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Reportaje:

Carla Duval

En una vieja aldea perdida existen brujas del ayer, uñas muy largas, pelo muy blanco, muy cerca estoy, me van a atrapar. Carla Duval se sienta todas las mañanas (perfil de chica de Kiraz, muchos correajes en torno a las caderas, botitas blancas), a escribir sus poemas, al sol Sur de la ciudad, entre las Vistillas y el Puente de Segovia. Por sobre ella, sin que se note, pasa una nube hermana, un cuerpo ligero y exacto, una forma que vuela: Norma Duval.

"¿Y no te abruma eso de tener una hermana monstrua?". "No, por qué, nada, ella me ha ayudado mucho, su camino no es el mío, yo busco, busco, busco y encuentro cosas nuevas". Encuentro a Carla Duval en algunas cen as de pajarita, cogiéndose un dedito con el novio de guardia. "Pero ya no se dice novio, Umbral". "Yo sé lo que me digo, amor". Hechizada estoy, no podré escapar, es el embrujo que dentro de mí ya está. Ah, ah, ah... Tiene veinte años carabancheleros, es la respuesta de la modernidad, o post, a la belleza clásica y académica de su hermana, la famosa Norma, cuyo ángel parturiento cruza por algún sitio, entre los affiches del Folies Bergeres y las carabelas de breve eslora, que embarrancan en cualquier rincón del apartamento. En una vieja aldea perdida existen brujas del ayer. En un apartamento soleado del Madrid/Pomente, a orillas casi del Manzanares, con o sin peces de colores, con o sin cisnes ni Ledas, el clan femenino de las Duval, de la madre a la pequeñita, pasando por la gloriosa de las noches de París.Hechizada estoy, no podré escapar, ah, ah, ah. Carla Duval tiene una voz fina, un único pendiente de plata monstruosa, en la oreja derecha, "cuando me duele me lo paso a la izquierda", una melena corta y rubia, con alabeado de violín, un cuerpo breve, unas piernas largas y un rostro, "la belleza moderna es asimétrica", que desafía todas las leyes de mi lejana Escuela de Artes y Oficios Artísticos, que fue mi Grecia, o a la inversa. Cuando entro en el portal, hay en la calle unos camioneros con sus camiones, que me miran. Un día los inquisidores las vieron: en una hoguera queman sus cuerpos, sus poderes en el humo se van.

Estas brujerías matinales ocurren a diario en el apartamento lacónico de Carla Duval, donde el whisky es JB y escaso, donde la cocacola es pepsi. Me lo decía ayer mi entrañable Manuel Alcántara: "Según los estudios de mercado, el español pide JB porque es más fácil de pronunciar que los nombres ingleses completos. Por otra parte, ignoran que esa jota y esa be responden a dos nombres, esconden una historia sentimental". Bueno, pues ni así. A Carla se le ha acabado el whisky. "Espera que subo a casa de mi madre". De lo que se trata no es del whisky, claro, sino de que suba y baje mucho, de que mueva toda la brujería de su cuerpo de veinte años, un cuerpo lleno de idiomas, de revistones y de tachuelas. "¿Y para qué tantas tachuelas, hija?". "No me molesta lo punky, aunque yo no sea exactamente eso". "Jú qué eres exactamente?". "Bueno, un poco de todo".

Hechizada estoy / para siempre ya, / es el embrujo / que dentro de mí está.

Bis. Todo es bis en este pequeño apartamento, todo hay que verlo y reverlo muchas veces, mientras los dioses del Sur se dan contra las paredes blancas, con sus cuernos de sol, y uno comprende el milagro consuetudinario de que una criatura de veinte años, perfil selvático y voz de tiple ligera, amanezca aquí todas las mañanas, mientras su juventud se queda durmiendo otro ratito, o a la inversa. Estas cosas pasan todos los días en miles de habitaciones, breves y soleadas, de Madrid, y en ellas despierta la vida como una mitología, hasta que la ducha deja a la mujer en mujer, esculpida por el agua, reducida a sus formas convencionales, de tan reales. Uno es que no acaba de creérselo.

En mi desesperación, sólo yo pude escapar. Y hay pintura mala por las paredes, y abro un momento el visillo y me asomo a terrazas de tierra y un optimismo fabril de chimeneas. El secreto está en mí, la única bruja soy yo. Pues haber empezado por ahí, hija. Ella quizá no lo sabe, pero este deslumbrante confinamiento de cuatro paredes encaladas y sol de skay, es lo que le dicta esos poemas nocturnos, que se resuelven en huida. Esto parece una jaula de mujer, con barrotes de luz, para la clausura de la gloria, el conventillo de las primeras entrevistas y la celda interior y soñadora -¿y torturada?-, cuyo claustro de sol y aire fino es el cuerpo de la niña. "Pero no me acuesto tarde, no creas, nunca más de la una". Si el show/business nacional llega a aceptar esta cara, a comprender este rostro, a amar este perfil de somalí rubísima, será que ha cambiado/evolucionado la estética de una sociedad antiestética, que por fin somos post/pamasianos y nos hemos arrancado al modelo oval de nuestra santa madre.

