Marque el número de sus sueños
En esta sede central, todas las conexiones de la imaginación funcionan de modo automático; pero detrás del puro sonido no existe nadie en absoluto, aunque uno crea reconocer al otro lado del hilo la dulce voz de la novia, el tono inconfundible de un familiar, de un socio, del abogado o del médico de cabecera. ¿No lo sabe aún? En este mundo está usted más solo que una rata, y no se trata de un problema de filosofía. Basta con que mire alrededor. En este momento la ciudad aparece desierta, los autobuses circulan totalmente vacíos y la policía se ha fugado. Frente a las cabinas telefónicas se ven largas colas de pordioseros. También ellos no hacen otra cosa sino llamar al enorme edificio gris.-Señorita, póngame con Gunilla de Bismark.
-Un momento.
-Espero.
-¿Sí?
-Gunilla.
-Dime, cariño.
-¿Te apetece cenar esta noche conmigo en Tataglia?
-Encantada. ¿Quién eres?
-He reservado una mesa.
El mendigo recibe a la dama
A las nueve en punto entra Gunilla de Bismark en el restaurante con gran esplendor de lentejuelas, adornada con plumas de ave tropical y una teta nacarada a la intemperie. Mira con pestañas azules la extensión de comensales y de pronto lanza una moderna exclamación de júbilo al encontrar realmente en el fondo del comedor al hombre que la ha soñado, un mendigo cubierto de harapos y sonrisa mellada, barba segada con tijera de podar y la servilleta prendida ya de la nuez. Después de algunos besos y reverencias de cortesía, la pareja comienza a devorar con rapidez, entre carcajadas, diversos manjares, y al llegar a los postres ambos no cesan de hacer proyectos comunes, aunque el mendigo en verdad sólo desea palpar a la ilustre dama. Ahora podrían ir a bailar a una discoteca de moda, pasear en un coche descapotable que fuera rojo por el asfalto más iluminado, alquilar la habitación de un hotel y naufragar bajo almohadas muy blandas hasta el amanecer; pero el pordiosero eleva la diestra sucia sobre los desperdicios del plato, alcanza el cuello de la garza y va acariciando su pie, los huesos de la paletilla y sucesivas joyas, los diamantes del lóbulo, el collar de esmeraldas y la línea carnosa de los labios. En un rapto de inspiración, el mendigo se descalza una bota podrida y la pone encima del mantel.
-Te la regalo.
-¡Oh! ¿De veras?
-Es tuya. Puedes plantar en ella un geranio.
-Amor mío.
-Cuélgala en el balcón y nunca te olvides de mí.
Se escuchan grandes risas en el salón y el aparato no cesa de engullir monedas. Finalmente, esta agradable conversación se corta y el pordiosero sale de la cabina, guiña un ojo a los compadres de la cola y luego se esfuma silbando con las manos en los bolsillos por unas escaleras del suburbano. A esa hora quedan muy pocos transeúntes en la calle, los comercios han echado el cierre, en las cafeterías abandonadas los camareros inmóviles parecen muñecos de cera detrás de la barra y reina en el ambiente una sensación de apagón general; pero desde la intimidad de los hormigueros la gente no deja de comunicarse entre sí por medio de pulsaciones eléctricas o magnéticas. No todas las llamadas buscan un contacto con el paraíso perdido. Resulta muy difícil abandonar la mediocridad y muchos aún se sirven del teléfono para concertar citas de negocios, hablar con el amante, pedir que te suban un pollo de la tienda o contarle un catarro a un pariente del pueblo. Por las entrañas de la tierra fluye un murmullo de vibraciones, y en el extremo de cada onda tal vez no hay dos seres reales, sino el sonido puro de los vocablos. Un representante de cosméticos ahora mismo está sentado en el tresillo de casa con el auricular en la oreja, mientras un ser querido le prepara una tortilla a la francesa con perejil. La voz femenina de siempre, cuyo origen es desconocido, le ha vuelto a llamar esta noche.
-¿Sabes una cosa?
-Dígame.
-Me he teñido el pelo de rubio, llevo botas altas y en este momento estoy completamente desnuda.
-¿Y qué quiere que haga yo?
-No puedes hacer nada.
-Desde luego.
-Soy bailarina del Lido de París. La cuarta chica contando por la izquierda de la pasarela. Tengo un camerino propio color de rosa con muchos espejos y osos de peluche.
-Bueno, ¿y qué?
-¿Acaso no eres tú el 07.33.735.00.02?
-Sí.
-Entonces, te amo.
Muy lejos de este piso de renta limitada del barrio de San Blas una bailarina del Lido de París ha estampado un beso de carmín en el espejo del camerino y la pulpa de la boca ha dejado un signo frutal en honor a un humilde representante de cosméticos, madrileño, con bigote anónimo. La comunicación se ha cortado y en este instante su esposa sale de la cocina con la bandeja luciendo una tortilla, la consabida rodaja de mortadela y media botella de vino común. Ella se ha recalentado una sopa de estrellas y los restos de bacalao del mediodía. La pareja cena en silencio sobre un hule de flores a la luz de una tulipa polvorienta.
