_
_
_
_
Reportaje:

La maestra,

El ajetreo de un día normal en una escuela de barrio obrero

Por aquí también se vende algún bajo, además de revistas del corazón y periódicos de crímenes. Una pintada pregunta: El cambio en la policía, ¿cuándo?, y esa pintada pueden leerla los guardias desde la puerta de la comisaría. Una niña hace multiplicaciones en la pared del colegio estatal con tiza del Estado. Y un chaval escribe con letras enormes: ¡Hola, encanto!

De pronto pasa el tren de cercanías y debe de haber una madre que teme por el hijo que juega en los raíles. Dentro del edificio, construido en la época de Blasco Ibáñez, suena el teléfono, y la directora, María Teresa Barceló, 36 años, soltera y de Cartagena atiende la llamada.

No era nada de particular. La alumna Emanuelle Stümpler, que es hija de judíos, se ha roto un diente a los 13 años por saltar contra la valla del patio, auténtica pista de cemento que huele a zapato de tenis. La niña Emanuelle se rompió la paleta derecha y, sangraba mucho ayer. Por eso la madre telefonea esta mañana y pide explicaciones, quiere un certificado para que el seguro pague la factura de la clínica de San Juan de Dios. Ojalá en San Juan de Dios puedan ponerle una fundita al diente.

La directora del colegio opina que si no le ponen fundita le limen el otro diente. Hay que igualar las paletas. Pero la madre sigue preocupada, insiste, no se explica cómo no vigilaban a los niños durante el recreo de la comida. Y la directora ya quiere colgar el teléfono. Dice: "Mire, la niña lo que debería haber hecho es recoger los trozos de diente y guardárselos; pero ella los tiró y ahora ya no le apañarán igual la paleta; es culpa de la niña que a los 13 años ya tiene que saber esas cosas".

Asuntos propios

A María Teresa la llaman para todo, para cualquier pequeño problema. Incluso la molestan en casa. Cobra, netas, unas 96.000 pesetas al mes y tiene tres trienios es propietaria definitiva de la plaza de profesora de educación especial y gobierna a una plantilla de 30 maestros que, a su vez, gobiernan a 745 alumnos. Dice que trabaja 12 horas y que está agotada. Sus vacaciones de verano duran un mes y medio. Las de invierno son cortas: 10 días en Navidad y otros 10 en Pascua.

En cambio, los maestros se toman otros 10 días, cuando les conviene, por asuntos propios. Y tienen derecho si dejan sustituto por su cuenta: "Oye, María Teresa, que se me ha roto la lavadora; ¿puedo hacer puente? Oye, María Teresa, que a mi tía, que vive sola, se le ha caído el armario encima; ¿puedo irme con mi tía? Y así, siempre hay asuntos propios".

Ella no se toma esos 10 días. No puede, caramba. Y además ahora les han metido a los maestros cuatro años de valenciano. Hay que aprender la lengua vernácula. Y es una lengua más difícil que el esperanto para una persona de Cartagena, por ejemplo. Incluso para un castellonense, que ya habla las dos lenguas usuales en la comunidad: "¿Verdad Mari Carmen que se te cargan en el escrito? Se te cargan, porque una cosa es hablar y otra hacer un dictado. En el dictado se te cargan. O se te cargan luego, en la redacción. Y eso es una gaita. Te puede volar la plaza, con el tiempo te la vuelan. Y cuatro años para valenciano es mucho tiempo; para eso se hace uno la carrera de derecho".

El hambre no deja crecer las manos

Ahora entra un tal Miquelet y dice que la madre del niño que tiene que ir al Tribunal Tutelar de Menores ya está esperando abajo con el niño: "Muy nerviosa, y pregunta si usted les acompaña o se van solos para allá".

Solos no se van. La directora va a acompañarles. Un momento, aún tiene que hacer un certificado a la niña Pilar Estefanía para que la admitan en el Conservatorio y pueda hacer danza española: "Me chifla la danza española, me chifla", dice Pilar, de 13 años, esperando la firma.

El 60% de estos niños del centro estatal Enrique Terrasa son hijos de técnicos y obreros portuarios. Sólo hay cinco familias universitarias y el resto forma un difícil lote de niños de hogares rotos, de parados, madres solteras, gitanos y vendedores ambulantes. Niños que, por regla general, desaparecen a los nueve o 10 años. Sin acabar el cuarto de EGB: "Se los llevan para trabajar".

También Juan tiene 10 años. Es flaco, menudo, rubio y con ojos muy azules. Se mueve mucho. Las manos se le van. Las manos, no le han crecido demasiado. El hambre y otras cosas no dejan crecer las manos. Y parecen unos tenedores raquíticos, tenedores de postre. "Tranquilo, Juan", le dice la directora empujándolo al taxi. "Y usted, también; usted tranquila, que no pasará nada", añade la directora.

La madre es quien habla sin parar en el taxi: "Lo que nos faltaba: el juez ahora, con otros seis hijos que tengo y divorciada como estoy, y el Juan no tiró las piedras; si dice que no las tiró, no las, tiró". Los cristales ya estaban rotos. Y Juan no miente: "¿Verdad que tú no me mientes nunca, Juan?".

