Cela y el patriotismo
El 29 de septiembre proponía el señor Cela argumentos históricos en favor del españolismo imperecedero de las plazas de Ceuta y Melilla. Leí sus palabras, con gran interés, y con todo el respeto que merecen las opiniones de un eximio escritor y académico.Sus razones, confieso, despertaron en mí el orgullo nacional subyacente en mi español corazoncito. "Bien dicho" y "Así se habla", me decía la voz oculta. Y recordaba los versos valientes de un también ilustre precursor del siglo XVII al lamentar la "casa amancillada". Crecía mi entusiasmo según avanzaban los cuidados argumentos. Bien cierto era que en 1496 no habían pasado de las islas aquellos fieros capitanes de la epopeya americana, lo cual, lógicamente, excluía cualquier intento de reclamar Santa Fe de Tierra Firme junto con las plazas del Magreb. Tan sólo me permitía yo una mesurada corrección de ese "andábamos" del señor Cela: no recordaba yo haber participado en, digamos, los viajes de Diego Velázquez, mucho rnenos en los, de don Cristóbal. Meros resquemores de mi,espíritu apocado, me dije. Ya que me había venido a la memoria, anacrónicamente, la metáfora de Garcilaso, me permití remontarme unos años: puestos a rememorar la gloriosa historia, ¿por qué limitarnos a conquistas tan recientes? 1496 se me antojaba un mero ayer. ¿Por qué no extender "nuestros" derechos a aquellos territorios donde los antepasados, colocados en las sublimes ruedas, ataban el fiero cuello del enemigo y lo domesticaban? ¿No eran igualmente hispánicos Perpiñán y Sicilia? Se extendía así ante mí un bello panorama en el que los españoles llegaríamos, por fin, a restablecer los derechos y a reivindicar las glorias tan duramente conquistados por aguerridos ancestros desde Ostende hasta Estambul. Ampliando la pertinente pregunta del señor Cela, me decía yo: ¿Es, acaso, España lo mismo sin Nápoles y sin el Rosellón? Y como me interesaba mi respuesta tuve que decirme: no.
Al llegar aquí se me reveló la ingente sabiduría del académico. Por algo lo es. Pues, si extendiéramos el remontarnos por la vía histórica más allá de la gloria isabelina, podríamos vernos obligados a devolver Córdoba a Damasco, León a Roma, si no Ampurias a la Falange libanesa. Lo cual ningún buen legionario estaría dispuesto a consentir. No en vano revolotea aún sobre nosotros, mírabile dictum, el numen de Millán Astray.-
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