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Por qué voté el ingreso de España en la OTAN y otras cosas más / 2

España estaba ya alineada con el mundo occidental desde 1953, recuerda el autor de este trabajo, y ello se reafirmó en 1976, tras la muerte de Franco. En 1981 se podía haber optado por la neutralidad, pero las condiciones objetivas no sólo lo desaconsejaban, sino que lo impedían, en su opinión. Y, además, se llevaron de par dos temas, el del ingreso en la OTAN y la renovación del tratado bilateral con Estados Unidos, que, entre otras cosas, estableció las condiciones para desnuclearizar el territorio español.

Es obvio que la opción importante de verdad es la primera: o neutral o eso que se llama alineado. España estaba ya alineada, desde 1953, con un convenio inicial varias veces renovado, que en 1976, muerto Franco, fue elevado a la categoría de tratado. Inserta en el sistema occidental de defensa, como en 1981 vencía el tratado, España estaba en condiciones jurídicamente irreprochables de poder optar por la neutralidad. ¿Se podía optar por la neutralidad? La neutralidad de los países europeos que lo son tienen raíces y circunstancias que en España no se dan. Son países pequeños, aunque de alto nivel de vida, se encuentran en las fronteras de los dos mundos, no tienen riesgos o intereses que no se centren en esos dos mundos que en ellos, de algún modo, se neutralizan. Pero es que, además, la neutralidad es muy cara y exige mucho sacrificio, y no sólo en gastos militares (salvo en el caso de Austria, en el que su neutralidad está efectivamente garantizada por las que hoy son de verdad grandes potencias). España no puede, por su estructura y situación geográfica, tan próxima a un Magreb armado hasta los dientes, tener una neutralidad prácticamente desarmada. España no está en condiciones de renunciar a las conexiones económicas incompatibles con la neutralidad. España se encontraría en situación comprometida si eligiera la neutralidad partiendo de una posición alineada. La de España sería una neutralidad, costosa e insegura. Ciertos intereses como país (relaciones con el norte de África, lucha contra el terrorismo, CEE, resolución del problema de Gibraltar) sólo se pueden satisfacer aquí y ahora dentro de la posición alineada que ya tenía cuando la opción se planteó en 1981.Si se puede afirmar que España no estaba en condiciones de optar por la neutralidad, parece que sobran las mal llamadas razones ideológicas; pero no sobran. Todas esas razones de necesidad o conveniencia son, sin embargo, poco al lado de otra más profunda: en situación de neutralidad no aceptada de buen grado y, más aún, garantizada por las grandes potencias de ambos bloques, España no estaría segura frente al exterior ni en condiciones de mantener esta situación de libertad en democracia que tanto hemos añorado unos pocos durante años y en la que, por lo que a mí respecta, quiero seguir viviendo por encima de todo; en España, en los momentos actuales, una neutralidad efectiva haría aumentar peligrosamente los riesgos de pérdida de la libertad, bien porque sería mayor la tentación de conducirnos a eso que se llama con mal nombre el socialismo realmente existente y, por supuesto, porque sería mayor la tentación de reconducimos a una efectiva dictadura de derechas. Ya sé yo que la alineación no es garantía de libertad interna, pero sé también que la neutralidad, al hacer peligrar la seguridad, es menos propicia para el mantenimiento de esta libertad.

En resumidas cuentas, en 1981 yo pensaba que España no podía optar por la neutralidad. ¿Qué hacer entonces?

Había las dos vías antes señaladas. Tratado bilateral puro y simple y OTAN. El tratado bilateral sin más era una solución que políticamente resultaba poco grata: fruto de la necesidad, la relación bilateral EE UU-España había tenido aspectos negativos no fáciles de olvidar para los demócratas españoles. Instrumentada, incluso formalmente, al margen de la voluntad del pueblo español (por no ser un tratado ni siquiera hubo que llevarlo a aquellas dóciles Cortes para su ratificación), había impuesto servidumbres ¡legales y enojosas, con el tiempo ratificadas en parte; había dado a Franco en 1953 la entrada vergonzante pero eficaz en el mundo occidental, un apoyo que bien deplorado fue por los españoles exiliados y por los demócratas del interior. Era una forma de entrar en el mundo atlántico por la puerta de servicio, con las obligaciones y riesgos de cualquier país implicado o incluso más, y sin derecho, casi, ni a opinar. España no estaba desde antes, en la OTAN, única y exclusivamente por ser franquista. Además, para los intereses españoles la solución OTAN era mejor, ya que el encauzamiento de algunas aspiraciones (CEE, Gibraltar, lucha antiterrorista) se veía más encajado en una relación multilateral en igualdad con muchos que nos ligara directamente a los países europeos que habían de tener mayor incidencia en la buena conducción futura de aquellas aspiraciones. Se trataba, sin más, de colocar a España en su lugar, en el lugar que hubiera ocupado muchos años antes a no ser por el régimen de Franco. Era mejor ser socio que colaborador.

