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Tribuna:LAS NOSTALGIAS DE ULISES
Tribuna
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El Nápoles de Eduardo

... que de allí sólo puede ser De Filippo. Murió hace una semana. Era su símbolo, su cantor, el hombre que mejor supo comprenderla y describiría. Personificó a la moda clásica al auctor (autor y actor) porque fue capaz de escribir y representar su propias comedias y de asomarse al escenario para las ajenas. Para mí, mucho más que la famosa e internacional Filomena Maturano, mostró su talento y su ternura en la descripción de su ciudad atormentada por los acontecimientos bélicos y la ocupación aliada: la obra era Nápoles millonaria.

Yo conocí aquella Nápoles recién salida de la II Guerra Mundial, cuando los soldados americanos chocaban con la incredulidad de sus paisanos, recién llegados, al intentar contarles los acontecimientos diarios. "¿Sabes que robaron un tanque? Sí, un tanque del Ejército... Desapareció del lugar donde estaba estacionado, y cuando la policía militar llegó, siguiendo las huellas rodadas, al patio adonde lo habían llevado, no encontró más que una mancha de aceite en el suelo. ¿Vagos los de este pueblo? No sabes cómo son cuando les conviene trabajar".

Curzio Malaparte -era toscano- los describió con dureza sarcástica, con ánimo de vendedor de miserias. Eduardo de Filippo -era napolitano- lo hizo con cariño y comprensión. Así dice Genaro, el protagonista de Nápoles millonario, describiendo el ambiente de la posguerra: "Esta gente está viva, este pueblo está vivo.... de alguna manera ha de defenderse... Uno dice: 'Pues sí, me ha engañado, pero, en fin, ha descubierto un nuevo sistema... Pues mira, es simpático".

¿Nuevos sistemas? Todos. Cuando yo estaba allí, en 1946, habían detenido a una mujer que llevaba un cesto de ropa en la cabeza y dentro a un hijo suyo de cinco años que se asomaba, se apoderaba del sombrero de los viandantes y volvía a esconderse en el cesto tapándose con una sábana. El robado miraba alrededor con aire de pasmo. ¡Pero si no hace viento!

El estraperlo como alternativa a la incapacidad oficial para aprovisionar al pueblo: "La astucia y el valor que hacen falta para conducir camiones con documentos falsos... ¿Cuánta gente ha comido gracias a esos camiones que van y vienen?".

Y ante la acusación típica: "No se puede decir que el ladrón sea siempre napolitano... En nuestro pueblo no había sitio para él; tanto es así que antes de la guerra muchos ladrones, para hacer fortuna, se iban al otro lado del mar".

Pero Genaro lo reconoce: "Nuestra ciudad tiene tan mala fama... Apenas oyen napolitano se ponen en guardia... Cuando ocurre un robo que muestra habilidad o astucia, en cualquier país del mundo, resulta más gracioso si se dice que ha ocurrido en Nápoles. ¿No sabéis? En Nápoles ha desaparecido un barco cargado hasta la borda. Y no es cierto, no puede ser verdad... ¿Cómo puede, desaparecer un barco ...? Y además, si fuera cierto, yo diría otra cosa: que entonces el napolitano ha tenido que ponerse de acuerdo con otro ladrón que no era napolitano. Los camiones, sí, lo reconozco; pero si se roba uno dicen que han sido cien".

Mezcla de orgullo y de pena por la idiosincracia de su pueblo; oír la prosa de De Filippo era oír el eco de un café como al que yo he asistido a las siete de la mañana a la espera de un tren, donde ni la pobreza ni el frío impedían la traca de bromas ingeniosas entre los obreros antes de entrar al trabajo. Verlos era asistir a una representación continua. Cuando en las películas de Vittorio de Sicca se advertía que aquel espléndido actor era un muchacho cualquiera salido de la calle sin experiencia previa, ningún conocedor de la ciudad compartía el general asombro. El sufrimiento de siglos, el fingimiento de siglos, ha hecho que todos los napolitanos sean actores natos.

En aquel tiempo la canción de moda era Monastero é Santa Chiara, donde el cantor temía el destrozo físico y moral de Nápoles. "Penso a Nápule cum era / Penso a Nápule cum é", y esa angustia ante el cambio posible le impedía volver: "Me fa paura cé turna".

Tampoco yo tenía que haberlo hecho. Volví a Nápoles muchos años después, en 1983, y me quedé triste. Antes era sucio y alegre, ahora sigue siendo sucio pero ya no se ríe la gente. Antes había el estraperlo y la estafa ingeniosa; ahora hay la metralleta de la Camorra, la Mafia pequeña y local que domina los comercios. Sigue habiendo el tirón, ahora realizado a la moderna, por niños de pocos años, en veloces motocicletas también enanas. Siguen las mujeres esperando el milagro de la licuación de la sangre de San Gennaro y reclamándolo cuando se retrasa el milagro, hasta el insulto "facca gialluta" (cara amarilla), y eso quizá con mayor fuerza que antes, porque cuando menos se confíe en los hombres más hay que fiar en los altos poderes. Y queda, naturalmente, la imponente escenografía; queda el mar espejeante de día por la luz del sol y de noche por las luces de Via Chiaia; queda el Vómero; quedan las islas vecinas, Capri e Ischia; queda, en fin, el espléndido paisaje físico para compensar en parte la trágica caída del paisaje humano.

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