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Reportaje:

El 'Hortensia' se incorpora a la leyenda popular en Galicia

Manuel Rivas

Dicen que este siglo hubo vientos tan fuertes, o acaso más. Pero ninguno había derrotado al tilo de Ares, hasta que aquel vendaval deshumano lo arrancó de raíz la mañana del 4 de octubre. Aquel hermoso árbol, símbolo y orgullo de todo el pueblo, con la copa asomando a la ría sobre el campanario, es ahora carne de aserradero, con los brazos troceados en la plaza. "Fue Hortensia", dicen los niños. Como una cornada o un gol de antología, también aquel mal viento pasará a la pequeña letra de la historia, pese a que los científicos no le adjudicaron categoría de ciclón.

María Teresa Navaza, presentadora del informativo gallego de televisión que se emite a primera hora de la tarde, enfilaba la parte final del programa con la previsión meteorológica, cuando una mano trémula, aún en antena, le pasaba, a vista de cámara, un télex urgente.La veterana presentadora no pudo disimular cierto nerviosismo al leerlo. Eran advertencias de Protección Civil ante la inminente llegada a Galicia de los restos de un ciclón que iniciara su andadura en los lejanos mares del trópico. Aquella tarde, sin presentarse todavía en sociedad, Hortensia era ya un monstruo popular en todas las casas gallegas.

Esa víspera, el mapa de su cara aparecía también en los periódicos, y su noche volvió a ser la de los transistores. Dos semanas y pico después siguen publicándose anuncios publicitarios, de motosierras o generadores eléctricos, por ejemplo, con Hortensia como motivo estelar.

El vendaval que derribó el simbólico tilo de Ares, en la costa ferrolana, la legendaria carballeira de Escairón, en la montaña lucense, o los vetustos robles de Santa Susana, en Santiago, pasará también a la historia por su vocación autonómica.

9.149 millones de pérdidas

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La Xunta puso en marcha sus propios dispositivos de protección, y el Hortensia se ha convertido en un asunto de Gobierno en la comunidad autónoma. Y del Parlamento, donde el conselleiro de Agricultura, Fernando Garrido, estimó las pérdidas, con precisión inusitada, en 9.149 millones.

Fernando Garrido fue uno de los protagonistas de la tenaz maratón de autoridades que movilizó el Hortensia. En los centros de poder, funcionarios con el rostro tatuado por la vigilia repasaban sobre la mesa telegramas y partes de guerra del vendaval, con la satisfacción del deber cumplido y como diciendo sin decirlo: "Ahí está. ¿Quién dijo que no venía? No es bueno, muchachos, hacer chistes con estas cosas".

Pudo haber, ciertamente, otros vientos tan fuertes o más en el pasado. Pero Hortensia se encontró con una sociedad gallega profundamente cambiada, compleja. Como un personaje maldito y desmelenado, la borrasca fue objeto de un marcaje informativo inusitado. Entre interferencias, algunas emisoras de radio transmitían casi en vivo su paso y sus desmanes. La gigantesca grúa-pórtico del astillero de Astano se tambaleaba y media Galicia lo sabía. Una oyente llamaba angustiada a la recién estrenada Radio Municipal de Fene porque el viento había descabezado la casa, y al rato avisaban de un hotel ofreciéndole pensión gratuita provisionalmente. Otra llamada pedía tejas planas, y al poco tiempo aparecía la mercancía a domicilio.

Hortensia puso a prueba la solidaridad social y el reflejo de las instituciones. Puso al desnudo, también, el rostro acusador de la pobreza que subsiste. El rostro perplejo de los 12 hijos de Inés Bento y Emilio Jiménez, llevados, con otros chabolistas, a los bajo del palacio de Raxoi, en Santiago. Su casa, de 10 metros cuadrados, de madera y hojalata, fue un pañuelo en manos del viento.

En otro escenario bien distinto, en la moderna torre de control del aeropuerto de Labacolla, los controladores Juan Bautista Pérez y Pedro Fachal supieron pronto que aquello no era una broma. A las 8.30 horas "la torre se columpiaba como un árbol". Pronto comenzaron a estallar cristales y los dos controladores pudieron escapar por su propio pie hacia el botiquín del aeropuerto "con el cuerpo bañado en sangre".

Las huellas persisten, sobre todo en el campo. La fuerza del Hortensia llevó un aliento de salitre a los bosques y valles del interior y la vegetación aparece parcialmente quemada como por la lluvia ácida. Raíces centenarias se doblegaron rendidas y los maizales parecen inmensos lechos de agonía. El viento racheado alcanzó plusmarcas históricas en algunos puntos, pero científicamente no fue un ciclón, tornado o huracán, ni nada parecido. "¿Y entonces qué fue?", preguntan los labradores, cansados de tanto matiz.

Ahora, en los cuadernos escolares, los niños dibujan a Hortensia con cara de monstruo. Y algunos vecinos entablan conversaciones por vez primera, en el escenario inusitado de los tejados urbanos, poniendo en orden el bosque metálico de las antenas.

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