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Tribuna
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La calle

Rosa Montero

"La calle es mía" dijo Fraga, años ha, en un célebre arrebato que consiguió incrustarse en el tejido de la historia. Y, al escucharle, las izquierdas se indignaron y reclamaron su derecho a pisar acera y a doblar esquina. La cosa fue un escándalo.Por entonces el personal pensaba que las manifestaciones eran una justa forma de expresión de las sociedades avanzadas. ¿Qué mejor ejercicio democrático que el de ocupar el asfalto con pie sensato y voz pacífica? La madurez política pasaba por esa gimnasia solidaria, por la democracia del bordillo.

Pues bien, no sé en qué punto se rompió la continuidad de este criterio. No sé quién quebró el espinazo colectivo. Pero lo cierto es que, últimamente, las izquierdas oficiales parecen considerar que el manifestarse está mal visto. Han vaciado las calles, y las derechas están conquistando ese territorio urbano abandonado. La calle es hoy de Fraga más que nunca.

O sea, que los ciudadanos damos miedo. Tomemos un ejemplo: la manifestación madrileña de apoyo a Nicaragua. El PSOE no firmó la convocatoria "para no llevar las tensiones a la calle", y la Federación Socialista Madrileña se apeó en marcha a raíz del atentado al general Rosón. Una pena: aquel día. yo hubiera deseado manifestarme también contra el terrorismo. Pero la FSM no sólo no fomenta esto, sino que además asume medrosas tácticas de Ogino y se lanza a una espasmódica desmovilización de última hora. Y ya se sabe que el interruptus es un método frustrante y poco fino.

De seguir así, y "para no llevar las tensiones a la calle", pronto llegará el momento en que nos manifestemos desde la soledad de nuestras casas. El asunto se podría organizar a través de las principales tarjetas de crédito, por ejemplo, con una módica cuota y un listado final: "Hoy se han manifestado en Madrid, en apoyo a Nicaragua, 16.321 American Express, 21.075 Visa, 4.980 Diners, 9.175 Master Charge y 2.212 tarjetas sin fondos que han sido rechazadas". Bastaría con una llamada de teléfono. Fácil, limpio, controlado. Pero yo prefiero seguir creyendo que la calle es también mía, que ése es prerisamente mi derecho. Y ejercerlo.

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