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Maia Chiburdanidze consiguió su tercer título mundial de ajedrez a los 23 años

La poseedora del título mundial de ajedrez, la joven soviética Maia Chiburdanidze, de 23 años, recibió ayer en Moscú, de manos del presidente de la Federación Internacional (FIDE), el filipino Florencio Campomanes, el entorchado acreditativo tras su triunfo en Volgogrado, la antigua Stalingrado, por 8,5 puntos a 5,5, sobre su compatriota Irina Uvitina. Es la tercera vez que Chiburdanidze consigue el título, que logró en una primera ocasión en 1978, cuando sólo tenía 17 años, y revalidó posteriormente en 1981. Georgiana, vive en Tiflis, la capital de la república, que retiene desde hace 22 años, con distintas jugadoras, el título mundial femenino.

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Aunque la primera mitad del encuentro por el título mundial femenino -desarrollado de forma casi paralela al masculino, aún sin terminar-, transcurrió con ventaja de la aspirante, la campeona del mundo en ningún momento se distanció. Fueron seis semanas de iniciativa de Levitina, pero Chiburdanidze contestó inmediatamente a cada derrota con una victoria para igualar la clasificación.Su meta de volver a Tiflis, la capital de su Georgia natal, donde es diputado del parlamento, estaba en camino de ser una realidad. Su también compatriota Nana Alexandria, derrotada por ella en 1981, declaró al final del encuentro: "la inteligente Levitina intentó llevarse el título a su ciudad de Leningrado, pero le fue imposible. Tiflis es la ciudad de la campeona del mundo. Soy ahora una hincha de Chiburdanidze, aunque respete a Levitina como mujer y como jugadora. Hace 22 años que el título mundial está en Tiflis, también mi lugar de nacimiento, y quiero que Maia retenga su entorchado el mayor tiempo posible".

Precocidad

Maia Chiburdanidze es una jugadora excepcional, fuera de lo común, cuya carrera, de gran brillantez, ha sido fulgurante. Maestra internacional a los 13 años; campeona de la URSS y gran maestra a los 16, y campeona del mundo a los 17, en 1978, defendió después victoriosamente su título en 1981 y 84. Chiburdanidze ha sido, también, tres veces ganadora -Buenos Aires78, Malta-80 y Lucerna-82- con el equipo nacional de la URSS de los campeonatos mundiales por equipos, denominados erróneamente olimpiadas de ajedrez. Olimpiada sólo significa cuatro años y no es equivalente a Juegos Olímpicos, nombre que sí podría aplicarse semánticamente, pero no oficialmente, pues no lo permitiría, lógicamente, el Comité Olímpico Internacional, que tiene su exclusiva. El ajedrez, un deporte muy especial, no es olímpico.

La cempeona del mundo, junto a Levitina y sus compatriotas Lidia Semionova y la ex campeona Nona Gapridachvili, integrarán el próximo equipo soviético que debe ganar un nuevo título mundial más en Salónica, en noviembre.

Chiburdanidze, aunque ahora vive en Tiflis, nació el 17 de enero de 1961 en Koutaissi (Georgia), donde comenzó a jugar al ajedrez a los siete años de edad. A los nueve jugaba ya en Primera División. A los 13 venció en el Torneo Internacional de Brasov (Rumanía) y se convirtió en la más joven maestra internacional del mundo.

Estilo

El estilo de la campeona mundial es simple, potente y dinámico. Pasa jornadas enteras resolviendo problemas y estudiando temas de ajedrez. Su padre. Grigory Teofilovitch, es ingeniero agrónomo. Su madre, Nelli Pavlova, es profesora de ruso en una escuela secundaria. Maia tiene dos hermanas menores que ella, Larnara y Manana, que no juegan al ajedrez. Apasionada por la literatura georgiana, Maia entiende y habla el inglés, como muchos soviéticos, un poco menos bien el alemán y posee un ruso, el idioma nacional obligatorio en la URSS, casi tan bueno como el dialecto georgiano.

'Pequeña Fischer'

Maia Chiburdanidze, después de los estudios secundarios, ha sido admitida en el Instituto de Medicina de Tiflis, donde quiere acabar medicina general.

La campeona del mundo de ajedrez es un personaje muy peculiar, con ideas y carácter muy reservados. En el extranjero, con sus compañeras del equipo soviético, cuando son todas georgianas, no habla nada más que en georgiano. Cuando se le ha preguntado la razón ha señalado rápidamente y con orgullo que el georgiano es su lengua materna. Georgiana antes que nada, lo recuerda en cuantas ocasiones puede sin el menor reparo a un posible conflicto autonomista. No en vano es parlamentaria y la idea existente en los círculos ajedrecistas occidentales es que se trata del equivalente femenino soviético al campeón mundial masculino, Anatoly Karpov, es decir, la mujer del partido.

Maia, ante la prensa, ha hecho una serie de puntualizaciones sobre su carrera como ajedrecista y, últimamente, sobre su experiencia como campeona mundial ya durante seis años: "Realmente, sólo a los 12 años comencé mi carrera internacional en un torneo disputado en Yugoslavia. Los yugoslavos creían que mi participación, a tan temprana edad, había sido sólo por un error de la federación de mi país, pero los organizadores insistieron para que jugara. Después de ganar cuatro partidas a la maestra internacional VIasta Kahlbrener-Macek, los periodistas yugoslavos me pusieron el nombre de la pequeña Fischer, el que fue gran campeón norteamericano, que perdió su título al no querer enfrentarse a Anatoly Karpov. Desde luego, yo no querría que se me incluyese en una categoría cualquiera. Mi estilo no es ni posicional ni de combinaciones. Yo estoy convencida que tengo mi propio juego, digámoslo así, universal".

"Pero mi problema -añadió Maía-, es la falta de tiempo. Yo dedico dos horas y media por día al ajedrez y cerca de seis horas a la medicina, pues tengo un fin bien claro: el doctorado en medicina. A mí me gustaría llegar a ser un muy buen médico".

Chiburdanidze, por otra parte, lee mucho, obras de filosofía, especialmente. Platón, por ejemplo. "Estas lecturas me interesan, pues yo entro en otro mundo y puedo reflexionar", ha dicho. "Me gusta también la historia con una gran H. Paso momentos formidables en la biblioteca de manuscritos antiguos de Tiflis descifrando textos escritos en georgiano arcaico".

La triple campeona del mundo, a la que le encantan los caracoles, se distingue también por un sutil sentido del humor, la acogida, la comunicabilidad y la bondad.

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