La importancia de vivir en Majadahonda
Una docena de altos cargos de la Administración socialista vive en esta ciudad residencial
El alcalde de Majadahonda exuda satisfacción al informar que una docena de sus administrados son ministros, subsecretarios o directores generales en la Administración socialista. Y apenas contiene su gozo al añadir que la mitad de los vecinos del pueblo es gente de estudios y de elevado nivel de renta. En plena crisis, Majadahonda se ha convertido en el paraíso de los yoopis, o jóvenes profesionales de ideas liberales de la capital de España
JAVIER VALENZUELA Una mañana a comienzo de este mes, Luis Egea entró en su despacho de alcalde de Majadahonda. Su primer gesto fue pulsar las teclas del videoterminal situado a la derecha de su mesa de trabajo. A través de la pantalla dio un rápido repaso al estado de cosas municipal y respiró satisfecho. Los proyectos de la autovía de circunvalación y la casa de cultura diseñada por José María Pérez, Peridis, para el parque de Colón seguía su curso a buen ritmo.
Luego el alcalde dio un vistazo a la Prensa y confirmó el rumor que circulaba en los últimos días. Egea, de 67 años, casado y con dos hijos, ingeniero industrial jubilado y militante socialista, llamó por el interfono a su secretaria -y le dijo: "Maribel, ¿has visto lo de Luis Carlos?" La funcionaria respondió: "Claro que lo he visto, Luis. Es estupendo". El personaje que ocupaba las primeras planas de los diarios era Luis Carlos Croissier, recién nombrado presidente del Instituto Nacional de Industria. Croissier era el último de los vecinos socialistas de Majadahonda llamado a ocupar un alto cargo en la Administración del Estado.
A Croissier le habían precedido Fernando Ledesma y Javier Solana, ministros de Justicia y Cultura respectivamente; José Borrell, secretario de Estado de Hacienda; José Francisco Peña, subsecretario de Agricultura, Pesca y Alimentación; Pilar Miró, directora general de Cinematografía; Jose María Rodríguez Colorado, delegado del Gobierno en Madrid, y media docena más de subsecretarios, directores generales, gobernadores civiles y presidentes de bancos y empresas públicas. Todos ellos socialistas y residentes en Majadahonda.
Los norteamericanos tienen una palabra para designar a las personas de 30 a 45 años que de los movimientos radicales de los últimos años sesenta han heredado una mentalidad crítica y liberal, pero que ahora disfrutan de las buenas cosas de la vida: coches de importación, costosos equipos audiovisuales, viajes al extranjero, placeres gastronómicos y todo eso. Les llaman yoopis. Pues bien, Majadahonda, a ocho kilómetros al noroeste del palacio de la Moncloa, reúne méritos más que suficientes para ser nombrada la ciudad española con más yoopis por metro cuadrado.
Todo ha ocurrido en una década. De Majadahonda se sabe que fue fundada en el siglo XIII, como aprisco para ganado lanar, y que Cervantes, en el Quijote, alude a los majariegos como ejemplo de "mal hablados". El lugar reaparece en la historia española en junio de 1979: con la muerte de Blas de Otero, que allí pasó sus últimos años.
Hacia 1960, Majadahonda tenía 1.500 almas, pastores y cultivadores de cereales en su mayoría. En los años siguientes se instalaron en el pueblo albañiles extremeños y andaluces, que elevaron su población hasta los 5.700 vecinos de 1974. Y de repente llegaron los yoopis. Eran medio ecologistas y hasta algo naturistas, y buscaban un lugar donde respirar que no estuviera lejos de Madrid, la ciudad donde se ganaban las habichuelas. Chalés y apartamentos residenciales empezaron a construirse en los antiguos pastos y labrantíos.
Majadahonda cuenta ahora con unos 30.000 vecinos, de los cuales el 49,5% tiene estudios medios o superiores y el 83% no ha alcanzado los 50 años de edad. La juventud de su vecindario y el que muchas mujeres trabajen fuera de sus casas hace que la población activa
La importancia de vivir en Majadahonda
del municipio sea el 54,4% del censo, frente a una media nacional del 34,9%. Otros datos explican aún más lo que ocurre allí: el 33,3% de su población laboral es alto directivo o profesional liberal, y el 34,1%, técnico medio o administrativo.Las cosas no habían llegado tan lejos cuando a comienzos de 1976 Rodríguez Colorado fue a vivir a un piso de Majadahonda. Colorado trabajaba en una empresa privada y militaba en el aún clandestino PSOE. El delegado del Gobierno en Madrid recuerda así su encuentro con el clan de los majariegos: "Pedí un contacto con los compañeros del lugar y un día me telefoneó un desconocido. Me preguntó donde vivía, se lo dije, y entonces exclamó: 'Pero si somos vecinos. Tú eres ese tío de arriba que hace tanto ruido'. Resultó ser Domingo Ferreiro, el actual gobernador de La Coruña".
