Duros como vida misma
DesechablesConcierto.
Sala Rock Ola. Madrid, 29 de diciembre.
Desechables está aprendiendo a hacer rock and roll sobre la marcha, concierto tras concierto, y eso es lo que evidenció su actuación madrileña de la noche del pasado sábado, que estos chavales, hijos de un suburbio barcelonés, genuninos autodidactas, llevan mucho rock en su corazón, y que se esfuerzan en llevarlo también a sus instrumentos.
Ese aprendizaje por la práctica es particularmente notorio en Jordi, el batería, que, desnudo de cintura para arriba, con los ojos extraviados, de pie y materialmente doblado sobre sus instrumentos, bordó una interpretación potente. Sobre sus sólidos mazazos rítmicos se vertebró el concierto de Desechables
Si la batería hizo hormiguear al público, Tere, la cantante, poseedora de grandes y innatos recursos dramáticos, brindó una interpretación más fría que en otras ocasiones. Consecuencia de un tremendo catarro o de una mala conjunción de las influencias astrales, el que Tere se limitara a representarse a sí misma, a evidenciar su dominio de las tablas, quitó un cierto calor a la sesión.
Y eso fue un poco lo que pasó en Rock Ola: a Desechables se les vió más profesionales, controlando mejor un temperamento visceral que les lleva a actuar de uno u otro modo según su estado de ánimo, pero tal vez un poco demasiado contenidos, un poco menos espontáneos y vibrantes. Si una y otra cosa, seriedad y autenticidad, son incompatibles, es un misterio que el grupo deberá despejar también en el camino. Ese camino es para Desechables, del que hace un año algunos críticos franceses dijeron que hacía punkabilly o troglopunk, el de las fuentes más puras del rock.
Desechables, cuyos componentes confiesan su respeto por Iggy Pop y Cramps, no es sino una banda de garaje, dura como la vida misma. Sobre la base de sus propias experiencias vitales en la jungla suburbial, el grupo hace una música que tiene tres bases: una cantante que despierta las más turbias pasiones de la concurrencia con gestos más que insinuantes, descarados, y una voz que termina en un desgarro orgásmico; la citada fuerza de la batería de Jordi, y dos guitarras que crean un sonido sucio, distorsionado, estrepitoso.
Asesinos sueltos
Marcel y Carlos, los guitarras, son las dos incorporaciones de Desechables, tras la muerte, hace un año, de Miguel, en el transcurso de un atraco. Ambos cumplieron con las exigencias que la música actual de Desechables plantea a sus guitarras y dieron mayor consistencia al sonido primitivo del grupo, aunque en su pasivo habría que señalar que se despistaron, se perdieron en alguna ocasión.
En el concierto, grabado en directo por la compañía independiente DRO que editará en meses próximos el tercer vinilo del grupo, interpretó los habituales temas de su repertorio: Golpe tras golpe, El asesino, No me consigues divertir, El final del mundo y Quiero pasarlo bien esta noche, entre otros; y presentó otros nuevos, como Obsesión, El maestro o El baile de la muerte.
Los títulos de sus canciones hablan por sí solos acerca de la apocalíptica concepción de la existencia de Desechables, un conjunto para el que por este mundo circulan demasiados asesinos con todas las bendiciones y licencias para matar. Unos asesinos que a sus víctimas, a los perdedores, sólo les dejan las fascinantes y resbaladizas vías del sexo y las drogas.
La última actuación de Desechables no ha elevado el grupo de la categoría de promesa a la de realidad, ha evidenciado que sigue estando algo verde, en el doble sentido de genuino e inmaduro, pero, eso sí, le ha confirmado como esperanza.
La clave, para esta banda, como para el resto de las españolas, es seguir buceando en las fuentes primigenias del rock sin dejar de ser ella misma.
Babelia
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