Neorrealismo político
Se refería Juan Luis Cebrián en su artículo del domingo 14 de octubre a las perplejidades de la izquierda española. "La cuestión", dice, "está además en saber cómo se puede ser de izquierdas, ni aun como actitud moral, en un país en que gobierna la izquierda". Lamenta que el esfuerzo de los sectores de la inteligencia estén tan lejos de los líderes sociales, de los que escriben en los periódicos y de "los que hacemos peroratas". Como otras veces, plantea una cuestión palpitante e insoslayable y no me resisto a dejar de echar mi cuarto a espadas.Yo también creo, como él, que los "dispensadores de la utopía como forma de vida se han dado de bruces con la realidad". A esto, en Francia, donde, con otros problema, tienen experiencias semejantes, lo empiezan a llamar neorrealismo político. Todos presumimos de ser realistas, y especialmente los españoles, que nos curamos con ello de nuestro proverbial idealismo. Si el realismo político se convierte en preocupación dominante, podría incluso orientar los análisis y racionalizar el discurso público. Andamos muy escasos de consensos, y por ahí es por donde nuestra débil democracia ha dado hasta ahora sus pasos más firmes.
Ahora preocupa la izquierda. Su nota histórica destacada es su lucha por el cambio. Instalada en el poder, hay que pedirle cuenta y razón de por qué no lo hace o, al menos, de cómo lo está haciendo. No es el caso de examinar a la oposición situada más a la izquierda del PSOE, que aprovecha las carencias del Gobierno para engrosar sus filas. Llevar adelante el cambio desde el Estado requiere, a mi juicio, ser capaces de contrastar los grandes mitos socialistas con la insobornable realidad española. Y me conforta que una personalidad como la de Miguel Boyer confirme a EL PAIS (14 de octubre, página 63) su certeza de que el presidente González se sienta "más socialista" y al mismo tiempo "cada vez más heterodoxo". La fidelidad a unos mismos principios, preocupaciones y doctrina no hay que plantearla sólo en el nivel de las definiciones y de la ideología; tiene que abarcar a las estrategias.
El camino del cambio es tan importante como la meta.
La idea de "una mayor igualdad en lo político y en lo económico" ha presidido y distinguido a los partidos de izquierda. Mientras ese norte no se pierda, se camina por la senda del socialismo. Lógicamente, yo no puedo hablar de la política económica seguida por el Gobierno. Barrunto que este campo va siendo cada día más dominado por el realismo hasta "recoger la tradición liberal antiestatal, aun entendiendo que el Estado representa intereses generales y es absolutamente fundamental en la sociedad moderna" (Boyer).
El socialismo democrático descubrió ya hace tiempo que la igualdad y la libertad eran fundamentalmente valores éticos, no sólo económicos. La "vía social hacia el socialismo", distinta de la "vía política", se ha hecho prioritaria. En la sociedad, en sus formas de pensar y de comportarse, es donde hay que realizar los cambios. Los medios culturales son los instrumentos más eficaces del cambio. Pero cada vez se hace más evidente que estas herramientas pertenecen a la sociedad y sólo desde ella y por ella pueden ser manipuladas.
La lección que acaba de dar el socialismo francés no es despreciable. La proposición 60 de las 110 del candidato Mitterrand, que proponía el logro de "un servicio público unificado y laico" para la educación, "negociado sin espoliación ni monopolio, se dio de bruces con eso que Juan
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Luis Cebrián llama "la realidad". El acto simbólico del Gobierno Fabius al retirar un proyecto de ley largamente prometido en el programa electoral, por muy poco que tenga que ver con nuestra LODE, tiene una gran significación. Aunque las banderas de la guerra escolar pudieran trazar una línea de fuego entre la enseñanza laica y la confesional, el debate mismo y las encuestas han demostrado suficientemente que el frente estaba entre los monopolistas y los defensores del pluralismo.
En España todavía se plantea la reforma de la enseñanza como un pleito de propietarios del aparato docente. No se ve o no se quiere ver el fondo de la cuestión, que no es tanto religiosa como social y cultural. Allí se ha comenzado un debate sobre, los fines de la enseñanza y se ha concluido una etapa de orgías pedagógicas. El sucesor de M. Savary ha recordado que la enseñanza consiste, ante todo, en transmitir saberes. Aquí seguimos confundiendo la libertad de cátedra con una patente de corso para transmitir ideología. Todos dicen defender los derechos de los padres, pero no se resisten a la tentación de suplirlos. Allí y aquí, el gran mito socialista de la enseñanza uniformada e igualitaria se derrumba ante el ímpetu de una sociedad en la que lo local y las identidades de los grupos de significación constituyen, precisamente por su complejidad y riqueza, el ingrediente más estabilizador de la sociedad. El papel del Estado como garantizador de la cohesión del sistema, de la afirmación de la unidad cultural, de la esperanza colectiva y de la fe en el progreso tiene ahora mucha menos razçon de ser. Es el árbitro de la igualdad de oportunidades, y no el tutor pedagogo o el empresario de la competencia desleal. La izquierda tiene que estar por el progreso, y éste no tiene ya otro camino que el del reconocimiento de las propias identidades. La máxima igualdad coincide con la posibilidad real de realizarse en libertad. El realismo político que parece ya alborear en el socialismo tiene aquí su Jordán y su heterodoxia por la fidelidad.
Otro tanto habrá que decir del monopolio de la imagen audiovisual. No se tiene de pie frente a la descentralización autonómica ni frente a las nuevas técnicas de transmisión. No vamos a igualarnos porque nos digan lo que tenemos que ver, leer y pensar, sino cuando a todos nos dejen ver, leer y pensar lo que queramos. ¿O es que el personalismo ético y el desarrollo de la propia responsabilidad, en una sociedad carente de la relación con el otro, va a seguir siendo puramente predicada por los nuevos clérigos del socialismo estatal? No entiendo cómo se puede seguir siendo de izquierdas sin exigir que se arbitren fórmulas para este ejercicio de la responsabilidad en la libertad.
No puedo entrar ahora en el gran tema de los nacionalismos que están empujando al Gobierno socialista a posiciones de épocas que creíamos superadas. Después de la transición política se hace cada vez más necesaria la transición ética, de la moral dictada a la moral libremente asumida, con la autonomía necesaria para coincidir en un universo común de valores. La izquierda ha presumido siempre de su actitud ética. La conciencia individual es el único fundamento posible de una moral. Ya lo creo que hay campo para la crítica a un Gobierno socialista desde el mismo socialismo.
De todos modos, ser de izquierda o ser de derecha sigue siendo un modo hemipléjico de contemplar la realidad, como ya nos dijo Ortega. Lo importante es el análisis de esa realidad con la que se están dando de bruces los antaño "dispensadores de la utopía".
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