El Tercer Mundo en casa
Los trabajadores clandestinos han perdido todos sus derechos laborales
La más absoluta indefensión de los trabajadores y el progresivo deterioro de las condiciones laborales es uno de los aspectos menos divulgados de la economía sumergida. Además de las evasión de impuestos y la descentralización del modelo productivo, la economía irregular ha trastocado radicalmente las condiciones laborales de cientos de miles de trabajadores, que se encuentran en una desprotección legal y sindical propia del Tercer Mundo.
"Lo peor es cómo te tratan, cómo te humillan. Trabajamos a un ritmo infernal. Nadie se atreve a moverse del sitio sin permiso de la dueña. Para ganar tiempo, en el lavabo situado dentro del taller, hay una pequeña luz roja exterior que señala cuándo está ocupado y que prohíbe levantarse mientras la lámpara está encendida. En verano, para remediar el calor y la asfixia, pasa de vez en cuando una chica con un botijo para que puedas refrescarte sin apenas dejar el trabajo. Sentadas en la silla una tras otra pasamos día tras día. Los días se hacen interminables, pero de nada sirve mirar el reloj porque la jornada no se acaba hasta que la jefa no da la señal".El relato no pertenece a un personaje salido de las obras de Maxence van der Meerhs o Charles Dickens. Es ni más ni menos que la descripción actual del ambiente de trabajo por uno de sus protagonistas. Una joven trabajadora, una de las miles que integran los cientos de talleres subterráneos, que, al margen de la ley, sobreviven medio enterrados en el cinturón industrial de Barcelona. La clandestinidad de los locales, la búsqueda del maximo rendimiento y el asbsoluto desamparo legal y sindical hacen que el trabajo negro se desarrolle en tan deplorables condiciones higiénicas y de salubridad que en muchos aspectos su imagen se confunde con la de las crónicas de los ambientes fabriles de principios de siglo.
Un taller clandestino es una instalación de lo más simple. Un local de 30 o 40 metros cuadrados escondido en un sótano, camuflado en un garaje o en la planta baja o simulando un trastero en un patio interior. Paredes desnudas con el único adorno de los hilos colgantes del tendido eléctrico improvisado. Un grupo de 15 a 20 trabajadoras y otras tantas máquinas de coser antiguas, adquiridas tras la oportuna subasta de una empresa cerrada precipitadamente. Escasa ventilación, ausencia de luz natural, asfixia en verano y doble jersei en invierno completan el panorama.
La mayor parte de los integrantes de este ejército underground son mujeres que han ido a parar al trabajo subterráneo tras la crisis o el cierre de sus antiguas empresas legales. Historias de este estilo, con las lógicas distancias de cada caso, son las que han vivido las trabajadoras de Unylsa y Euromode, que en poco tiempo han pasado de constituir grandes empresas a verse prácticamente reducidas a meras comercializadoras que canalizan las labores realizadas en los talleres clandestinos por sus antiguas operarias.
El trabajo sigue siendo, el mismo, coser pantalones, cazadoras o camisas. Muchas trabajan incluso con las mismas máquinas que antaño. Y no son pocas las que se encuentran bajo los mismos capataces y contramaestres de entonces, actuando ahora de pequeños patronos.
También el producto es en muchos casos el mismo. Las selectas prendas que exhiben los escaparates de las boutiques de lujo y de los grandes almacenes, como las de las marcas Twenty, Closed, Mambo, Daniel G. y Etcétera, son elaboradas en siniestros locales tras largas jornadas de trabajo, con salarios que oscilan entre las 200 y las 250 pesetas la hora. El mundo subterráneo tiene sus propias redes y personajes. Pero el intermediario es la figura clave. En la confección, un pequeño local comercial y una secretaria que hasta puede contar con el auxilio de un ordenador son la infraestructura suficiente para que un agente avispado pueda girar cientos de millones de pesetas. El intermediario viaja a Italia en busca de marcas y modelos de la próxima temporada. Con la marca bajo el brazo, todo lo demás es fácil. Compra la tela a cuenta, concierta su confección con los talleres clandestinos, los llamados piecers, y vende el producto acabado a los comercios. El riesgo es mínimo porque si las cosas vienen mal dadas, desaparece y no pasa nada. Sólo que muchas veces los trabajadores se quedan sin cobrar.
La calle de Trafalgar, eje del espionaje
En otros casos, la ilegalidad del circuito es mucho más flagrante porque entra en juego el espionaje industrial. Para protegerse del mismo, las firmas de confección con diseño propio han establecido sistemas de seguridad con el objetivo de evitar la copia de sus diseños, actividad que cada vez, causa más estragos en el sector, debido el importante peso de las exportaciones, que en moda y diseño superaron los 24.000 mifiones de pesetas el año pasado. A veces, apenas ha transcurrido un mes desde que el diseño se ha terminado, cuando ya aparecen reproducciones y falsificaciones de los modelos en telas de inferior calidad, reventando precios y mercados en muchos de los grandes almacenes de: la calle de Trafalgar, de Barcelona, verdadera arteria de lo que el mundo textil conoce como "la zona". Se trata de un núcleo de pocas manzanas del Ensanche barcelonés donde diariamente se realizan miles de transacciones en el ramo y que constituye un auténtico bolsín de materias primas y manufacturadas.