Juan lleva un pantalón de pana vaquero y una camisa a cuadros, y mira por la ventanilla mientras lo oye todo: ahora está viendo los anuncios de la moda de otoño; también ve a otros niños que van en coches buenos hacia el centro de la ciudad, y ve a las señoritas casi desnudas chupando con una paja una coca-cola enorme en los carteles publicitarios. Y oye todo lo que va diciendo la madre en el taxi, que ya está muy cerca de los juzgados: "Sólo tengo trabajo una vez al año, un mes al año, para suplir a las de la limpieza en el Hospital General; esa noche yo estaba trabajando, la noche de los cristales, por eso el Juan salió de casa; yo no lo dejo por ahí, a santo de qué, ni por irme con un hombre lo dejo salir por ahí".

El taxi ha parado delante de un cabo de la Guardia Civil que se apoya en el mármol rosa de la fachada, donde puede leerse: ¡Aborto libre y gratuito!

Las escaleras del juzgado también son de mármol . De mármol de color crema. Y hay un cojo con muletas de madera que se pone ahí, entre el guardia y el aborto, a vender iguales. Arriba hay tres puertas y estos carteles sobre cada puerta, de izquierda a derecha: Niñas, Niños, Médico. Pero nadie lee en España los avisos de juzgado, y el conserje, un hombre bondadoso que se llama Martorell, le hace una caricia a Juan: "¿El denunciado es él?", pregunta. Y el niño se retuerce los dedos y tiembla.

El juez respira

Primero debe atenderse a la directora. El señor juez da una voz al conserje: "¡Martorell! ¡Que pase la representante del ministerio!". María Teresa Barceló entra en una habitación presidida por un Cristo sobre seis altares llenos de expedientes azules. También hay un magnetófono detrás del juez, que sonríe afablemente. Lo único que quiere saber el juez es si hay

La maestra

reclamación de daños. Como son pobres los que ocasionaron las roturas de cristales, no hay reclamación: "No, el colegio pagará; fue una metedura de pata del conserje llamar a la policía", declara la directora.Y el juez respira. El juez tampoco puede más. Saca jeringuillas del cajón y frascos de drogas, y dice: "Firme. Y al niño, cuando pase ahora, palmada al culo y a casa, ¿no es eso?".

Eso es. "¡Martorell! ¡El menor, que pase!", grita el juez, repitiendo que ya no puede más; esta mañana, dos policías heridos por menor. "¡Venga, que pase el menor!".

El menor, Juan, pasa y aún parece menos de lo que es. Está en esa sala que se llama de corrección, y el juez le habla despacio y, con dos dedos, escribe a máquina aún más despacio. Son los deditos para la palmada al culo y a casa. Mientras hace estas diligencias el juez, Martorell habla de su vida: "Todo el verano de viaje, pescando niños que se escapan, que se van de casa, de los reformatorios; bueno, tremendo ha sido el verano".

Y por fin Juan sale de esa habitación y parece tranquilo: "No, nada, que no lo haga más, que si lo hago la próxima vez me encerrarán donde están Rafa y David, mis hermanos, allí en Burbáguena, con los frailes, y nada más. Que si fumo. Eso me preguntó: '¿Tú fumas?'. Y le he dicho que no, yo no fumo nada".

Alumnos difíciles

Por lo demás, el día es un día normal. María Jesús Velasco, maestra, de 36 años, soltera y con sueldo de 80.000 pesetas (neto) al mes, trabaja en el centro con dedicación exclusiva: "Se nos cayó el edificio y nos trajeron aquí a cuatro profesores con los 80 alumnos de nivel marginal. Ha pasado un año y medio y aquí seguimos, de favor hasta para sacarlos al patio. Sin medios. Y las autoridades contratan profesores para enseñarnos valenciano, cuando lo que necesitamos es profesorado de apoyo para los alumnos".

Son alumnos difíciles. Mercedes Utrera, gitana, de nueve años, no sabe leer y lleva zapatos de tacón alto y se pinta. Silvana Olmedo, de ocho años, cree que remar se escribe con d. Y otra niña grita para que le den celo, porque se tiene que pegar el lazo del pelo.

Cerca de la clase de doña Soledad y de doña Humildad se abre la puerta de la clase de don Miguel. El maestro ha escrito en la pizarra esta pregunta, que todos contestan lo mejor que saben: "¿Para qué sirven los puntos cardinales?". Y luego, a fin de celebrar la utilidad de estos puntos, el maestro pide voluntarios: "Tú, Víctor, haznos una payasada". Víctor mete los brazos por debajo de la cazadora, deja colgar las mangas vacías, y desde dentro le sube un vientre por arte de magia, y todos se carcajean. Luego sale un gordiflón y mueve el culo, tapando la pregunta de los puntos cardinales. Y acto seguido, a Sergio le reclaman su especialidad: el niño clava el cráneo en el suelo, se da impulso con ambas manos, los pies en alto, y grita: "¡Bitter Kasss!".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_