El secreto está en mí, la única bruja soy yo. "¿Y esa bobada de que todas las mujeres sois un poco brujas?". "Bueno, tenemos una cierta intuición de las cosas, y nada más". Cuando termina sus poemas de brujas, a los que alguien pondrá música para ha cer un elepé (Carla está a punto de sacar uno), se pone a dibujar a lapicero unas mujeres que son hijas machihembradas del comic y la revista (ella ha sido vedette) y que tienen la belleza cruel o la lágrima fácil que a Carla le gustaría tener, porque Carla respira siempre la luz de la mañana.

Entre unas cosas y otras, e apartamento se ha puesto popu loso de soles industriales, mitologías de la luz, mujeres fatal/ficción, fotógrafos gigantescos, y Carlas, Carlas, muchas Carlas, de pie, sentadas, con el perfil/Kiraz, con los correajes y las tachuelas por la esbelta cadera, como un cilicio de gran modisto con la blusita transparente, con los pantalones melódicos y las botas claras. Carla/trino, Carla/Carabanchel, Carla/risa, Carla/susto, Carla/Carla.

-El matrimonio.

-¿El matrimonio?

Una belleza nueva en sus ojos: el espanto.

-Sí, mujer.

-No.

Para esto las crían madres, repito. A la caída de la tarde, se libera de esta clausura, de este torno de música y de sol, y es cuando su voz se vuelve acetato, en los estudios, cuando la cara más nueva del mundo español del espectáculo se enciende en la escala de las luces y las sombras, cuando los pájaros hembra de su voz se le escapan de la blusa, de entre los senos tenues, para cantar libres por el mundo. "Tienes pocos libros, Carla". "Bueno, es que leo sobre todo en otros idiomas, para practicar". La angeología de la mañana iba haciéndose ahogante de hermosura, la botella de whisky era una lámpara nocturna, vacía e incoherente, la oceanografía de la música "se dejaba las orejas en la playa", y el televisor, negro, apagado, comenzó a observamos como un marciano.

-¿Qué te pareció el espectáculo del Scala, Carla?

-Maravilloso. Pero les falta una gran estrella, como siempre.

-¿Podrías ser tú?

Iba a contestar, pero las brujas jóvenes, los dioses lares de las chimeneas, las mujeres malas del comic y los toros carabancheleros del sol se la llevan en volandas. ¿Habrá ido a por más whisky? La triste regularidad de la vida se debate en este apartamento con las oleadas de porvenir que de pronto lo llenan. Con el señor Mendel o al margen del señor Mendel, la familia y la herencia tienen estas cosas: Carla es la respuesta casi baudeleriana, con su belleza asimétrica, casi convulsa, a la belleza de lámina, a la "academia" que es el rostro y el cuerpo de su hermana, la famosa. Se lo digo al señor Mendel, mientras baja la chica:

-¿Y usted nunca ha formulado una ley sobre lo que pudiéramos llamar "la respuesta genética" horizontal, o sea, dentro de la misma familia y generación?

-Pues no se me había ocurrido, mire.

En una vieja aldea perdida existen brujas del ayer. Pienso en qué medida Carla es/no es el revés de Norma, o a la inversa. Pienso que con las brujerías de la especie, mendelianas o no, ya tenemos bastante. El salto que han pegado los cánones, de la hermana mayor a la hermana pequeña, daría para varías tesis.

-Lo dijo Schiller, Carla: la belleza es una imposición de los fenómenos.

-¿Cómo, qué, cuál?

-Nada, Carla, amor, estaba hablando conmigo mismo, o sea, con Schiller y Mendel, aquí te los presento, dos señores de mucho respeto, aquí Carla Duval, mendelschilleriana del music-hall, ¿conocen?

Los fenómenos de la aliteración genésica han dado este rostro de manigua que no consiguió ni Brigitte Bardot. Han impuesto una belleza de la no/belleza que previamente soñaron los poetas, algunos poetas. Lo que quiere la niña es triunfar, a ver. Es lo más original que ha arrojado la última generación a las playas en cuatricromía de la actualidad. Me parece que ha vuelto a pasar, volandera y todavía grávida, al nivel de la lámpara o por el piso de arriba, Normal Duval, como algunas figuras de los techos renacentistas pasan por sobre el barroco de las iglesias y los palacios italianos y españoles. "A veces me diseño mi ropa, siempre estoy haciendo cosas". En las cenas de pajarita, ya se ha dicho, siempre tiene un novio de guardia con el que cogerse un dedito. Es como si se anillase, desde lo remoto de su belleza, a algo más convencional, más llevadero y practicable. Carla es como el eslabón perdido de una raza de mujeres que habitaron los bosques de una Prehistoria más pre que histórica. Su belleza la aísla, su singularidad la embellece. Se nota como que quiere asirse a la vida sosa de los demás. Salvarse. Hechizada estoy, no podré escapar, ah, ah, ah. "¿Y el contacto directo con el público, las actuaciones: cómo te defiendes?". "Muy bien: es lo que más me gusta y no tengo nervios". Si el siglo, ese poetón viejo, acepta esta belleza, es que no hemos perdido el tiempo. El tiempo Picasso/Baudelaire/Modigliani/Bardot.

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