'Campaña electoral Tupperware'
En Majadahonda gobernaba aún la familia Sanz, cuyos miembros habían ocupado la alcaldía durante un siglo, y aunque en los alrededores del casco antiguo empezaban a surgir colonias de chalés y bloques de apartamentos, las calles del pueblo eran de tierra y el agua potable procedía de pozos. "Los socialistas nos reuníamos entonces en el chalé que tenía Luis Solana en Majadahonda. El día que abordamos la acción vecinal, Luis me dijo: 'Ocúpate tú, Colo', y así me convertí en el primer presidente de la recién creada asociación de vecinos de Majadahonda".
Rodríguez Colorado, de 36 años, casado y con un hijo, sonríe al decir que "en aquella época no eramos altos cargos; la primera reunión de la asociación de vecinos la hicimos en una discoteca, bajo la vigilancia de una pareja de la Guardia Civil, y con la presencia del alcalde, provisto de grabadora". Tres años después fueron convocadas elecciones municipales democráticas.
El clan de los majariegos, con Rodríguez Colorado al frente, formó una candidatura municipal con manifiesta voluntad de conectar con los nuevos moradores de la población. Su campaña electoral fue de corte norteamericano. "Usamos el sistema Tupperware: organizar comidas y cenas en casa con cinco o seis matrimonios cada vez".
Tras ganar los comicios municipales, los socialistas constituyeron una corporación de lujo, con Rodríguez Colorado al frente; Francisco Vera, que luego fue director general del Instituto de Promoción Pública de la Vivienda, en la concejalía de Urbanismo; Borrell, en la de Hacienda, y Ferreiro, en la de Policía Municipal. Su objetivo, dice Colorado, era "controlar la edificación en extensión y altura y mejorar la calidad de vida en el pueblo para que los vecinos no tuvieran que trasladarse a Madrid nada más que para trabajar, y, bueno, también para hacer gestiones en los ministerios".
Ese objetivo está hoy cubierto a base de endeudarse y apretar en el cobro de los impuestos municipales. Majadahonda cuenta con una completa infraestructura urbana y con recién estrenados centros educativos, sanitarios, deportivos y culturales. El ayuntamiento, en cinco años de gestión socialista, se ha permitido incluso traer a Nuria Espert y a Rafael Alberti para inaugurar el Zoco de Majadahonda, un pequeño centro comercial privado con tres minicines. O hacer un carril-bici en la Gran Vía, la principal arteria de la localidad.O construir una planta de tratamiento y empaquetado de basura en vez de vertedero. O elaborar un plan general que prohíbe las industrias contaminantes y limita a 50.000 los habitantes del municipio en el año 2000.
Todo eso ha tenido dos consecuencias: una, que el suelo de Majadahonda sea hoy el más caro de la provincia de Madrid; otra, un notable florecimiento del comercio, que ha hecho de Majadahonda un polo de atracción para los municipios limítrofes: Pozuelo, Las Rozas y Boadilla del Monte.
El comercio de Majadahonda da una idea exacta de los gustos yoopis. Hay allí un hipermercado donde cargar para toda la semana. Abundan los buenos restaurantes, en uno de los cuales se reúne con frecuencia el clan de los majariegos "no para conspirar", dice Colorado, "sino para comer churrasco". En cuanto a las discotecas del lugar, una de las más frecuentadas es la que regenta el ex jugador madridista Benito.
En el antiguo aprisco de ovejas parecen vivir felices hasta los taxistas. Al menos eso dice uno de ellos, Luis García Parra, de 56 años, casado y sin hijos. García Parra, que se instaló en Majadahonda hace ocho años harto de conducir autocares por toda Europa, piensa así del pueblo: "Esto es un fenómeno natural, chico. La gente va por la calle como le da la real gana, en chándal y zapatillas, como si fuera Benidorm. Y encima viaja más que una maleta". El taxista ha calado a los yoopis.
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