La OTAN no disminuía ninguna de las posibilidades de defensa de España al no plantearse como alternativa al tratado bilateral, a pesar de las limitaciones territoriales del Tratado del Atlántico Norte. Con la nueva relación multilateral se reforzaba la seguridad de nuestro país. Excluido el neutralismo, era más conveniente, por tanto, estar en la OTAN que seguir por la vía exclusiva del tratado bilateral. Había, además, otra razón de política interna: en 1980, antes del cambio de Gobierno, se vio que la decisión era prácticamente inaplazable. En 1981 vencía el plazo del tratado bilateral de 1976. Era momento para decidir; pues, aun en el supuesto de que se renovara el tratado, no era lo mismo hacerlo desde la OTAN que desde fuera de la OTAN; el propio contenido podía ser diferente, como de hecho lo fue. No parecía tener especiales ventajas continuar con la relativa ambigüedad, pero sobre todo era lógico pensar que para el partido socialista sería más fácil, llevadero y explicable seguir la vía que habían seguido todos los partidos socialistas de Europa occidental que incidir nuevamente en una singularidad que no tenía más explicación histórica que la del franquismo; parecía lógico acabar, ya que se podía, con una singularidad impuesta a España por el hecho de que Franco. nunca fue plenamente aceptado en el llamado mundo libre.

Pero había más. El Gobierno se aplicó a negociar en paralelo dos decisiones: el ingreso en la OTAN y la renovación del tratado. Y se obtuvo algo positivo y eficaz: la desnuclearización del territorio español. Porque no he oído que nadie recuerde un dato fundamental: el tratado bilateral, tal como fue negociado por UCD y aprobado con posterioridad, estableció el compromiso de Estados Unidos de no tener armamento nuclear en las bases en España sin autorización expresa española. Lo que permitió que el acuerdo de las Cortes autorizando al Gobierno a la adhesión a la OTAN fuera precedido de una declaración del Parlamento español en virtud de la cual el Gobierno no puede decidir el establecimiento de armas nucleares en España sin autorización del propio Parlamento. Declaración que, aunque no forma parte del tratado, fue comunicada, conocida y no objetada por ninguno de los países miembros. Con lo que resulta que España entraba en la OTAN, pero como territorio desnuclearizado, con la fuerza de un tratado realizado con el único país de la organización que de verdad podría establecer armas nucleares en España y en virtud de una declaración parlamentaria. España entraba en la OTAN, desde ese punto de vista, en mejor condición que ningún otro miembro de la organización. No podía decirse, por tanto, que la participación española significara un incremento del riesgo de destrucción nuclear para nuestro pueblo.

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Y, finalmente, España ingresaba en la OTAN sin compromiso específico alguno sobre la integración militar, lo que dejaba abiertas posibilidades varias en función de los intereses españoles para la defensa en materias no cubiertas por el compromiso OTAN, y del objetivo español, siempre permanente, de la recuperación de la soberanía de Gibraltar.

Han pasado tres años y, salvo el argumento de la desnuclearización, que parece olvidado, los demás son los mismos que la doctrina segura invoca para explicar la no salida de la OTAN. Es decir, no hay en la actualidad otros motivos para no salir que los que había en 1981 para entrar. Lo que sucede es que lo que en 1981 no fue admitido como argumento ahora se esgrime como explicación. Claro que, para salvar la cara, hay que decir que aquel Gobierno se equivocó y aun cosas peores. ¿Qué ha ocurrido entre 1981 y 1984 para que lo que entonces fue atacado con violencia y saña constituya hoy el fundamento de la doctrina segura? Yo no tengo por qué responder a esa pregunta. Pero conviene no olvidarla.

Porque sí se pueden decir algunas cosas más que quizá ayuden a que cada cual se responda como mejor le parezca.

Jaime García Añoveros fue ministro de Hacienda cuando gobemaba UCD

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