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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Miedo a la Navidad

MR. SCROOGE, personaje (malo) de Dickens, odiaba las Navidades y, sin embargo, no tenía que pagar las angulas a 12.000 pesetas el kilo, ni el salmón ahumado a 8.000. En realidad, hay pocas muestras de furia ante las listas de precios de los artículos navideños, que abarcan un material velozmente fungible muy heterogéneo, desde la modesta figulina (200-300 pesetas) al pavo congelado ceñido de celofán (1.800 pesetas una pieza de poco más de dos kilos), pasando por muérdagos, ramas de abeto (que venden los estudiantes de Montes para pagarse el viaje de fin de carrera), la zambomba que al final frotará el ebrio solitario, el champaña de cava (el de Plácido Domingo lucha contra el de Montserrat Caballé) y los temibles juguetes. El imprescindible vestido de fin de año para que la mujer vuelva a ser mujer ("estoy desnuda"), ya que las colonias masculinas dicen que el hombre vuelve a ser hombre con sus complementos; el incansable peluquero, la castradora manicura, van aderezando los cuerpos y sumando sus facturas. Las pagas extraordinarias que ahora distinguen a los trabajadores blancos de los negros, ya mermadillas por el descuento de la participación de lotería, no dejan huella en las manos: casi pasan directamente del cajero al mercader de las Navidades, que, a veces, dentro de este tremendo engranaje, languidece durante todo el año con la esperanza de hacer en estos días un poco de caja.La precipitación hacia el despilfarro es en España tan sonriente como aparentemente voluntaria. Uno de los defectos ancestrales del español es que es exageradamente gobernable y lo es no sólo por los poderes, sino por ciertas ideas soberanas. Una de ellas, que se ha ido introduciendo en los últimos años, es la de que el grupo de festividades en torno a la Navidad es la máxima celebración del consumo. La búsqueda antropológica de las razones religiosas y su sincretismo con la antigua paganía tiene hoy poco sentido: la actualidad impera, y lo que indica es que nadie puede pasar por ellas sin gastar velozmente su dinero. El alza de precios corresponde a la abundancia de la demanda y se multiplica por el factor del la crisis económica: se sabe que hay una ley misteriosa por la cual los grupos en trance de pobreza exageran sus gastos. El precio del kilo de angulas puede ser el indicador de la angustia general.

La cuestión no es fácilmente criticable y ofrece sus

aspectos (véase fiesta en cualquier diccionario sociológico) reconocidos como puntos positivos de comunicación, concentración familiar, sacrificio de bienes para el contento de la colectividad, ritos de fertilidad (el mayor número de nacimientos en España se produce hacía septiembre-octubre: a los nueve meses de las fiestas, y cuando ya han regresado de vacaciones los ginecólogos), etcétera. El problema está cuando se plantea como presión ineludible sobre algunas figuras (o sea, roles) que no por no estar en vías de extinción son menos reales, corno la del padre de familia, que empalidece cuando sus hijos ven por televisión los anuncios de juguetes y suda cuando su esposa se detiene ante el escaparate de la boutique. Quizá estas presiones de fin de año aceleren su tendencia a la extinción o su reconversión hacia otros papeles más huraños, más solitarios, más irresponsables, que la sociedad recomienda hoy como modernos. De momento, no le queda más consuelo que darse a la zambomba (184 pesetas en puestos de la calle).

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