías -o, por mejor decir, la función de las ideologías- pueden sufrir una cierta relativización en determinadas situaciones sociopolíticas, pero mantendrán firme presencia, allí donde esté verdaderamente en cuestión la conservación de algo o la trastrocación de algo.

P. Ahora vamos a pasar a los temas jurídicos. Como presidente del Tribunal Constitucional y autor de un libro, Derecho constitucional comparado, que ha ejercido una gran influencia en todos los juristas de España y América, ¿definiría la Constitución como norma fundamental suprema o es sólo mero reflejo de una situación social y jurídica cambiante?

R Una cosa es la génesis de algo y otra distinta lo que sea este algo. Es cierto que la Constitución, como todo lo creado por el hombre, surge en una coyuntura histórica dada y, en este caso, con sus propias constelaciones de fuerzas políticas y sociales. Pero la significación esencial y existencial de una Constitución no radica en su dependencia de las situaciones en que tuvo lugar su nacimiento, que, como he dicho, es con modalidades distintas, común a todas las creaciones humanas, sino en su carácter de norma suprema del orden político y jurídico de un pueblo. Dicho de otro modo, no es desde la facticidad, sino desde la normatividad, desde donde cabe explicar la Constitución. Aun surgida en una situación histórica, trasciende al tiempo y condiciones de su nacimiento para convertirse en norma fundamental del futuro y para ser el polo firme en medio del cambio de los acontecimientos y situaciones. Prueba empírica de ello son las Constituciones más que centenarias, como, por ejemplo, la de Estados Unidos o la de Bélgica, para no poner más que dos ejemplos, y cuya vigencia muestra esa trascendencia a las circunstancias de su nacimiento. En resumen, afirmo sin vacilar que la Constitución es norma fundamental suprema, y no un mero reflejo de la situación social en que tuvo lugar su nacimiento. En realidad, nos encontramos aquí con un ejemplo de esa racionalidad objetivada a la que antes hemos hecho mención. Creada ciertamente por la voluntad y las razones subjetivas de los constituyentes, adquiere, una vez promulgada, una racionalidad objetivada válida para todas las circunstancias y vinculante para todos.

'La crisis normativa de la Constitución está superada.'

P. En esta obra, usted habla de una crisis del concepto normativo de la Constitución. ¿Cree posible una solución a dicha crisis que signifique una garantía de permanencia de la democracia como sistema político?

R Se trata de una crisis actualmente superada por el desarrollo del Derecho constitucional posterior a la II Guerra Mundial y, concretamente, por la consolidación del Estado constitucional de derecho y el funcionamiento de las jurisdicciones constitucionales, que lo hacen posible al garantizar jurídicamente el sometimiento de los actos del Estado a la normativa constitucional.

P. La Constitución española de 1978, ¿es resultado de esa síntesis social de que habla usted en su libro o de un consenso político?

R El consenso es un procedimiento de toma de decisiones que puede terminar, bien en una síntesis -es decir, en una totalidad integradora- o bien en una mera agregación de distintos criterios expresivos de las realidades e intereses subyacentes a ellos. La Constitución española fue elaborada a través de un procedimiento consensual que desembocó en una síntesis o totalidad integradora de distintas posiciones en cuanto a los valores que deben inspirar la convivencia nacional y las estructuras más adecuadas para su consecución.

P. Decía Teófilo Gautier que los mecanismos constitucionales no pueden convenir más que a zonas templadas del mundo, pues en los países donde hay más de 30' las cartas magnas se funden o estallan. ¿Esta inestabilidad es característica del proceso constitucional español?

R No creo en determinismos geográficos y menos en el tiempo presente, más bien me inclinaría a creer en condicionamientos históricos superables por el desarrollo de la historia misma. Por lo demás, la inestabilidad constitucional -es decir, el cambio de constituciones- ha sido, ciertamente, una característica del proceso constitucional español desde sus comienzos, en el siglo XIX, pero compartida con otros países, como, por ejemplo, Francia.

P. En su obra Los mitos políticos, usted dice: "Antes de la Constitución no había más que caos, tenebrosidad, tiranía e incertidumbre política; después de ella rige un nomos ordenado, claro, justo y cierto, que funda y fundamenta el orden político". ¿Se puede deducir que la Constitución es el libro de los libros, un texto que determina la vida de los hombres?

R El texto a que usted alude está contenido en mi libro como ejemplo extremo de una modalidad ideológica en una época de la historia política, lo que no implica que yo lo suscriba, al menos en todos sus términos. Sí usted quiere, se podría decir que la Constitución es el libro o código fundamental del orden jurídico, pero sin que ello signifique que determine la vida de los hombres, ya que, por el contrario, a través de los derechos fundamentales y libertades públicas les garantiza el ámbito de libertad para la constitución de su propia vida.

'Existen límites a la primacía del Gobierno.'

P. ¿Cree que el aumento de la intervención del Estado en la vida económica ha reforzado el poder ejecutivo en desmedro del Parlamento?

R A partir de la I Guerra Mundial se manifestó, en efecto, una tendencia al crecimiento del poder ejecutivo a costa del legislativo, en primer lugar, para hacer frente a las necesidades de la guerra, y más tarde, y especialmente, como consecuencia de las crisis económicas de los años veinte y treinta. Sin embargo, las constituciones posteriores a la II Guerra Mundial, y concretamente los nuevos regímenes parlamentarios, han establecido límites a dicha tendencia a la primacía gubernamental a través de mecanismos de distinto orden, destinados a hacer compatible la necesaria autonomía de acción del Gobierno con las competencias legislativas del Parlamento.

P. ¿Se puede hablar de una estatalización de la sociedad o, al revés, de una socialización del Estado?

R De ambas cosas. El Estado, por una serie de se ha visto obligado desde hace largo tiempo a intervenir o a tomar a su cargo, total o parcialmente, ciertas actividades que antes pertenecían a la esfera social y a desarrollar una acción de promoción, y en este sentido hay ciertamente una tendencia hacia la estatalización de la sociedad. Pero, paralelamente a ello, las organizaciones representativas de los intereses sociales han adquirido, con una u otra modalidad, una participación en las decisiones estatales que les afectan; y en este sentido, y solamente en este sentido, hay una cierta socialización del Estado, con la consecuencia de que el sistema político global de una sociedad nacional está integrado no sólo por el Estado y los partidos políticos, sino también por las organizaciones de intereses más importantes o, como he dicho en otra ocasión, por las que dispongan de más capacidad de conflicto. Aquí, como en otros aspectos de la vida, las cosas se han hecho más complejas, y a la separación o distinción neta entre Estado y sociedad ha sucedido un sistema de interacción entre Estado y la sociedad articulada en organizaciones de intereses.

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