-¿Quién te ha llamado?
-El proveedor.
-¿Qué quería?
-Nada.
-¿Va bien la cosa?
-Esta tortilla está fría.
En ese momento la mujer mira hacia la ventana y en la oscuridad del cristal ve reflejadas algunas palmeras con troncos de oro, dunas carnales de color león y el árabe de costumbre cabalgando un caballo salpicado de perlas. Esta vez no va a desaprovechar la ocasión. Abandona el plato de bacalao y corre hacia el dormitorio. Se encierra con llave, se tumba en la cama y marca un número de teléfono.
-Señorita, acabo de descubrir a mi novio volando por los aires.
-Enhorabuena.
-Póngame con él.
-Un momento.
-¿Alí Bey?
-Sí.
-¿Eres tú?
-Sí.
-Soy Luisa.
-Oh, querida. El desierto está lleno de cascadas. Han florecido los claveles en toda la Arabia, hay música en el Sur y vientres cálidos de hurí, los amantes morenos se abrazan bajo las jaimas y después del amor todos beben leche de camella y se embadurnan el cuerpo con miel. ¡Maldita sea! ¿Qué haces ahí metida en un piso de San Blas? Ahora mismo te mando un elefante blanco, que es el taxi que nosotros utilizamos aquí.
El marido aporrea la puerta de la alcoba, pero la mujer se cubre el rostro con las manos, que huelen a detergente, y sueña con un viento perfumado de camelias, de incienso y de raros ungüentos. Y la voz lejana sigue inflamándole el oído durante los cinco minutos reglamentarios, aunque ella mañana tiene que pasar la aspiradora por la moqueta de una oficina del Instituto Nacional de Industria, donde trabajan unos individuos con corbata que sólo esperan la hora de regresar al hogar para llamar también por teléfono a seres deseables.
Se repite un suceso muy extraño últimamente. La gente no deja de concertar citas vulgares por teléfono, cierra tratos, se da el pésame, comenta las desgracias, se transmite noticias, se felicita las pascuas o el cumpleaños; pero si usted queda con su novia a la salida del metro de Gran Vía a una hora determinada, o trata de verse con el socio en el bar, o establece un almuerzo de trabajo en cualquier restaurante, o consiente en asistir a una conferencia, llegado el momento, uno se presenta en el punto de la reunión y no encuentra a nadie. En medio de la soledad sólo unas palabras previamente pronunciadas a través de un aparato le rondan todavía el oído. ¿Su novia existe de un modo real? ¿Tienen una entidad física esos parientes, deudos y amigos que un día le acompañarán a la sepultura? ¿Están en el mundo los compañeros del taller? De hecho, cada día la ciudad se ve más desierta y por la calle se pasean únicamente los exhibicionistas. Ahora mismo los encargados del municipio acaban de apagar las farolas, aún no son las nueve de la noche y los autobuses ya han sido encerrados en las cocheras, cruzan los últimos automóviles con una velocidad de fuga, no se divisa el más mínimo peatón, los semáforos parpadean la luz amarilla y frente a las cabinas hay largas colas de pordioseros. Plantado en mitad de la acera usted se encuentra más solo que una rata.
-¿Qué me propone?
-Métase en casa.
-¿Y qué?
-Haga como el resto de los mortales. Abra la ventana y mire el cielo estrellado. La oscuridad está llena de signos algebraicos. Hable por teléfono con el más allá igual que hacen los demás ciudadanos.
Sueños de cinco minutos
En el edificio gris donde residen todas las conexiones de la imaginación, al finalizar la jornada, hay una sobrecarga de preguntas y respuestas. Seres miserables hablan con héroes de la canción, las peluqueras de provincias piden comunicación con divos de la pantalla, descargadores de bultos declaran su amor a estrellas de Hollywood, amas de casa realizan orgasmos conducidos por maestros de la India, dependientes de comercio son elevados a la categoría de jeques del petróleo, tenderos de comestibles flotan en alfombras mágicas con turbantes de seda y pantalones bombachos alrededor de la bola de oro de los minaretes, algunas abuelas románticas se hacen cantar melodías a cargo de gondoleros de Venecia, los mendigos celebran nupcias rápidas con princesas alemanas y en medio de la nocturnidad ardiente Carolina de Mónaco es la luz de carne más solicitada por los vendedores de seguros. Dentro de la gran central se ha acumulado un exhaustivo registro de voces con sus sentimientos respectivos. Se admiten toda clase de sueños siempre que no excedan de los cinco minutos. En ese caso, hay que volver a marcar o complacer al aparato con otra moneda.
-Señorita, ¿me pone con el 1003286?
-¿Diga?
-¿Eres tú?
-Sí, claro.
-¿Quedamos mañana a la salida del metro de Gran Vía?
-Bueno. A las siete.
-Te amo.
Mañana, a las siete, de la tarde, esta chica tampoco va a acudir a la cita. Realmente ella no es más que una voz en el oído. Una pulsación de tu cerebro.
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