La importancia del control de estas irregularidades deriva del volumen de negocio de la industria de hilados, tejidos y confección, que facturó 800.000 millones de pesetas en 1983, dando empleo a 317.052 personas. Aunque se desconoce exactamente la parte del sector que está sumergido, se cree que es un porcentaje importante. Así, los empresarios del subsector de prendas de interior y baño -con una facturación de 100.600 millones de pesetas-, que han investigado el asunto, afirman que la producción clandestina en su subsector oscila entre el 25% y el 30%.
Al igual que la economía regular, la economía sumergida, ilegal o golfa también tiene sus propias áreas de especialización geográfica. Aunque la base principal de la industria textil se encuentra en Cataluña y en Valencia, en el proceso de confección intervienen pueblos de todas las comunidades. El género de punto se trabaja en el Maresme, especialmente, en su capital, Mataró. Los pantalones se cosen en pueblos de Extremadura y Andalucía. La camisería se confecciona.en Galicia y Gijón. En Ciudad Real se rematan los tejanos. Los pueblos de Aragón son especialistas en el acabado del "tocado", es decir, la ropa gruesa, como abrigos, gabardinas y chaquetones. Y varios pueblos de Lérida, provincia en la que han arraigado fuertemente estas actividades, dominan la costura de prendas más finas y delicadas. De la misma forma, el zapato ilegal se hace en el alicantino valle del Vinalopó, y los juguetes, en la zona de Ibi. Todo ello supone un constante movimiento de camiones y furgonetas, casi todos también al margen de la ley, que transportan las piezas cortadas en Cataluña para su confección en pueblos situados a veces hasta a 1.000 kilómetros de distancia, para luego reenviar de nuevo las prendas confeccionadas a la factoría inicial, para su acabado y empaquetado.
La industria textil ambulante de Mataró
El tráfico de furgonetas con material textil para su elaboración es especialmente intenso en Mataró, población de 100.000 habitantes donde se calcula que la economía sumergida representa el 40% de la productividad local. A cualquier hora del día, el tráfago de vehículos 4-R y 2-CV es incesante. La descentralización es el principio básico de la economía irregular. Ello significa desdoblar la producción en varios talleres, especializados cada uno en una fase de la producción, que van recibiendo puntualmente la mercancía.
Nadie se sorprende de la continua carga y descaraga de vehículos en barrios como Rocafonda y Cerdanyola, que aunque aparentemente sólo son zonas residenciales del mundo laboral de Mataró, entre sus
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paredes se albergan docenas de talleres que despliegan una febril actividad.La historia de la economía negra de Mataró arranca de las primeras experiencias de subcontratación para dar salida a las puntas de producción en los años 1965-1970. Coincide con la expansión de la moda en España y la difusión de las prendas de temporada, lo que permite la oferta de tarea a pequeños talleres. En principio, toda la actividad era declarada. Pero es a raíz de la crisis de 1973 y, sobre todo, de la de 1978-1980 cuando empiezan a desarrollarse los talleres piratas.
La crisis de firmas como Roy, Olympyc, Subirá y Telcisa propició la formación de talleres con empleados de las citadas empresas. El mecanismo es casi siempre idéntico. Pasada la crisis, algunos ejecutivos del staff montan una sociedad comercial y compran una marca extranjera del mismo tipo de producto en el que venían trabajando. En el futuro, la producción será elaborada en talleres no declarados al frente de los cuales se encuentran los contramaestres u operarlos más adiestrados de las antiguas factorías de que proceden. En muchos casos, los operarlos vuelven a encontrarse frente a las mismas máquinas que manejaban en su empresa originaria.
En otros casos se trata de unidades de producción más pequeñas, de tipo doméstico, que operan sólo en el entorno familiar trabajando con una máquina de coser tipo overlock de dos agujas. En estas situaciones, una mujer, con ayuda de algún otro familiar, puede obtener entre 15.000 y 20.000 pesetas semanales, a condición de no descansar en todo el día.
Sabadell, capital de la industria lanera, ha registrado un vertiginoso crecimiento de la economía sumergida en los últimos años. Con un 34% de la población activa en paro, de la cual sólo el 12% percibe subsidio de desempleo, las actividades productivas ilegales, a pesar de todas las distorsiones, han sido la única alternativa provisional que evitase una situación de estallido social.
El rítmico martilleo de los telares se percibe a cualquier hora del día en las calles del casco viejo de la ciudad. La población ya se ha acostumbrado a estas molestias y en el ayuntamiento se desconocen las denuncias por ruidos provocados por máquinas. La inspección de Trabajo teme un problema de orden público y espera mejores momentos.
Un informe de los economistas Muriel Casals y Josep María Vidal Villa estima en un 30% el impacto de la economía subterránea en Sabadell. Los autores señalan que en 1981 la industria local contaba con 2.878 telares y 161.530 husos, lo que significaba una reducción de más de un tercio en relación a los existentes en 1970, Sin embargo, esta baja de la capacidad productiva no se ha correspondido con la evolución de la producción, que en el mismo período ha crecido el 8,1% en tejidos y el 7,4% en hilaturas. La única explicación se encuentra en el creciente auge de los talleres clandestinos.
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